Por Florencia Varas*

LAURA ALLENDE

Durante los días siguientes al golpe militar conversé en numerosas ocasiones con Laura Allende Gossens, hermana de Salvador Allende y diputada socialista hasta 1973.

El aire de Santiago entonces apretaba la garganta.

La voz de Laura Allende se quebraba en sollozos.

Los primeros días después del golpe se refugió en la casa de su sobrino Patricio Grove, después fue dejada en arresto domiciliario en su departamento en las Torres San Borja, allí tuvimos muchas conversaciones que por su gran relevancia histórica transcribo a continuación.

Mi emoción no ha cambiado al leer estas trnascripciones de nuestras entrevistas realizadas hace cuarenta y seis años y corregidas por su puño y letra.

En ellas se encuentra nuestra historia contada por la persona que estuvo más cerca del presidente Allende, no tan solo por ser su hermana, sino porque los unía el gran proyecto de un Chile más solidario, los grandes ideales de una nueva sociedad.

Laura Allende partió al exilio a Cuba y el 20 de mayo de 1981, Laura se suicidó saltando un edificio de La Habana, donde vivía.

Esta es su historia de cómo vivió el 11 de septiembre de 1973.

“Cuando pienso en el 11 de septiembre me parece increíble haber estado al margen de ese día. Había sido recién operada por lo que no tuve contacto ni con la gente de mi partido socialista ni con Salvador.

Días antes del golpe Salvador me fue a ver a la clínica, pero no me di cuenta que la situación fuera tan grave, ni mucho menos qué produciría en tan poco tiempo.

El 11 de septiembre había decidido ir al congreso, me había levantado temprano. No podría decir las horas, porque todo transcurrió apresuradamente, como en una pesadilla, una tremenda tragedia en la que no supe del tiempo. Estaba casi lista cuando, alrededor de las ocho y media de la mañana, me llamaron por teléfono para decirme que pusiera la radio y escuchara lo que estaba sucediendo. En ese momento supe que La Moneda estaba rodeada y que se habían sublevado las Fuerzas Armadas en Valparaíso. No esperé saber más, lo único que pensé fue irme a La Moneda.

¡Y esas cosas absurdas que suceden en la vida! Cuando quise partir, la citroneta estaba mala. Se había desconectado el borne de la batería. Parecía que lo habían arrancado. Yo dejaba la citroneta abierta todas las noches, para que el carabinero que cuidaba la calle pudiera resguardarse en ella. El carabinero no estaba.

Tuve que buscar un vecino para que me ayudara, el que demoró en repararla más o menos tres cuartos de hora.

Partí con una gran angustia, porque temía no alcanzar a llegar. Quería verlo: quería estar al lado del Chicho.

Mientras nos trasladábamos, el compañero puso una vez más la radio que tenía en sus manos, y oí que decían que en diez minutos más iban a bombardear La Moneda. Esto fue tan doloroso que le pedí: “¡por favor apaga el radio!”.

Por el camino, me pidieron dos personas que las llevara. Las subí y las llevé. Una de ellas, una mujer, me dijo: “parece que han bombardeado La Moneda y el presidente se ha entregado”.

Yo me volví sin decirle quién era, no me reconocieron y les dije:

– ¡Allende no se va a entregar nunca! Morirá, pero no se va a entregar.

Tenía la absoluta convicción de que así tenía que ser. Convicción que tuve siempre, pues estaba cierta que él iba a cumplir una etapa de nuestra historia, que iba a abrir un camino, que iba a hacer cambios profundos, pero ahora su vida estaba en peligro.

Recuerdo que recién elegido presidente, estaba acostumbrada a verlo solo o con otra persona, bajándose del auto y caminando por las poblaciones. Cuando empezó a cuidarlo el GAP muchas veces me sentí molesta. Pero luego comprendí, por las informaciones que recibí en La Moneda, y también meditando en la muerte del general Schneider, que su vida corría un gran peligro, que en cualquier momento podía terminar, pero que él estaba cumpliendo un rol histórico, y que tenía que ser así.

