Ocurre que estamos viviendo una época muy peculiar porque así como las clases sociales se han desdibujado, en tanto que universos de identificación y pertenencia, con las generaciones también sucede algo similar. Ya nadie se siente parte de un cuerpo social tan vasto como aquellos y, con suerte, participamos en algún club deportivo, una agrupación cultural o nos confinamos en el ámbito particular de nuestros entornos más cercanos. El “nowhere man” de la popular canción de Los Beatles ha colonizado el planeta. Bromas aparte, el problema medular que plantea este momento histórico tan singular es que parece operativamente imposible pretender llevar adelante cambios sociales más o menos importantes, desde el estrecho “rincón” en el que cada cual se encuentra emplazado.
Desestructuración y cambio social
El diagnóstico desde la perspectiva del Nuevo Humanismo define este fenómeno como propio de un período histórico globalizado y lo ha llamado “desestructuración”[1]. En términos simples, una entidad cualquiera se desestructura al disgregarse en elementos aislados, que pierden la capacidad de interactuar y operar en conjunto (en tanto que estructura).
Ahora, una sociedad entera desestructurada ya es un problema mayor. Aquellas generaciones que estaban en situación de asumir el protagonismo social pierden su cualidad de cuerpo homogéneo y se fragmentan. Entonces dejan de interactuar, se ignoran una a la otra y la dinámica social cesa. Uno de los indicadores más expresivos de esta apatía generacional ha sido la escasa capacidad de respuesta de las poblaciones frente a los monstruosos abusos de la banca internacional en todo el planeta, tal como pudo comprobarse durante los últimos años, si bien recientemente se han producido algunos atisbos de reacción que son, al menos, esperanzadores.
Esta inercia histórica tan prolongada (alrededor de 40 años) ha generado una situación actual sumamente compleja ya que –ahora si- comienza a operar en plenitud el azar. Puede pasar cualquier cosa. El pronóstico se hace difícil pero tiende a ser negativo porque, tal como lo demuestra la experiencia histórica, cuando una sociedad pierde su capacidad para efectuar la superación de lo viejo por lo nuevo va descomponiéndose inexorablemente hasta desaparecer. Esa decadencia puede producirse en forma gradual y relativamente pacífica o explotar violentamente de un momento a otro. Dado el poder de fuego con que cuenta hoy la humanidad, apostamos más bien por el curso violento.
Un paréntesis: es probable que los ideólogos del neoliberalismo también hayan detectado esta tendencia al inmovilismo social cuando se apuraron en decretar el fin de la historia, tratando de llevar agua a su molino. El encargado de hacer pública esta tesis fue un oscuro funcionario del Departamento de Estado norteamericano quien, curiosamente, también recurrió a Hegel para afirmar que la democracia representativa y el liberalismo económico eran las máximas conquistas a las que podía aspirar la humanidad. Sin duda que este planteo le venía como anillo al dedo a los detentadores del poder global, el capital financiero internacional, y por eso lo publicitaron al máximo. Sin embargo, las sucesivas crisis posteriores desmintieron totalmente su despliegue propagandístico. Cierre de paréntesis.
La reconstrucción del tejido social
Premisa 1: los cambios sociales se efectúan a partir de un proyecto y no por inercia histórica.
Premisa 2: los cambios de gran envergadura requieren de un acuerdo social amplio, en torno a un proyecto colectivo.
Premisa 3: en sociedades más vitales, ese acuerdo se produce espontáneamente por afinidad generacional y el proyecto resultante va instalándose en el espacio público a través de la presión social y el acceso a los niveles de decisión.
Premisa 4: en una sociedad en desestructuración como la actual, el tejido social se fragmenta en millones de individuos aislados que compiten entre sí. En esas condiciones, no es posible articular acuerdos conjuntos que pongan en marcha transformaciones profundas. Los individuos no encuentran una forma efectiva de aplicarse y entonces caen en la atonía.
Si las afirmaciones anteriores son correctas, significa que el mundo ha entrado en una crisis peligrosa aunque para nada original, salvo por un factor: ahora se trata de un fenómeno global, al interior de un sistema cerrado y único. El Segundo Principio de la Termodinámica indica que en estos casos el desorden tenderá a incrementarse mecánicamente, de manera que el problema fundamental a resolver será encontrar una forma de abrir el sistema para evitar su degradación definitiva. De hecho, advertimos con preocupación que muchas manifestaciones sociales ya están desembocando en catarsis colectivas muy violentas, como sucede hoy en Ucrania y otros lugares, un signo evidente de esta tendencia global hacia la entropía.
A modo de ejemplo, el proceso histórico puede asimilarse a un juego de cartas: se inicia desde el máximo desorden y luego va ordenándose hasta un nivel máximo de orden, punto en el cual la baraja vuelve a desordenarse para recomenzar el ciclo. ¿Eterno retorno? No exactamente porque la historia nunca parte de cero, ya que los elementos más progresivos de la etapa anterior pasan a la siguiente y permiten el salto de cualidad entre un ciclo y otro.
