por Aram Aharonian
Aluvión, tsunami, plebiscito: así se calificó el resultado de las elecciones primarias argentinas del domingo, donde dos terceras partes del electorado repudió al gobierno neoliberal de Mauricio Macri, la alianza derechista Juntos por el Cambio y su discurso esquizofrénico, y la gran mayoría se inclinó por la candidatura presidencial de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner.
Pero las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias, más conocidas como PASO, sirven apenas de termómetro. La primera vuelta de las elecciones será recién el 27 de octubre y todo indica que los Fernández arrasarán, sin necesidad de balotaje. Pero nadie ha sido electo aún.
El aluvión popular argentino modifica la gravitación de los próximos comicios presidenciales de Bolivia y Uruguay. La ratificación de Evo y la eventual continuidad del Frente Amplio asumen otro significado, en el nuevo contexto sudamericano. El curso político de Argentina será determinante de un eventual renacimiento del ciclo progresista.
El resultado afectó la gran inversión que hizo Donald Trump en el peón de sus intereses. Trump fue quien impuso al FMI el auxilio financiero de la Argentina, para contar con un fiel subordinado en el Cono Sur, decidido a abrazar las agresiones contra Venezuela e Irán. Macri ha sido el principal artífice regional de las campañas golpistas contra el proceso bolivariano y las estrategia de ahogamiento al gobierno iraní.
Satisfaciendo las necesidades de EU e Israel, Macri ya había cumplido con la tipificación de Hezbollah como grupo terrorista y preparaba definiciones proisraelíes más contundentes.
El aluvión y la realidad
El pueblo se expresó aluvionalmente gracias a la plataforma ofrecida por la más lúcida dirigenta del actual sistema político: Cristina Fernández de Kirchner, quien salió de la foto principal para poder lograr la unidad antimacrista. Muchos recuerdan que uno de los déficits kirchneristas, que propició el gobierno de Macri, fue no haber realizado las transformaciones estructurales, de fondo, que la realidad demandaba y construido el poder necesario para ello.
El gobierno que incentivó el odio, promovió el resentimiento de clase contra los pobres y alentó el miedo, terminó cocinado en su propia salsa. Intentó demonizar los gobiernos kirchneristas de la década anterior y logró el rechazo popular a las elites gobernantes, al llamado círculo rojo, el poder fáctico.
El problema mayor es cuando uno se come sus propios cuentos y queda cegado por sus propias fantasías y mentiras, fake-news, microencuestas, trolls y focus grups. El tsunami de votos también afectó a otros derechistas que especularon con el malestar popular pero no dio lugar a un nuevo Bolsonaro de las pampas.
Y ya escuchan por todos los micrófonos disponibles a los voceros del viejo sistema demandando gobernabilidad (tras la cadena de fracasos que prohijaron y aplaudieron por más de tres años), ofreciendo gobiernos de transición, tratando de invisibilizar la demanda de la gran mayoría de los argentinos.
En su discurso esquizofrénico, Macri trata de sembrar el miedo, haciendo responsable al kirchnerismo del caos existente, y un ratito después busca su ayuda, procurando establecer un pacto de cogobernabilidad con Alberto Fernández. Esas contradicciones apuntan ser una característica de las próximas semanas.
Pero tampoco se puede dar por cierto que el triunfo de “los Fernández” augure la perspectiva de un seguro renacimiento económico y la felicidad del pueblo. Llevamos casi 36 años desde la recuperación de las instituciones y en ese período, apegados prácticamente sin fisuras a las formalidades de esta democracia, Argentina ha tenido (¿padecido?) gobiernos de las más diversas naturalezas, donde gobernaron prácticamente todas las formaciones políticas.
Sin embargo y a pesar de esta participación protagónica de las más diversas tendencias, en lo económico social la situación se ha seguido deteriorando lo que se refleja en una creciente desigualdad social, producto de una duplicación de los niveles de pobreza e indigencia, junto a una mayor concentración de la riqueza. Los trabajadores han perdido más del 30% de su capacidad adquisitiva y la deuda externa se multiplicó por más de seis veces.
Todo ello constituye el marco de esta tercera gran crisis que debe atravesar el país desde la recuperación institucional (1983). La primera fue la hiperinflación alfonsinista (1989) sucedida por el gobierno de tinte neoliberal de Carlos Saúl Menem; le siguió la crisis financiera (2001), durante el gobierno de Fernando de la Rúa, que abrió las puertas a un período de transición del que emergió el progresismo de la mano de Néstor Kirchner.
