Difícil resulta sustraerse a lo ocurrido en las últimas elecciones primarias presidenciales efectuadas en Argentina destinadas a definir los candidatos de cada una de las coaliciones políticas. Si bien estaba cantado quienes ganarían en cada una de estas coaliciones, la contienda electoral serviría para medir fuerzas, ver cómo viene la mano. Y así fue.
Competían más de media docena de coaliciones, pero la atención estaba centrada en la votación que obtendrían la coalición oficialista Juntos por el Cambio, liderada por Macri, el actual presidente; el bloque opositor, Frente de Todos, encabezado por Alberto Fernández, quien fuera jefe de gabinete en el gobierno de Kirchner; y Roberto Lavagna, candidato de la coalición Consenso Federal.
Esta última buscó romper la creciente polarización entre las dos primeras, embarcadas en una lucha frontal centrada en el eje peronismo-antiperonismo.
Para introducir una cuña en el peronismo, Macri se hizo acompañar como candidato a la vicepresidencia de un peronista moderado, en tanto que la candidata natural del sector, Cristina Fernández, en una jugada estratégica magistral, decidió dar un paso al costado, ofreciendo a Alberto Fernández, con quien ha tenido desavenencias no menores, que encabezara el Frente de Todos, relegándose ella como candidata a la vicepresidencia. Para sorpresa de no pocos, Alberto Fernández aceptó la oferta.
Los resultados de la elección fueron contundentes, echando por tierra todos los vaticinios de las empresas encuestadoras. El triunfo de la dupla peronista sobre aquella oficialista, antiperonista, fue por paliza, bordeando el 50% con una ventaja sobre los 15 puntos a la dupla encabezada por Macri.
Los resultados señalan que todos los esfuerzos, no solo ahora, sino que siempre, por derrotar o dividir al peronismo han sido en vano. Ni las dictaduras militares, todas antiperonistas, han podido doblegar una fuerza política que puede pasar por altibajos, pero que de una u otra forma, resucita una y otra vez.
¿Cuál es la receta? La desconozco. El peronismo parece ser como una ameba, que se amolda según la ocasión, capaz de cobijar en su seno a moros y cristianos, no encuentra parangón en ningún otro país. Si bien en sus inicios tuvo una ideología más o menos definida, a lo largo de su existencia ha logrado que se identifiquen con él, desde la izquierda montonera hasta la derecha neoliberal en tiempos de Menem.
El peronismo parece conservar la manija, seguir teniendo el sartén por el mango. Desde el advenimiento de la democracia en Argentina, los gobiernos no peronistas de Alfonsín y De la Rúa, no fueron capaces de terminar el período constitucional para el cual fueron elegidos.
No obstante lo expuesto, si bien en las elecciones presidenciales de octubre parece evidente que ganará el Frente de Todos, no se puede cantar victoria antes de tiempo. Se ha jugado un primer tiempo, falta el segundo. Le ventaja puede ser irremontable, pero en política sabemos que todo es variable.
Macri centró sus dardos en la corrupción olvidando dos cosas: una, que este no es un elemento diferenciador porque la ciudadanía asume que prácticamente todos son corruptos; y dos, que hay que gobernar pensando en la gente antes que en el FMI. Los argentinos están cansados de los préstamos que no ven, pero que si deben terminar siempre pagando. Eso es lo central. Quieren que se gobierne para ellos, no para el “mercado”, esto es, no para los banqueros. Que se vuelva a gobernar para el pueblo.