por Vanina P. Santarceri

La Autocracia es la forma de manejo empresarial por excelencia. Es la decantación natural del sistema Feudal-Monárquico imperante durante milenios que se vio obligado a mutar luego de las rebeliones sociales mundiales acontecidas post-revolución industrial que amenazaban con hacerlas desaparecer para siempre. Se llegó, pues, a un punto intermedio donde los Lores y compañía mantienen su poder despótico encubriéndolo con una máscara de consenso social, es decir, insertados en Sistemas Democráticos con sendos mecanismos de regulación.

Ahora bien: el poder real, es decir, el que ostenta las decisiones sobre la vida y la muerte de la gran mayoría de Seres Humanos, reside en quienes tienen el control de los recursos básicos necesarios para la subsistencia. Comenzando por la tierra (bienes inmuebles, campos) y continuando con los alimentos (sector agropecuario, super e hiper mercados, industria alimentaria), la energía (petroleras, energéticas) y la salud (laboratorios, clínicas médicas). Al estar insertos en un sistema mercantilista, el acceso a esos bienes básicos está dado pura y exclusivamente a través del dinero, por cuanto el poder real reside en quien lo posee. Es éste quien decide tanto el precio de un recurso básico como quiénes tendrán acceso al mismo.

Paradójicamente, en el seno de todos los Sistemas Democráticos mundiales están insertas las Empresas que operan con sistemas Autocráticos. Los empresarios a cargo son, en su gran mayoría, herederos de esas empresas ó bien del capital fundacional, verdaderos Señores Feudales contemporáneos. Tienen el poder de decisión sobre la vida y buena parte de la subjetividad de todos sus empleados y no rinden cuentas ante nadie más que sí mismos ó sus socios corporativos. No ocupan el puesto directivo por mérito propio (de hecho en muchos casos son altamente ineficientes) y sus decisiones corporativas sólo están sujetas a su buen (ó mal) criterio individual. No existe la decisión democrática en ninguna empresa ortodoxa.

Peor es el caso de los herederos de empresas medianas y grandes: a diferencia de la primera generación (quienes fundaron el imperio que heredaron), desconocen el arduo trabajo de germinar un proyecto desde su idea hasta plasmarlo en un negocio redituable. Muy por el contrario, están acostumbrados a pedir caprichosamente y obtener irreflexivamente, al estilo “sus deseos son órdenes”.

Es esta clase de nenes de papi la que tomó el poder democrático en Argentina. Acostumbrados a hacer y deshacer a su antojo, con su propio criterio como único límite y más allá de cualquier racionalidad ó conveniencia, el Estado de Derecho no sólo les es absolutamente ajeno sino de una extrañeza casi diríamos alienígena.

En un Sistema Democrático, el consenso es la norma y el bien común la meta, mientras que en sus ámbitos privados lo es el se hace lo que yo digo y todo en beneficio propio. Solidaridad versus egoísmo; consenso versus egocentrismo; son antagónicos por antonomasia. No es de extrañar, entonces, la increíble sarta de irregularidades administrativas y conductas antidemocráticas que estos personajes han exhibido en estos casi cuatro años. Si alguien opina distinto, es silenciado (perseguido, amenazado, violentado); si hay alguna legislación que se opone ó traba sus deseos, es desarticulada (generalmente por DNU); si quieren colocar algún amigo en un puesto para el que no es apto, se lo ubica “a presión”. Es decir, todas conductas perfectamente alineadas con su modus operandi habitual.

En cuanto al resto de la población, tampoco estamos acostumbrados a consensuar socialmente. Prácticamente todas las instituciones (sean éstas públicas ó privadas) funcionan con sistemas Autocráticos. Pasamos toda nuestra vida dentro de estas instituciones y, a fin de cuentas, internalizamos la autocracia como modo de relación social aún dentro de nuestras propias familias.

Entonces: el poder real está en manos de empresarios que limitan el accionar Democrático, mientras que el resto de la población está inmersa en formas de relación que replican el modelo autoritario e intolerante promovido por éstos. Cómo pretendemos entonces sostener un Sistema Democrático, pluralista y consensuado?

Tenemos, pues, el deber moral de promulgar un cambio real en todos los ámbitos, comenzando por desterrar la autocracia y la intolerancia (basada en nuestras propias inseguridades) en nuestro interior para así poder comenzar a dar respuestas y promulgar conductas acordes a una real Democracia, instalar el debate sobre la democratización en las empresas y perderle el miedo al soltar, ya que todo consenso implica ceder. Creo que es la única forma de comenzar a transitar el verdadero camino hacia el bienestar común.