Por último el país vive la actual estanflación (inflación con estancamiento). En todas las situaciones anteriores la “solución política” fue volver a restablecer el “equilibrio del viejo sistema” caracterizado por un capitalismo decadente y una democracia insuficiente. Se vislumbra que, de no mediar circunstancias excepcionales, es muy probable que esta situación derive en un gobierno que esté a mitad de camino del liberalismo menemista y el progresismo kirchnerista.
Macri insiste en que tiene el apoyo de “los mercados”, lo que en español básico señala su sometimiento al gran capital, en especial al sector financiero, y sus intereses trasnacionales. Incluso Macri, dijo el lunes 12 “yo no manejo los mercados”, lo que es cierto, aunque hizo todo lo posible por congraciarse con ellos… pero falló en las elecciones, lo que enfureció a “los mercados”, que los dos días posteriores a las PASO mostraron su enojo, hasta que Alberto Fernández llegó para apagar el fuego.
Hoy, una buena parte de las voces que tienen acceso a los micrófonos, alertan sobre los peligros de salirse del “sistema”, mientras oficialismo y oposición demandan que Macri debe llegar a diciembre. ¿No será hora de pensar alternativas distintas a este fracasado sistema? Sin perder tiempo, y como una prueba de los cruciales momentos, directivos de los bancos Morgan Stanley y Citigroup advierten más dolor para Argentina.
Chau al ministro del FMI y los rumores de la City
Tras el gran fracaso, Macri dispuso la eyección del ministro de Hacienda y personero del FMI (que parece haber tomado distancia del fracaso macrista), Nicolás Dujovne, tal como le había sugerido el candidato triunfante Alberto Fernández, y su reemplazo por Hernán Lacunza. Aún no se produjo la salida del jefe de gabinete Marco Peña Brown, también sugerida por Fernández.
El colapso económico de 2018 el gobierno lo salvó con el auxilio del FMI, que financió la campaña electoral más costosa de la historia (57.000 millones de dólares) y solventó una enorme fuga de capitales, con el único objetivo de mantener a su hombre en la Casa Rosada. El FMI, cómplice del fracaso de Macri, quedó en situación delicada de gran acreedor de un país en bancarrota, y ahora tiene la pesadilla de un posible default argentino.
A Macri se le vino la noche. Ya no hay octubre posible en su futuro y eso se lo vienen repitiendo no solo los analistas nacionales y extranjeros, sino sus mandantes de las calificadoras de riesgo, bancos de inversión, prensa hegemónica cartelizada. La última semana salieron 50.000 millones de pesos de fondos de inversión en la industria, despertando el fantasma de la corrida bancaria, la estanflación y la depresión.
Lo mismo le pasó a Heidi, la gobernadora de la provincia de Buenos Aires (bautizada como María Eugenia Vidal), que cosechó 300.000 votos más que Macrì, pero perdió por mayor diferencia porcentual ante el joven exministro de Economía kirchnerista Axel Kicillof.
En una conversación telefónica difundida por el periodista Horacio Verbitsky, Alberto Fernández le pidió a Macri: “Que le hagas caso al presidente del Banco Central y cuides las reservas. Que actúes como Presidente y no como candidato, que los corras a Peña y Dujovne, porque aparte de que han perdido toda credibilidad, tienen en pie de guerra a tu propio gabinete”. Fernández también se reunió con el CEO del Grupo Clarín, Héctor Magnetto, ahora se irá viendo la metamorfosis de las páginas y las pantallas del grupo.
Comienza a escucharse el reclamo del adelantamiento de las elecciones y/o el apoyo a Roberto Lavagna, quien para algunos ejecutivos de grandes empresas cuenta con más chances que Macrì de llegar al balotaje. Hoy lo que le da sentido a la vida de Macri es ser el primer político no peronista en 91 años en terminar su mandato. Aunque en el recuerdo popular está la huída en helicóptero de Fernando de la Rúa, en 2001.
El fin de semana de las PASO Macri creyó en la paridad de los resultados o en una mínima ventaja fácil de revertir en octubre. El vocero de esa epifanía, en la que se revelaba la victoria luego de un año de tinieblas, fue el jefe de gabinete Marcos Peña Braun, no desmentido por el estratega Jaime Durán Barba, que apostaba a esa carta con la fuerza del deseo.