Por eso, esa mañana, sentía que nos estábamos separando y que él estaba cumpliendo con lo que el destino le había designado: Cumplir con ese rol de líder, del hombre que le dio una vida diferente a los trabajadores, que inició el camino hacia la igualdad, hacia el socialismo.

Por eso te digo, que tenía que ser así. Yo sigo pensando que él cumplió como tiene que cumplir el hombre que entrega su vida al pueblo y a su Patria, que hace un gobierno revolucionario.

Entierro de Salvador Allende

Al día siguiente, a las siete de la mañana, me llamó otro de mis sobrinos para decirme que había conseguido con la Junta que pudiéramos llevar el cadáver de Salvador al cementerio Santa Inés, donde está la tumba de mi hermana que había muerto hacía un mes.

¡Fue tan tremendo, tan doloroso, y al mismo tiempo tan súbito!

Este sentir que no era verdad, porque uno se aferra a alguna esperanza. ¡Cómo era posible que hubiera llegado ese momento! Pero era verdad.

Llegamos y allí esperaban cinco compañeros, que eran los que iban a hacer descender el féretro dentro de la bóveda. Yo los miré y la cara de ellos mostró una expresión de sorpresa. No sabían a quién iban a enterrar. Yo les dije:

“Aquí queda el compañero Allende, el pueblo no lo va a olvidar” …

Tencha agrego:

“Qué vergüenza, pensar que es el Presidente de Chile y miren cómo lo están enterrando”.

Uno de ellos tenía lágrimas en los ojos. Yo tomé una flor y quise ponerla encima del féretro, pero estaba tan trémula que se me cayó de las manos.

Entonces, uno de ellos saltó al fondo de la tumba, recogió la flor y la puso por mí.

Salimos del cementerio con tanta tristeza, pensando que era increíble que después de tanta lucha quedase ahí, sin que el pueblo lo supiera.

Cuarenta y ocho horas antes del golpe

Tengo el consuelo de haber estado con él el domingo 9 de septiembre, cuarenta y ocho horas antes del golpe.

El sábado, sentí una gran angustia, una gran urgencia por verlo.

En la noche decidí que el domingo lo visitaría.

Todos los domingos almuerzo con mis hijos, sin embargo, en esa ocasión les dije que se quedaran solos porque yo iba a almorzar con Salvador. No le había avisado, pero no me importó, pensé que estuviera donde estuviera, iría a verlo. “Voy a estar con él – me decía-, tengo que ir …”, no sé porque sentía una urgencia por verlo.

No tenía nada especial que decirle, pero quería verlo.

Ese domingo, tuvimos nuestro último acto público en el Estadio Chile. El Partido Socialista se reunía por última vez. Antes que terminara, me salí y llamé por teléfono para ubicar al Chicho. Me dijeron que estaba en Tomás Moro, así que me fui para allá.

Me abrazó con gran alegría al verme llegar, pues hacía tiempo que no estábamos juntos.

  • ¡Qué bueno que hayas venido! Qué bueno que vas a almorzar con nosotros” me dijo.

Almorzamos con cuatro personas más. Tencha llegaba esa tarde de México.

Estuvimos hasta muy tarde conversando y luego salimos al jardín. Las otras personas estaban con unas niñitas que él invitó a bañarse en la piscina, daba la sensación de que era un domingo cualquiera donde la vida transcurría normalmente. Parecía que no se corría peligro inmediato.

Cuando se despidió de las visitas dijo:

  • Me voy a recostar (deben haber sido más o menos las cuatro de la tarde), porque estoy muy cansado.

Me fui con él, se tendió en la cama, se tapó, me quedó mirando y me dijo:

  • Bueno, dame un beso y te vas, porque tengo que descansar y tengo que ir a esperar a la Tencha.

Yo no podía separarme, lo miraba y empecé a llorar.

  • Pero Laurita ¿Por qué lloras? – me preguntó.

No sé, – le dije-, tengo tanta pena, tengo una angustia muy grande…

  • ¿Por qué? ¿Qué te pasa?

