El 30 de octubre, si no me pierdo entre tantos anuncios y convocatorias y marchas y balines de goma, el Presidente Piñera anunció que, por motivos de seguridad, Chile ya no albergaría dos eventos de gran importancia para sus pretensiones de convertirse en un personaje de peso en América Latina. Cuando éramos un “oasis de tranquilidad”, según sus propias palabras, se comprometió a que Chile sería anfitrión de la Cumbre de la APEC (Foro de Cooperación Económica de Asia Pacífico), que debería realizarse el 16 y 17 de noviembre, así como de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP25), entre el 2 y el 13 de diciembre.
Con la atención mundial de los medios sobre nuestro país, Piñera esperaba perfilarse como un gobernante influyente en los ámbitos comercial y medioambiental. No es un gesto sin precedentes: cabe recordar su presencia en el concierto realizado en Cúcuta, Colombia, que pretendía fomentar un golpe de estado en la vecina Venezuela.
Se esperaba que entre ambos eventos visitaran Chile unas 20.000 personas, tanto de gobiernos y organizaciones oficiales como activistas por el comercio justo y la defensa del medio ambiente. Entre los primeros, había rumores de que el Presidente estadounidense Donald Trump sellaría un pacto de cese de agresiones con el mandatario chino Xi Jinping, o que el Presidente ruso Vladimir Putin sería uno de los visitantes. Por parte de los activistas, la joven Greta Thurnberg ya venía en camino tras haber cruzado el Atlántico en un velero sin emisiones de carbono, a denunciar la deuda climática que tienen los actuales gobernantes y las grandes multinacionales para con los jóvenes que heredarán el planeta.
En lugar de Chile, la COP25 se realizará en Madrid, España, con lo que se perderá la oportunidad de poner el foco en los gravísimos problemas ambientales que el extractivismo está causando en nuestro país y región.
De todos modos, ya se estaban preparando manifestaciones para los dos eventos a través de la «Cumbre de los Pueblos», en que se articularon numerosísimas organizaciones de la sociedad civil, entre ellas «Fridays for Future» (Viernes por el Futuro), la organización de Greta, que también tiene su capítulo chileno (en el que participan mis sobrinos Maite y Ariel). Ya veremos cómo se reagrupan estos planes, pero sin duda proseguirán y se acentuarán.
En apenas unas semanas Chile le explotó en la cara a Sebastián Piñera. Tras años de exasperante desigualdad, un alza en el precio del Metro (tren subterráneo de Santiago) fue la chispa que convirtió al «oasis» en espejismo, y llevó a millones de chilenos a las calles, hartos de que las cifras macroeconómicas que presuntuosamente exhibían los funcionarios en el exterior invisibilizaran la alarmante precariedad en que vivimos cada día.
El futuro es incierto y la crisis sociopolítica chilena tiene para largo: esperamos que dé pie a reformas estructurales que beneficien a la mayoría y no a la elite de siempre. Será un proceso prolongado y no sin contratiempos, pero lo importante de que «Chile despertó». El punto de partida debería ser la realización de asambleas constituyentes, participativas y vinculantes, que apunten a una nueva Constitución que reemplace a la de 1980, impuesta por la dictadura de Pinochet. Pero ese es ya tema de otra nota.