Para mantener esa ilusión, difundieron dos encuestas: una encargada a Lybxs por el banco brasileño de inversión BTG Pactual (su presidente está detenido desde 2015 por corrupción) que concluía que Alberto y Cristina se impondrían por 1,5% pero que perderían en la general por 2,5%, y otra de Isonomía, que hablaba de un triunfo de Cambiemos por un punto. Pero la identidad entre Isonomía y Lybxs es bien conocida en el mercado
Alberto, el bombero
Alberto Fernández fue el bombero que salvó del fuego a Macri durante los días posteriores a las PASO, cuando se disparó el dólar y la hiperinflación, y el estallido social fue alimentado desde los medios. Las explosiones sociales nunca son repentinas, aunque lo parezcan, sino que requieren de una construcción que en algún momento se expresan de un modo inesperado.
La acumulación de fuerza crítica se dio en los últimos años, con miles de movilizaciones, cortes, huelgas, diversas acciones de lucha y resistencia, donde se expresó la voluntad soberana del pueblo para terminar con la noche macrista. Sí, Macri está terminado, pero el viejo sistema no lo está, recuerdan desde las bases.
Las reglas de juego parecen cambiadas, no se trata solamente que “los Fernández” tengan prácticamente asegurada la victoria en octubre, en las elecciones presidenciales. El tema de fondo es que el gobierno ya no puede gobernar y sus decisiones de la última semana lo prueban. No importa el valor institucional de las PASO.
Lo decisivo es que el macrismo ya fue notificado por el pueblo que no tiene aval para gobernar, pero, constitucionalmente, le quedan más de cien días en los cuales sin dudas se seguirán produciendo daños para el pueblo, algunos de ellos irreparables. Pareciera ser un tiempo para que la dirigencia vaya acomodando la institucionalidad a la realidad del país, tras el tsunami plebiscitario.
La etapa de la seducción
En lo estructural, las elecciones primarias pusieron fin al modelo de integración al mercado internacional y de desintegración del mercado interno, por más que en lo inmediato se deba sufrir otra vez la suba del precio del dólar y su impacto sobre los alimentos y el nivel de vida de la población, fruto de la política monetaria y cambiaria del gobierno macrista. “Algo para festejar, el fin de la subordinación al capital financiero internacional”, señala el economista Horacio Rovelli.
El derrape del neoliberalismo en Argentina es una derrota de esa concepción del mundo y de la política exterior de los EU. Se supone que los empresarios que operan y tienen intereses en el país, apoyarán a un gobierno que los representa y defiende el mercado interno y el trabajo nacional, para no continuar viviendo el “ninguneo” del capital financiero internacional, que solo busca renta rápida sin importarle las consecuencias.
Alberto Fernández se apuró en ratificar, ante la presión de los medios hegemónicos y sus patrones para “calmar los mercados”, su compromiso con el pago de una deuda que solventó la fuga de 70.000 millones de dólares, que enriqueció al círculo de capitalistas asociados con el macrismo. Tampoco consideró el virtual próximo presidente la auditoría de la deuda, mientras representantes del FMI señalaron que sólo aceptarán extender los plazos de pago o reducir la tasa de interés, a cambio de la reforma laboral y previsional.
La evaluación también positiva que hizo Fernández de la nueva cotización del dólar a 60 pesos sintoniza con la propuesta de un tipo de cambio competitivo para favorecer a los exportadores, pero empobrece al grueso de los argentinos y obstruye la recuperación del salario. Los economistas del Frente de Todos ratificaron, además, el mantenimiento del libre movimiento de los capitales. Sin introducir urgentes medidas de control cambiario y bancario, no hay forma de estabilizar la economía a favor de la mayoría popular.
El establishment comenzó a abrir juego con el que ya llama el próximo Presidente. Botón de muestra es un informe enviado por el Citibank a su sede central (difundido por elcohetealaluna.com), entre deseos, conveniencias y presión al aún candidato.
En él señala que al peronismo unificado debería sumarse el economista Roberto Lavagna, aún candidato presidencial, con lo que está de acuerdo el propio Alberto Fernández: “¿Qué gobierno no quisiera tener a Lavagna? Es un hombre muy capaz (…) me encantaría que, aunque no sea parte del gobierno, me ayude a pensar la Argentina porque es un hombre muy valioso”, dijo en entrevista con Página12.
En la pulseada entre los grupos que se acercaron a Alberto Fernández, está ganando el plan de la Unión Industrial Argentina (UIA), donde aparece José Ignacio de Mendiguren como próximo ministro de Industria y Roberto Lavagna, tras bambalinas (si es que no lo nombran ministro de Economía).