  • No sé, tengo miedo que te hagan algo, yo no quiero que te pase nada…

  • ¿Qué me va a pasar? Soy presidente de Chile, he hecho el esfuerzo máximo para cumplir con lo que prometí, creo que ya he realizado mi vida. ¿Qué más? ¿Qué importa lo demás? ¿Qué puede pasar?

  • Siéntate aquí – me dijo, al tiempo que se sentaba en una silla al lado mío, y me tomaba la mano.

  • ¿Por qué tienes tanta pena? – me preguntó.

  • No sé – respondí- debe ser porque ya no te veo, siempre que estamos juntos hay gente, porque he estado enferma y te he visto tan poco.

  • Pero ¿no entiendes que, aunque yo te quiero mucho no puedo verte continuamente porque tengo que hacer?

  • Pues es eso lo que quiero que me expliques, que me digas qué es lo que pasa, si la situación es tan, tan grave como muchos me han dicho.

  • La situación es grave, y lo peor son las dificultades que me ponen, porque yo trato de arreglar las cosas, trato de buscar una forma de entendimiento, y por otro lado me deshacen lo que hago.

Me habló de situaciones producidas, me hizo entender qué difícil, cuán tremendo había sido para él el luchar por mantenerse dentro del sistema legal, creyendo que dentro de él podría realizar esos cambios fundamentales que Chile necesitaba, y por otro lado recibiendo una tremenda presión para que acelere el programa. Presión que yo también muchas veces ejercí, pues nosotros (Partido Socialista y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria) creíamos que entre más rápido fuéramos, más posibilidades habían de poder alcanzar ese estado que para nosotros era indispensable en la vida, en la política, una sociedad justa. Entonces comprendí que ese hombre había tenido que mantenerse y luchar contra fuerzas, tanto de afuera, de la oposición, como contra nosotros mismos, que queríamos acelerar el proceso.

Por eso que te digo, que yo creo que Salvador Allende era el único que tenía plena seguridad, el convencimiento de que era imposible en ese momento acelerar el proceso de cambios. Sin embargo, él trato de arreglar las cosas, de encontrar un acuerdo, pero sin volver atrás.

  • Laurita – me dijo-, aquí, en este momento hay algo que tú tienes que entender. Yo no soy un irresponsable, yo no quiero una guerra civil, no puedo permitir que se produzca una guerra civil. En Chile las familias están divididas; tú ves dentro de nuestra familia, de la gente que tanto uno quiere, hay quienes se oponen, que están en contra de lo que nosotros queremos hacer, que defienden sus intereses. Ellos están en una situación de oposición, y esto se produce en diferentes esferas del país. ¡Pensar cuántos obreros irán a morir! En realidad, el Ejército es muy fuerte, yo no soy un irresponsable, yo no quiero la guerra civil.

No a la guerra civil

Yo pensaba ese día 11 en la mañana, cuando muchos creían que Salvador Allende iba a pedir a los obreros que salieran, que resistieran; a los pobladores que lucharan, que él no lo iba a hacer, que él ya había sembrado la semilla, pero que la guerra civil no la quería.

Cuando le dije que si sucedía algo quería estar junto a él me pidió que no fuera a La Moneda.

En nada me vas a ayudar – me dijo-, solo me harás sufrir.

Yo no quiero mártires. Si no puedes quedarte en tu casa, te vas al Partido.

Sin embargo, el martes 11 partí instintivamente hacia La Moneda.

El destino mío era no compartir con él ese momento, pero él estará siempre presente en la vida de todos nosotros.

Honestidad

Hay personas que creen que nos enriquecimos con la Presidencia, esto es una total falsedad, él nunca favoreció a nadie de su familia y fue extremadamente estricto consigo mismo. Siendo Presidente, el Ministro de Salud quiso nombrar cono gerente general de la Polla de Beneficencia a mi marido, pensando que le iba a dar un gusto al compañero Presidente. Le llevó el decreto listo para la firma. Pero Salvador le dijo:

Por ningún motivo, como se le ocurre que yo le voy a dar un cargo tan alto y de esa importancia a una persona de mi familia.

