Ella habla mirando a los ojos, con una voz serena y segura de lo que dice, igual que sus tranquilos ademanes, como cuando muestra la chapita de la tribu a la que pertenece. Sus comentarios los expresa en el transcurso de la reunión de convivencia de su liceo en la que participan, además, inspectores, profesores, apoderadas, asistentes de la educación y orientadoras.
Uno de ellos me confidencia que la mamá de Katalina parece ser quien la ha ayudado a formar esa claridad de criterios y el aplomo.
Seguramente ha de ser así. El que se conozca a la mamá/apoderada de un estudiante en su colegio ya es algo casi excepcional. Para la gran mayoría de las mamás y los papás de Chile, el tiempo dedicado al trabajo y a transportarse les consume la vida y el ánimo… Nada queda para desarrollar -al menos con dedicación y gusto- el papel de formador y de tutor de sus hijos.
Para una proporción demasiado importante de la población, la formación de sus hijos queda en manos de la información y de los valores que entregan los medios públicos.
En el Metro, una vez terminada la reunión, siento interés por tratar de apreciar cuál es esa formación que se entrega a los hijos de Chile. Por contigüidad temática, me viene a la mente la noticia reciente acerca de una encuesta en la cual este país se ganó el antepenúltimo lugar entre sus pares de la OCDE (34 entre 36 concursantes) respecto a calidad de vida de sus habitantes.
Las pantallas de televisión instaladas en los vagones me ayudan a hacerme una idea. En ellas hay noticias, secciones deportivas, temas para jóvenes y para mujeres, noticias sobre exposiciones y libros y propaganda. Las noticias hablan de zonas wi-fi inauguradas en la red de Metro. Miro a los pasajeros, apretadísimos unos contra otros, entre los cuales hay uno que llama por su celular para avisarle a alguien que está retrasado. Y como no, si estuvo a mi lado, parado en la escalera, esperando que nos dejaran bajar al andén para abordar recién el tercer tren que partió de la estación desde nuestra llegada a la misma. El wi-fi lo usaremos el día que no tengamos que ir al trabajo. Por ahora, nos queda patente el contraste entre el mundo de la pantalla y el real…
Las secciones joven y mujer son aún más reveladoras. Para los jóvenes, los contenidos se refieren a un próximo concierto de Luis Miguel y a los nuevos equipos y programas informáticos que están disponibles en el mercado. Los mensajes para las mujeres esclarecen sobre la forma correcta de cuidar el cabello y sobre el modo de evitar los daños en uñas y cutículas.
Me llama la atención que estos segmentos de la “programación valórica” que entrega Metro de Santiago a nuestros conciudadanos se exhiban sin sonido. Advierto este detalle debido a que el volumen se hace audible solamente cuando aparece la publicidad de una cerveza. Ello me lleva también a recordar que en algunas ocasiones, he visto gigantescas publicidades de cerveza colocadas en los muros de las estaciones, así como trenes totalmente cubiertos con los logos de alguna casa comercial.
Katalina vive lejos del centro de la ciudad. Ella puede que no se entere de la interesante exposición sobre la India que por estos días está instalada en el Palacio de La Moneda. Pero en su barrio, grandes paneles instalados en medio de las vías y espacios públicos, la acercan e invitan a consumir los objetos y las cervezas que esta sociedad promueve. Quizás la distancia del centro de poder urbano o alguna fortaleza interna, le permite no sentirse disminuida ante sus compañera/os por no estar al tanto del correcto cuidado de sus uñas o no tener el último modelo tecnológico para enviar mensajes MMS.
En los establecimientos educacionales a lo largo del país la felicidad no campea.
De hecho, el ministerio respectivo está, desde hace ya varios años, insistiendo en la necesidad de abordar el tema de la convivencia escolar que a todos se les escapa de las manos.
Claramente, las relaciones que establecen entre sí los jóvenes son aprendidas del mundo adulto (reyes, presidentes, políticos, héroes del cine, etc.). Pero no es en absoluto legítimo ni responsable que se culpe a los padres. Ellos -todos los adultos- somos a su vez, un reflejo de la cultura y de los valores instalados en la sociedad. Metro de Santiago (por citar un ejemplo vivido), los municipios, las empresas que pueden comprar o decidir el uso del espacio común para difundir mensajes son los verdaderos culpables.
Algo ha hecho la mamá de Katalina, así como muchas otras madres y adultos, para sustraerse de los valores mercantiles y éticamente pequeños que imperan y se imponen sin restricción alguna en el Chile de hoy. ¡Vaya un tributo a su integridad y sentido común!
Porque Chile, según Romina Boarini, jefa de la sección de medición de bienestar y progreso de la OCDE, es un caso interesante. El 66% de las personas se declara satisfecho con su vida. Más aún; el 77% dice tener más experiencias positivas que negativas en un día promedio. Es decir, experimentan más sensación de descanso, orgullo de sus logros o placer que dolor, preocupación, tristeza o aburrimiento, a pesar de nuestro deshonroso 34º lugar.
¿Será que, ante los bajos sueldos, la desigualdad, el mal aire, las estafas, las esperas, los costos y los tiempos de transporte, preferimos engañarnos con que pronto seremos dueños del último modelo de celular para sentirnos bien?
¿Será que nuestros hijos, aprenden de nosotros, y sólo aspiran en esta vida a estar entre los privilegiados y exitosos asistentes al último recital de los ídolos musicales para ser respetados y queridos?
Katalina no participa en las tomas pero sin lugar a dudas, ella está comprometida con la vida de su colegio a través del Centro de Estudiantes.
Para miles de otros jóvenes, la urgencia por una vida mejor es mayor.
¿Alguien entenderá que ese clamor que los moviliza no se refiere a más cerveza, más computadores high-tech o a más ingreso per cápita?
Su frustración la experimentan de un modo irritante y se expresa en las relaciones -siguiendo los modelos del mundo adulto- como maltrato.