El 12 de diciembre de 1969 tuvo lugar un atentado en el centro de Milán: una bomba explotó en el interior de un banco. Fueron acusados los anarquistas, aunque el movimiento, que en aquel período era muy fuerte, entendió enseguida que el atentado había sido llevado a cabo por los fascistas con la participación de los Servicios secretos y, por tanto, del gobierno democratacristiano que quería aterrorizar y reprimir al movimiento. El anarquista Pino Pinelli, un ferroviario, después de dos días de interrogatorio, «voló» desde el cuarto piso de la jefatura de policía. Un suicidio, un «malestar activo»: Dario Fo contó ese acontecimiento en un texto teatral: «Muerte accidental de un anarquista». Este año se conmemoran los cincuenta años de aquel hecho y Milán ha recordado esos días con mucha emoción y participación.
12-14 diciembre de 2019: instituciones-movimiento 2 a 2.
Primer tiempo: este año los preparativos son importantes, es el quincuagésimo aniversario, una cifra redonda, y hay que dar el todo por el todo. En estos días, en Milán han florecido los encuentros, las presentaciones de libros, las proyecciones, se habla de la plaza Fontana, se recuerda la matanza de Estado, lo que sucedió, volvemos a sumergirnos en aquellos años. El clima lo permite, el calentamiento global existe, pero precisamente en estos días «en Milán hace frío».
11 diciembre: el alcalde Sala, en una conmemoración a dos pasos de donde vivía Pinelli, planta un roble y dice que «Milán pide excusas y perdón a Pinelli, el ferroviario. Las hijas están presentes y aprecian el gesto; Licia, la mujer de Pino, que tiene 91 años, no puede asistir, pero seguramente se lo contarán.
12 diciembre: primera hora de la tarde, en el consejo municipal extraordinario se encuentra Mattarella, el presidente de la República. Sus palabras son importantes: «Pistas falsas de una parte del Estado doblemente culpable». Aplausos dentro y fuera del consejo municipal, después, una breve manifestación hasta la plaza Fontana. Silencio y oscuridad en la plaza. Las dos lápidas dedicadas a las víctimas de la bomba y a Pino Pinelli están a una distancia de 30 metros. Este año más que nunca, estas dos historias están una junto a la otra.
Anochecer: dos manifestaciones, porque unidos nos resulta difícil. Al mismo tiempo, los “anarquistas del puente de la Ghisolfa” y otros en la plaza Fontana, mientras, en la plaza Cavour se dan cita los demás anarquistas y buena parte de la izquierda milanesa. Esta última manifestación está más concurrida. Pero, sobre todo, sucede lo que siempre sucede el 12 de diciembre: en la plaza, al principio parece que somos pocos, pero cuando la manifestación empieza a moverse resulta cada vez más concurrida. Este año el recorrido es más corto, parece que los «abuelos» se lamentaron del largo recorrido del año anterior. La próstata se nota. La edad media es de cincuenta años, no porque haya personas entre los 40 y los 60, sino porque la mayor parte tienen 20 años o bien 75. Al final hablan las hijas de Pinelli desde un camión con un generador que hace un ruido que parece un avión de la Primera Guerra mundial. Pero está bien, nos saludamos, igualmente volveremos a vernos dentro de dos días.
Segundo tiempo: 14 de diciembre: esta vez el movimiento ha sido más creativo, el 12 no fue así. La única novedad era una luz proyectada sobre el edificio del Banco de Agricultura que recordaba la imagen de Pinelli del pintor Enrico Baj mientras vuela, sin un zapato. Hoy es distinto. Una cadena humana: unirá al ritmo de la música la plaza Fontana y la jefatura de policía de la calle Fatebenefratelli que como mínimo tiene 4 pisos. Música cantada e interpretada: han llegado bandas y coros de otras ciudades. La cadena se pone en marcha, pero poco después se convierte en una especie de manifestación. Por mucho que en aquellos años alguien gritara «trancas, cadenas, bombas de mano, esta es la ley de Milán», las cadenas no nos pertenecen y si las cadenas humanas son difíciles de conseguir, ¡imaginémonos para los anarquistas! ¿Quién quiere estarse quieto? Una cadena es bella para quien la mira, pero para quien participa en ella es una molestia mortal. Después de las 16 horas, toda la calle Manzoni se ha convertido en peatonal, se camina, hacia delante y hacia atrás, unos maravillosos paseos, se escucha, se canta, se filma y se hacen fotografías: «¡Pero quién hubiera dicho que aquella distinguida dama sabía de memoria las canciones de los anarquistas!». Ser tantos es una magnífica energía. Al final alguien habla también desde un micrófono, pero por hoy ya son bastantes las notas musicales.
Y más tarde, por la noche, se repite en la calle Preneste, donde vivía Pino, un barrio que si entonces era proletario, hoy es menos que proletario, es lumpen-proletariado. Se camina y se canta hasta muy tarde. En muchas casas de milaneses esta noche duermen huéspedes que han llegado a Milán por Pinelli.
Lo que ocurría en el resto de la ciudad lo sabemos: una multitud apretada a pie o en coche en una búsqueda delirante de algo para comprar, con la nariz hacia arriba para ver el árbol o las luces, fascinada por los rótulos publicitarios deslumbrantes, cada vez más grandes.
Pero en la calle Manzoni, hoy se han abierto las aguas y somos muchos los que hemos pasado.
«Defended nuestras verdades», decía el poeta Fortini.
PS. Esperemos que nuestro alcalde Sala no se olvide de estas emociones y de este «tomar partido» sobre una cuestión ciudadana: los árboles del parque Bassini que quieren cortar, la zona verde de la plaza de las Armas que quiere edificar, los hospitales San Carlo y San Paolo que quiere cerrar, la posible apertura de un centro de identificación y expulsión en Milán.