Luego me llamó y me dijo:

Laurita he rechazado el nombramiento de Gastón (Pascal) porque no quiero que nadie en mi familia se beneficie. Todos están trabajando y seguirán haciéndolo en las mismas condiciones. Mis hijas: Isabel en la Biblioteca del Senado, y ahí va a seguir. Carmen Paz es parvularia y seguirá trabajando como tal. Beatriz es médico y estará al lado mío, será mi secretaria, pero no tendrá un cargo alto.

Nosotros siempre vivimos bien. Trabajando, nunca fuimos zánganos.

Mi padre era abogado y estuvo muchos años en la carrera judicial.

Salvador vivía en Guardia Vieja. Tu viste la casa como periodista. Era una casa modesta, Ley Pereira, pareada con otra.

Tomás Moro se adquirió pensando que podría ser la Residencia de los Presidentes de Chile.

Todo lo que se ha dicho con respecto a la riqueza y corrupción del Presidente Allende es una infamia que solo sirve para medir la pequeñez de los que quisieran destruir la imagen del compañero Allende.

Recuerdo que, en una oportunidad, volviendo de Barrancas, bastante tarde, vi una pareja esperando un bus. Como había problemas de movilización paré y ofrecí llevarlos. Subieron a mi citroneta y empezamos a conversar acerca del problema de movilización. De repente, el hombre vio que el auto tenía una placa, la placa que usábamos los parlamentarios. Me preguntó quién era yo, que por qué tenía esa placa. Entonces le contesté que yo era diputada.

¿Cuál de ellos es Ud.? – me preguntó.

Laura Allende…

¡Pero cómo! – me dijo asombrado-, Ud. Es la hermana del Presidente…

Yo creí que su sorpresa se debía a que siendo hermana del presidente llevara gente desconocida en mi auto, a gente humilde.

Soy la hermana del Presidente – le contesté-, pero también tengo que ayudar a la gente y siempre lo he hecho…”.

No, no es eso – agregó- ¡Cómo puede Ud. Andar en una citroneta!
La hermana del Presidente debiera tener un gran auto, la hermana del Presidente debe tener una categoría diferente, su hermano tiene que comprarle un auto muy, pero muy bueno.

Compañero – le dije-, Ud. Se equivoca, yo no tengo nada que no sea adquirido con mi trabajo, nosotros con la Presidencia de Salvador Allende no nos vamos a enriquecer.
Salvador nos pidió que entregáramos a la Contraloría una declaración jurada de todos los bienes que poseíamos.

Yo tengo mi casa, la estoy pagando, y la compré por intermedio de una Asociación de Ahorro y Préstamo, Ahorromet. Isabel, su hija, vive en la casa de Guardia Vieja, casa de Salvador, la única que tenía, salvo la pequeña casa de Algarrobo. Beatriz arrendaba una casa y Carmen Paz se compró una casa por una Asociación de Ahorro y Préstamo, igual que yo.

Es indiscutible que el Presidente podría haberles comprado casa, si hubiera usado fondos que no le correspondían, o quizás con su propio sueldo. Pero él nunca quiso que tuviéramos una situación diferente, ni que adquiriéramos algo que no fuera logrado con nuestro propio esfuerzo.

No digo esto por defender a Salvador Allende, sino porque en mi caso y en el de su familia, no nos enriquecimos durante su presidencia. Pueden ver mi cuenta bancaria. Todos, incluso él, declarábamos a Contraloría lo que poseíamos cuando él llegó a la presidencia, y es lo único que tenemos.

Siempre “el compañero Allende” – (me gusta mucho decirle “compañero Allende”- recalcaba que, si algo no le podía decir, era que hubiese sido un hombre inmoral, tramposo y deshonesto. Decía:

“yo tengo lo que me he ganado con mi esfuerzo. Además, yo nunca he viajado con viáticos”.

Yo tampoco lo hice cuando fui diputada, pues nosotros creíamos que no se debía gastar bienes fiscales en hacer viajes al extranjero con viáticos.