Según el Citi, el plan de Alberto Fernández parte de las variables macro estabilizadas -con un tipo de cambio que debería ser el más alto posible (80 pesos a final de año -la devaluación debería hacerla Macrì antes de las elecciones de octubre- y 100 en agosto de 2020), por lo cual el mero rebote estadístico implicará un crecimiento del 1,5% del PIB como base, con economías provinciales saneadas, stocks recuperados, y un superávit comercial de 12.000 millones de dólares en 2020 y 15.000 en 2021, por el desplome de las importaciones.
Añade que es viable que en 2020 pueda firmarse un acuerdo de facilidades extendidas por diez años del FMI, que erogaría otros 10.000 millones de dólares y habla de la generación de 4.000 millones de dólares adicionales por la mejor cosecha, una posición exportadora de gas a Chile y Bolivia, mejores trenes, caminos y potencia eléctrica en el yacimiento hidrocarburífero de Vaca Muerta.
Indica el informe del Citi que los salarios y jubilaciones serían desindexados, para que el tipo de cambio alto sea el motor de la economía, y asevera que el gobierno tendrá un arranque similar al de Néstor Kirchner, con disciplina fiscal, subsidios a la luz, el gas y el transporte; estímulo al consumo como motor económico; control de cambios sólo para el atesoramiento, no para la transferencia de dividendos o pago de importaciones.
El papel del Citi pone en la mesa la principal hipótesis de trabajo de las fracciones de capital que gobernaron los últimos cuatro años, la tradicional puja entre dolarizadores y devaluacionistas que desde hace cuatro décadas sazona los finales de cada gobierno y los comienzos del próximo. El Citi también habla de una necesaria contención de Cristina Fernández y de la agrupación kirchnerista La Cámpora (¿para evitar el enfrentamiento con Alberto?), algo a lo que también se refirió Macri en los últimos días. .
Otro que ha revivido es el Plan de 14 puntos presentado por el dirigente peronista Sergio Massa el 4 de julio de 2018, donde se proponía la eliminación del IVA a la canasta básica de alimentos, la aplicación de paritarias libres, bono de emergencia para jubilados y pensionados, aumento de programas sociales, régimen de emergencia aduanera por 180 días, flotación administrada del tipo de cambio y sistema chileno de ingreso de capitales (con un año de inmovilización y pago de encaje).
Los organismos internacionales de crédito y los grandes bancos acreedores comenzaron a transitar el camino de la seducción con el que ya llaman el futuro Presidente, porque temen que una eventual desestabilización de Alberto Fernández abra el camino para el regreso de Cristina, y porque trabajan y se ilusionan con meter una cuña entre ambos.
El punto crítico está en las Letras de Liquidez (Leliq): son 20 mil millones de dólares que el Banco Central renegocia cada semana, pagando 70% de interés por un dinero que los bancos obtienen a menos del 50%, en una descomunal bicicleta financiera que logró mermar al mínimo el crédito a la producción. Los bancos se niegan a renovar esos papeles, lo que induciría a su licuación, mediante una devaluación mayor (como ocurrió con las Lebacs, letras del Banco Central), o a través de un canje forzoso.
La gravedad del descalabro deriva en última instancia a la prolongada contracción productiva. Argentina se encuentra entre las ocho economías más recesivas del mundo y soporta el peor industricidio de empresas desde el 2001. Frente a semejante demolición, todos observan los remedios que propone Fernández para salir del pozo.
El macrismo y el poder fáctico creyeron que era posible torcer el imaginario colectivo con encuestas pagas, donde se mostraba la “floreciente” situación financiera, pero que en realidad costaron cientos de millones de dólares para crear una falsa imagen, repitiendo la cantinela de casi cuatro años de que la culpa de todos los males la tenía el kirchnerismo en este enorme fracaso macrista, neoliberal y del FMI, no hay responsabilidad de la oposición.
La gran preocupación del poder económico y mediático es llegar a fin de año, mientras insiste en la intermediación de Lavagna y propician un compromiso de gobernabilidad. En sus retina está lo ocurrido en 1989, cuando en plena hiperinflación Raúl Alfonsín debió adelantar la entrega del gobierno a Carlos Menem. Para antes de todo eso, faltan las elecciones reales del 27 de octubre, la elección formal del nuevo presidente, en medio de la profundidad de la crisis.
Hay algo en lo que coinciden oficialismo y oposición: que Macri debe llegar a diciembre. Pero la realidad se sigue escribiendo en la calle.
*Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)