Casi a diario los medios -los masivos, esos que publican la pauta que les llega a través de las 6 agencias internacionales que construyen los pensamientos de la gente en todo el mundo- informan de nuevas muertes, de atentados y, subliminalmente, de desobediencia e incumplimiento.
Excepcionalmente, las noticias son algo más precisas: *”un atentado realizado por fuerzas rebeldes” o, *”fuerzas del gobierno matan a 12 civiles”*. Pero la mayor parte de las informaciones es intencionadamente ambigua y confusa. *”Se informó que…”*, *”activistas locales afirman que…”*, *”un ataque con bombas provocó muertes civiles”*, *” se registraron bombardeos y disparos en los barrios de …”*, casi todas las fuentes son del tipo; *”… de acuerdo con activistas y videoaficionados.”*
Con Siria, el periodismo oficial alcanza sus más altos niveles de falta de profesionalismo, de tergiversación y de manipulación de las informaciones. También de descaro.
Pero más allá de la subordinación periodística a las líneas editoriales impuestas por el sistema, hay en Siria un dilema humano.
Los acontecimientos sirios se desarrollan frente a las conciencias ya indiferentes o adormecidas, o bien impotentes u horrorizadas de todo el planeta, siguiendo los pasos de un guión preestablecido e implacable.
El argumento es simple y conocido: las quebradas economías estatales occidentales tienen que pagar sus deudas a la banca internacional y no hay dinero fresco. La única opción es trabajar para ella, allanándole el camino para que pueda apropiarse de los recursos petroleros sin ningún tipo de límite o control. A propósito, ¿Estará el lector enterado de qué ocurrió con las enormes reservas monetarias y petroleras de Libia después del asesinato de Gadafi?
La trama también es barata: las embajadas occidentales comienzan a financiar a los descontentos del país. Éstos, salen a las calles, intimidan a la población, provocan caos, promueven la imagen de un país en crisis mientras obligan al gobierno a reaccionar. El gobierno -como prácticamente todos- ha llegado al poder por la fuerza o la mentira y sólo conoce la violencia como instrumento para gobernar. Una vez alcanzados ciertos niveles de violencia generalizada, los organismos internacionales, que también finalmente reciben sus honorarios de la banca, cumplen con su rol de incitar y avalar invasiones, matanzas, bombardeos a civiles y todos los horrores que ya hemos visto en la República Democrática del Congo, en Sudán, en Libia, etc.
En este punto, la trama en curso en Siria encontró un impedimento. Al Assad, el presidente de Siria, también conocía la trama y su desenlace: el “villano” muere al final de la película, y el procedimiento para matarlo es humillante y vil.
Siendo así las cosas, hay que introducir nuevos integrantes al elenco. Un ex-secretario general de la ONU, unos cuantos médicos, algunas ONG y los periodistas al servicio de la infamia.
Rápidamente, el guión se modifica.
Ya no se hablará más de un levantamiento de los civiles oprimidos por el régimen.
No era necesaria mucha perspicacia, evidentemente acá nunca se trató de una ‘primavera árabe’, tal como no lo fue el caso de Libia.
Ni en Túnez ni en Egipto ocurrió que gobiernos fronterizos se prestaran para liberar el paso a esos países a mercenarios, apoyándolos además con toneladas de armamento.
Es imposible imaginar que los ciudadanos sirios tuvieran en su poder la cantidad de armas con las que derriban edificios, hacen saltar tanques de combate u horadan las calles y plazas de las principales ciudades.
Finalmente (en estas épocas uno ve de todo…), el periódico Washington Post publica que tal tráfico de armas existe, que es cuantiosamente financiado por monarquías árabes interesadas en derribar al régimen de Bashar Al Assad y que reciben asesoría de funcionarios del Departamento de Estado de EE.UU. para identificar a los pistoleros que merecen recibir armas y localizar los sitios para su almacenamiento.
El nuevo argumento es que Bashar Al Assad tuvo una oportunidad. Se la ofreció Kofi Annan. Si él deja de dispararle a la gente, los amos del mundo en persona negociarán con los rebeldes, harán que todos se den la mano, Siria volverá a estar en paz, y respecto del petróleo… ¡Ni Hollywood compraría un guión tan insulso!
La última corrección es la que muestra la prensa y la TV mundial.
Annan efectivamente hace la oferta. El presidente sirio firma el compromiso. Annan se consigue a cientos de extras que irán a Siria a observar los acontecimientos. Mientras tanto, Estados Unidos coordinará el aumento del número de mercenarios y de armas para hostigar sin tregua al gobierno sirio. Los periodistas publicarán la pauta para recibir sus sueldos y entrevistarán a los médicos, a los de las ONG y unos cuantos “testigos”. Al Assad se encuentra entre dos fuegos. Dudoso, mira una y otra vez las imágenes del ahorcamiento público de Saddam Hussein y las del horrible asesinato de Muamar el Gadafi.
Los milicianos ‘rebeldes’, entre los cuales ya se han encontrado varios libios, tunecinos, turcos y de otras nacionalidades muy ajenas a la ciudadanía siria, están acrecentando su ofensiva en contra de todo: civiles, vehículos, edificaciones, soldados, etc.
El presidente intenta salvar su vida, quizás también su proyecto político y humano, pero también debe intentar controlar a los revoltosos. Los soldados siguen en las calles.
Las personas que viven en ese país no aparecen en ninguna parte. Nadie los menciona. Nadie les consulta cómo hacen para seguir amasando pan, para conseguir agua, luz, alimentos para sus hijos, cumplir con sus rutinas, ver a sus amigos.
El guión no los contempla, el financiamiento es estrecho, los barcos petroleros ya están en el puerto, el tiempo corre, la OTAN siempre dispuesta, la banca está impaciente por ver el final.
El mundo entero, todas las conciencias, asistiremos a la escena final.
Bashar Al Assad no ha cumplido con su compromiso.
Pidamos por Siria, su gente y por las conciencias estremecidas. ¡Que todos alcancen su mejor destino!