Salvador Allende tenía una moral bastante fuerte, era indiscutiblemente un líder muy querido por el pueblo, que se mantendrá siempre en el recuerdo de la gente y que tendrá un gran lugar en la historia.

Tenía defectos, y él mismo se reía y decía:

Yo soy como cualquiera de los compañeros… Y cuando hablaba a los pobladores, les decía: – “A mí me gusta una buena comida, mi ambición es que Uds. también la tengan, me gusta un buen trago, me gusta divertirme, entretenerme a veces…”. Pero él no podía hacerlo, pues se pasaba los días y las noches en continuas reuniones, discusiones, trabajos con ministros. En ese sentido se podría decir que era un hombre solitario. No tenía tiempo para entregarse a sí mismo, para desahogar sus sentimientos íntimos, para conversar tranquilamente. A veces esto hacía que apareciera algo distante, su apuro frustraba a muchos que querían haber dispuesto de más tiempo para conversar con él.

Vía Chilena

Salvador Allende pensó que podía hacerse esta Vía Chilena, pero; desgraciadamente, los intereses económicos, el poder de los que tienen grandes privilegios es demasiado fuerte.

Creo que Salvador Allende entregó una fuerza, un afán de lucha, que siempre va a ir desarrollándose, para que lleguemos a ser un pueblo libre.

Por eso el sacrificio de él no ha sido un sacrificio estéril, avanzamos mucho, pero era imposible establecer un nuevo sistema, dentro de un sistema legal como el que tenemos. Sin embargo, la semilla quedó. Creo que nosotros cometimos algunos errores muy grandes. Hubo compañeros que cumplieron bien, otros que no entendieron el proceso de cambios. También creo que algunos efectivamente no estaban preparados para este proceso, pues este incluye también un cambio en la persona. Además, no podía hacerse con la rapidez con que iban sucediéndose los acontecimientos y chocaba con una oposición incontrolable.

En otras palabras: La gente tenía que cambiar su mentalidad. No todos lo hicieron, no todos comprendieron que teníamos que hacer muchos sacrificios, mucho esfuerzo y mantener una gran honestidad. Hay gente que cumplió en esta forma, otros no lo hicieron.

Florencia, me preguntabas por qué Salvador no perdía su ánimo y su afán de lucha después de cada derrota en las diferentes veces que fue candidato a la Presidencia.

Quizás sea difícil para ti, que no eres mujer de partido, entender lo que es la lucha por una ideología. Nosotros sabíamos que cada campaña era la oportunidad de dar a conocer nuestro pensamiento, y que consideramos justo la oportunidad, para ganar adeptos, por eso, las campañas no eran pérdidas.

Recuerdo que en la del 1958, yo trabajaba en el Departamento del Cobre, tenía los niños chicos y participé muy poco. Casi no sabía cómo se hacía una campaña. Sin embargo, recuerdo lo que Salvador me dijo la noche en que perdimos la elección:

¡Qué lástima, tato que se puede hacer en Chile para cambiar la vida del pueblo chileno!… pero seguiremos luchando.

Esa tenacidad de Salvador, era la tenacidad del hombre convencido de que el camino había elegido era el que convenía y daría la felicidad al pueblo chileno. Para él, como para nosotros, cada campaña era una tarea. Una tarea que tomábamos con el fin de llegar a muchos lugares a exponer nuestras ideas, a discutir, a conversar. Por eso sentíamos que siempre íbamos avanzando, que iba aumentando el número de gente que comprendía nuestra posición. Por eso no nos desanimábamos. Pensábamos: “Ahora no se pudo, pero en la próxima lucha alcanzaremos nuestra meta”. Por eso seguimos adelante y Salvador nunca se dio por vencido. Pudo haber sido Presidente mucho antes si hubiera transado en sus posiciones. Lo admirable de Salvador es que nunca cambió su modo de pensar, nunca salió de su Partido ni de su línea política. Por eso sus convicciones y también podía trasmitir esa fuerza y este afán de lucha que el sentía profundamente; y que todos nosotros también sentimos siempre.

