Egipto, Costa de Marfil, Túnez, Argelia y Angola; Nigeria, Camerún, Burkina Faso, Sudáfrica, Namibia, Madagascar y Ruanda; Etiopía, Zambia y Kenya? Marruecos. Negros como el ébano, mestizos, castizos y blancos transparentes de ojos claros. Incluso algún personaje de ojos rasgados. Musulmanes, católicos y protestantes, yorubas y admiradores del vudú; judíos.
La intensidad vivida estos últimos días en suelo marroquí hizo latir más fuerte el corazón del mal llamado continente negro. Las justas panafricanas invitaron al optimismo, aunque algunas hayan tenido un nivel discreto. Cuando escaseó el talento, sobró el entusiasmo y el amor propio. Siempre hubo luz al final del túnel.
Fuegos artificiales, coreografías de lujo, luces y colores, sortilegio artístico. Recuerdos inmortales. Un océano y un desierto. Fiesta, circo y espectáculo. Maneras autóctonas. Tradición. Pasado, presente y futuro. Una mirada otra, optimista. Así -en apenas un párrafo- se podría describir someramente la ceremonia de cierre.
Adiós, dijeron Rabat y Marruecos con el placer de la misión cumplida. Nos vemos pronto, en 2023, proclamaron Accra y Ghana, ilusionados.
Una vez más, Egipto dio la nota más alta en los Juegos. Los del país de los faraones dominaron la justa de punta a punta y garantizaron su segunda coronación consecutiva, la tercera en las últimas cuatro ediciones y la séptima en la historia de estas lides regionales, instituidas hace más de medio siglo en Brazzaville 1965.
Los locales, épicos, lograron su mejor actuación de siempre, luego de estar varias décadas distanciados de la cita multideportiva por problemas políticos. Lograron vencer muchas adversidades ?de todo tipo- y salieron airosos desde donde se mire.
Así acabó una historia fabulosa en África. Mañana, sin duda, comenzará otra igual de emocionante, a pesar de todos los pesares que se viven cada día en este maltratado continente.
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