En las actuales circunstancias, es evidente que resultaría muy difícil convocar a una acción conjunta más o menos amplia. Cuando la afinidad generacional se disuelve y la dialéctica se atasca, cuando se desarticula la cohesión de clase, cuando los sindicatos y partidos políticos se escinden de sus bases y los individuos también se desestructuran al aislarse de su medio, ¿existe alguna opción viable (y sobre todo rápida) de operar sobre esa realidad gelatinosa[2] para recomponer el tejido social y corregir el curso entrópico del proceso?
Si bien la pregunta parece tan compleja que abruma con solo formularla, en rigor la respuesta es bastante simple: hay que sacar la mirada del poder establecido, que ya no tiene nada que ofrecer ante una situación de caos inminente (salvo aumentar la violencia represiva), y volverla hacia la base social. Allí está produciéndose un fenómeno muy esperanzador: han comenzado a multiplicarse una serie de iniciativas puntuales y locales en torno a reivindicaciones diversas. Esas manifestaciones espontáneas están dando cuenta de una actividad intencional incesante, lo que debiera ser suficiente para abrir el sistema. Ahí bulle el germen del mañana.
En definitiva, la realidad social siempre impone condiciones, las cuales no pueden ser ignoradas al momento de actuar. En el caótico escenario actual, tal vez el único camino abierto sea intentar unir lo disperso (ya que las circunstancias descritas no permiten hacer mucho más… pero tampoco menos), haciendo pie en la multitud de reagrupamientos espontáneos que se están forjando en la base social, como reacción al sistema imperante. Se trata de crear vínculos de reciprocidad entre esos frentes de acción hoy aislados en su propio quehacer y –principalmente- proponer un sentido mayor a cada proyecto particular, utilizando todos los recursos disponibles para construir un acuerdo amplio. La complementación es el paso previo necesario que permitirá la posterior convergencia de esta diversidad hacia un gran movimiento social, que tenga al ser humano como centro y propósito de su proyecto.
La cohesión psíquica
Sin embargo, para alcanzar este objetivo ya no basta con establecer relaciones puramente tácticas referidas a la coyuntura. Es necesaria una unión sólida y de largo alcance. ¿Qué factores hacen que un grupo heterogéneo de individuos llegue a sentirse tan íntimamente ligado para constituirse en un cuerpo colectivo y actuar como tal? Seguramente, la respuesta a esta interrogante implica comprender a fondo ese misterioso “adentro” al cual ya hemos aludido. Ahí descubrimos que casi siempre la cohesión se sustenta en una profunda afinidad respecto de aquello que se considera sagrado y por tanto, irrenunciable.
Para el Humanismo no existe nada más sagrado que el ser humano y sus posibilidades de liberación, no solo de las limitaciones materiales sino también de su condicionamiento mental. Cuando esta sentida aspiración es compartida, se convierte en un aglutinante muy poderoso pero también se distancia claramente de cualquier otra posición que ponga límites a ese despliegue libertario. El ser humano será lo que quiera ser[3] y habrá que afinar el oído para escuchar aquel tenue clamor, hoy ahogado por las consignas vacías que transmiten profusamente los poderosos con el solo propósito de someterle. Si la nueva sensibilidad que comienza a asomar en el mundo tiene convicciones similares, es bien probable que tienda a disponer de las ideas y el discurso de este nuevo humanismo para expresarse públicamente. Frente a esta posibilidad cierta, lo más importante será mantener viva la señal.
Tal vez ahora, cuando las viejas facciones se disuelven y sucumben todas las patrias, sea el momento propicio para abandonar las estrechas fronteras del pasado y coincidir, por primera vez, en un gran proyecto conjunto: la nación humana universal.
Entonces el futuro estará en nuestras manos.
[1] Ver Décima carta del libro “Cartas a mi amigos, sobre la crisis personal y social en el mundo actual”, Silo.
[2] El sociólogo Zygmunt Bauman la ha llamado “sociedad líquida”, para ilustrar su radical informidad. Por analogía, recuérdese que un sistema alcanza el máximo nivel de entropía cuando se produce el equilibrio estadístico (o muerte térmica), un estado homogéneo en el que desaparecen las diferencias de potencial, con la consecuente pérdida de su capacidad de trabajo. Al abrirse, el sistema se aleja del equilibrio y, paradójicamente, recupera su funcionalidad.
[3] “…Tomó por consiguiente al hombre así construido, obra de naturaleza indefinida, y habiéndolo puesto en el centro del mundo, le habló de esta manera: Oh Adán, no te he dado ni un lugar determinado, ni un aspecto propio, ni una prerrogativa peculiar con el fin de que poseas el lugar, el aspecto y la prerrogativa que conscientemente elijas y que de acuerdo con tu intención obtengas y conserves. La naturaleza definida de los otros seres está constreñida por las precisas leyes por mí prescritas. Tú, en cambio, no constreñido por estrechez alguna te la determinarás según el arbitrio a cuyo poder te he consignado. Te he puesto en el centro del mundo para que más cómodamente observes cuanto en él existe. No te he hecho ni celeste ni terreno, ni mortal ni inmortal, con el fin de que tú, como árbitro y soberano artífice de ti mismo, te informases y plasmases en la obra que prefirieses. Podrás degenerar en los seres inferiores que son las bestias, podrás regenerarte, según tu ánimo, en las realidades superiores que son divinas.” “Discurso sobre la dignidad del hombre”, Giovanni Pico della Mirandola.