Mira, Florencia, el estar al lado de Salvador era tonificante. Recuerdo que siendo él senador, y yo era diputada, cuando yo vacilaba, él siempre me estimulaba diciéndome que podía trabajar, que podía hacer mucho porque tenía sensibilidad.

HORTENSIA BUSSI DE ALLENDE

Entrevista realizada el 13 de noviembre de 1980, en su departamento ubicado en calle Adolfo Prieto 125 departamento 304, Colonia del Valle, Ciudad de México, a las cinco de la tarde.

Tencha profesora de historia, tenía en ese momento 63 años.

Un hermoso departamento muy bien arreglado con plantas, sillas blancas con flores y una mesa redonda de comedor, junto a un bello retrato de ella pintado por Guayasamín.

Estos son los extractos de la conversación que tuvimos en esos días y se refieren a Salvador Allende y a su vida.

Como conocí a Salvador

“Yo conocí a Salvador Allende cuando él era diputado, un joven diputado por Valparaíso. Fue la noche del terremoto el 25 de diciembre de 1939, bajo el gobierno de don Pedro Aguirre Cerda. Yo estaba con unos amigos en el teatro Santa Lucía, en la Alameda.

Había oído de la familia Allende que vivía en Viña del Mar, pero nunca había tenido oportunidad de conocerlo. Un amigo común nos presentó, Salvador le tenía miedo a los temblores y este era muy fuerte, nos fuimos a tomar un café en la calle Tenderini frente al teatro Municipal.

Estaba muy preocupado por el temblor y a quiénes podía afectar, había sido muy fuerte en Santiago, debería haber sido un terremoto en alguna parte, pero no sabíamos cuál era el epicentro.

Salvador, aunque fundador del Partido Socialista, pertenecía a la masonería, recuerdo que aquí tuvimos nuestra primera discusión cuando yo le dije que encontraba obsoleta la masonería, había cumplido un rol con los padres de la patria, pero ya en nuestro siglo XX no tenía sentido.

Salvador me replicó que él era masón porque tenía una gran admiración por su abuelo, don Ramón Allende Padin, que fue un gran médico y participó en la Guerra del Pacífico, que por haber sido tan generoso y no cobrar jamás a sus pacientes, había muerto en la más extrema pobreza.

Entonces, al morir, la masonería compró dos casas: una para que viviera la abuela y sus dos hijos, Salvador y su hermana Anita, y la otra de renta para que tuvieran con qué vivir.

Entonces, me dijo que para él la masonería representaba también una deuda de gratitud.

Matrimonio

Al año siguiente nos casamos, Salvador era un joven Ministro de Salud de don Pedro Aguirre Cerda. Fue ministro hasta la muerte del Presidente.

Posteriormente, siguió ocupando altos puestos en el gobierno de Juan Antonio Ríos e inició su carrera parlamentaria durante vente y cinco años, en diversas provincias de Chile.

La historia lo juzgará

Salvador Allende, hoy muerto, su figura crece y se agiganta y es por eso que este exilio, este exilio chileno, ha encontrado ese apoyo, esa solidaridad, que va en aumento y no disminuye. Creo que se debe, sin ninguna exageración, al sacrificio de Salvador Allende, de su heroísmo, su consecuencia de ser siempre un hombre leal, porque él dijo: “Me queda satisfacción de ser un hombre leal que luchó”, porque son esas últimas palabras dichas en La Moneda, en donde se encerró solo e improvisó esas palabras. ¡Cómo un hombre, qué iba a enfrentar la muerte dos horas más tarde, pudo decir con tanta calma, con tanta serenidad, hacer un balance de lo que él quiso para Chile!

Golpe militar

P. ¿Salvador Allende intuyó el golpe de 1973?

R. Yo creo que en un comienzo no. Ud., Florencia, se tiene que recordar que los últimos años, sobre todo el último, fue muy difícil. Ya había muchos actos de violencia de la oposición, sabotaje hasta del aeropuerto, de los campos; todas las noches, mientras vivíamos en Tomás Moro, escuchábamos ruidos de disparos, de bombas que estallaban y no había noche en la que no sonara el teléfono para decirnos que a algún amigo nuestro le habrían puesto una bomba, en su casa, y eso a Salvador lo alteraba mucho. Así que estaba muy claro que la violencia iba en aumento en Chile.

