El anticomunismo supone que en el proyecto de ley de disminución de la jornada de trabajo a cuarenta horas, la mano de la izquierda quiere dañar a los empresarios sin importarle desempleo, decrecimiento y pérdida de productividad.
No ven, los prejuiciosos, que hoy día a nadie en el mundo se le ocurre la reconstrucción del socialismo derrumbado, ni que los partidos comunistas, excepto en Chile, tienden a no existir. Basta que dos diputadas comunistas sean autoras del proyecto para que los prejuicios que caracterizan la sociedad chilena, en este caso lastrada por el pinochetismo latente, levanten pánicos fantasmales.
No soy yo quien lanza la primera piedra contra el fanatismo de esa derecha que me seguirá etiquetando de comunista aunque hace 30 años dejé de serlo, sino el presidente de un partido de derecha, Mario Desbordes, quien, discrepando del proyecto, llama a no demonizarlo y repudia con furia la campaña de terror de las organizaciones de empresarios: ”le digo a las agrupaciones y a las asociaciones de empresarios que ahora reclaman (…) ¿Qué cresta – ¿Qué es lo que se les ocurrió plantear en los últimos años en estos temas?»…” ¿Qué propusieron como para que hoy vengan a reclamar? Nada, nada. Señores empresarios, los grandotes, estos que están agrupados en instituciones que tienen sedes preciosas en el sector alto, por favor no vengan a reclamar ahora»… «Me carga cuando el debate parte de la base de que esto va a destruir Chile”. Dijo, sorprendiendo mis prejuicios.
Los empresarios han profetizado desempleo, pérdida de productividad y otros males. No ven que siempre en el mundo mejoró la tecnología para suplir la falta de horas y eso dio un beneficio productivo. No sé si las diputadas Vallejo y Cariola se basaron en Marx, pero su estudio demuestra empíricamente la relación producción y trabajo horario. Rebajar a 40 horas, no disminuye el empleo, ni la productividad. Tiempo atrás, don Carlos estaba en el index librorum prohibitorum de la derecha pero, hoy, si uno no estudia a Marx para entender el capitalismo, es considerado un ignorante. Fue la URSS y los partidos comunistas los que no renovaron y momificaron lo que hoy se respeta de él, que confirma algunas certezas a propósito del proyecto de ley de reducción de la jornada semanal.
Francia, empezó a reducir en los ’30, con los Frentes Populares de 48 horas a 40, con Mitterrand de 40 a 39 y con Jospin en 2002 de 39 a 35. Tuvo guerra entre medio y sigue siendo potencia mundial.
En Chile la productividad es baja y la reducción horaria la mejorará porque, cuando la lucha social consigue más garantías para los trabajadores, la innovación productiva surge indispensable para suplir el horario reducido. Menos horas exigen más tecnología, más modernidad y esa innovación redunda en más productividad. Sin lucha social, los dueños de la riqueza hubiesen seguido haciendo pirámides con esclavos y no catedrales con poleas, sin látigo, con arte y descanso. Lentos, pero más productivos que los egipcios. La industrialización no surgió porque las monarquías lo desearan sino porque los siervos feudales querían ser obreros libres y sumarse al empuje productivo de la burguesía. Trabajando menos horas llegó más desarrollo. Con la robotización los empleos variarán no sabemos bien cómo.
Como faltarán horas de trabajo, si se aprueba el proyecto en Chile, el empresario necesitará contratar más gente y disminuirá el desempleo. O pagará más horas extraordinarias para mantener sus ganancias. Claro, no todos están en iguales condiciones y no les será fácil.
La lucha social ha sido un factor de progreso de la ciencia y la tecnología porque forzó a los empresarios a modernizarse. Una gran virtud del proyecto de menos horas es que traspasa la responsabilidad de la modernización al empresariado. Por eso se resisten. No por maldad contra los trabajadores.
Yo creo que son perezosos para innovar, cómodos porque ganan bien y tienen miedos por ignorancia del funcionamiento del sistema. Por el autoritarismo, que les quedó gustando, descalifican tanto al gobierno de derecha como la propuesta opositora.
Les sugiero a los empresarios que estudien la historia de los modos de producción de la humanidad, con el materialismo histórico, para entender cómo un modo de producción llega a un momento tal que impide el buen desarrollo de las fuerzas productivas y entran en contradicción. Por eso terminó el esclavismo. No por la bondad de los que mandaban. Por eso la burguesía sacó a la monarquía feudal con guillotina. No quería el cuello de María Antonieta para quitarle sus perlas, sino porque quería desarrollar toda su fuerza productiva con maquinarias para ganar más.
Esto no lo inventaron los comunistas. Al revés, la realidad y su estudio los organizó.
Como dice el profesor Jedlicki, en economía no pueden controlarse todas las variables. No todos los sectores se modernizarán rápido. Las cajeras perdieron empleo con la modernización. Con internet los empresarios ganaron más al mismo sueldo y horario. En los empleados del Estado, menos horas semanales exigen un aumento de salarios. Algunos empresarios bajarán costos, otros rebajarán utilidades sin desemplear.
No digo que toda la modernización es impulsada por la lucha social. A veces la modernización la hace el Estado, como la internet, inventada por la necesidad de la guerra. Y ahí la ecuación se invirtió, porque conquistamos trabajo gracias a una creación bélica del sistema. Se hizo realidad la “Carretera del Futuro” en que Bill Gates se parecía a Ray Bradbury con ciencia ficción y humanismo. Aumentó el empleo a millones que no podían desplazarse de sus casas. Y también dañó a otras que lo perdieron.
Es razonable hacer la reducción horaria gradualmente, como dice el gobierno abriéndose a la rebaja horaria. Pero se enreda por su improvisación reactiva, por atarantamiento, como le dijo uno de sus cercanos. Es que para conducir los países hay que saber de política y no solo economía. La política en democracia requiere habilidades que no están en los manuales. Porque la política es la acción. Y los prejuicios la empatanan.