Demócrata

Salvador murió y vivió de acuerdos democráticos, con la conciencia limpia de no haber traicionado la confianza de su pueblo.

Salvador sentía que ser gobierno era una tarea dura para todos, que los únicos privilegiados deberían ser los niños, esa fue su razón que lo motivó a apresurarse en la primera Navidad del gobierno popular, en un trabajo conjunto entre el Gobierno y Carabineros, salieron a las patrullas a recoger niños pobres que deambulaban en la noche de Navidad por la ciudad, y se les entregó a cada uno de ellos un par de zapatos. Con lo cual quería demostrar que en el gobierno de los trabajadores no hubiera niños descalzos en Noche Buena.

Puedo decir que durante los tres veranos que gobernó la Unidad Popular, la casa de descanso de los Presidentes de Chile, Cerro Castillo, fue compartida con grupos de alumnos destacados y niños lisiados, para eso adaptaron dependencias especiales en el Palacio Presidencial que acogiera a estos niños.

Muerte de Allende

P. Cuando Ud. Dice que Salvador Allende murió, ¿Ud. Dice que se suicidó?

R. No y todo el mundo sabe que no, esa es una versión de la Junta que dio para justificar la muerte del Presidente y también restarle valor a su acto heroico, sin embargo, los porfiados hechos y sus últimas palabras demuestran lo contrario; su último discurso, que le comenté, que hasta el día de hoy cada vez que lo escucho o que lo leo me impresiona por lo poético, por la serenidad de esa despedida en que le da el último adiós a su pueblo, agradece a sus colaboradores: A las mujeres, a los estudiantes, a cada uno les dedica unas palabras, él ya sabe que en dos horas más o en una hora más va a enfrentar la muerte.

p. Cuál es su versión de la muerte del Presidente ¿murió combatiendo o lo mataron?

R. Florencia, eso está tan dicho, tan escrito, publicado, todo el mundo lo sabe, la primera en relatarlo en el exterior fue mi hija Tati, en una gran concentración en la Habana, a pesar de su embarazo de siete meses, a pesar de haber sufrido el terrible schok de perder a su padre, a sus mejores amigos. Sin embargo, tuvo el gesto de valentía para narrar minuto a minuto como Salvador murió combatiendo en La Moneda, como incluso, puso fuera de combate a algunos tanques con tiros de bazooka, no quiero hablar más de esto, existen filmes, libros, declaraciones contradictorias de los propios militares. Comprendo que esto no se sepa en Chile, pero tengo fe que algún día se sabrá; la amordazada prensa chilena no tiene capacidad ni autonomía para relatar hechos históricos que afectan la dignidad del régimen establecido por las armas, solamente tiene libertad para denigrar a la familia Allende. Con dolor leí las informaciones y especulaciones sobre la muerte de mi hija Tati, versiones antojadizas sobre mi vida privada, en que alude a la riqueza con que vivo y Ud. ve, Florencia, como vivo yo.

La gente habla de mis riquezas, pero mis cosas no han sido devueltas. Mis pasajes son pagados por el Comité de Solidaridad.

 

 

* Florencia Varas. Escritora y periodista chilena, estudió psicología y periodismo en la Universidad de Chile y obtuvo una beca de La Thomson Foundation, en Gran Bretaña. Ha publicado ocho libros de reportajes que cubren un amplio espectro social y político chileno que va desde los años 1969 a 1990. Fue corresponsal de los diarios The Times y Sunday Times de Londres, BBC en Chile entre los años 1960 y 1990 y colaboró con los diarios O Globo de Brasil y O Estado de São Paulo como corresponsal en Suecia durante las elecciones que derrotaron al Ministro Palme en 1976 y cuando fue entregado el premio Nobel a Milton Friedman. Durante la década de los ochenta fue corresponsal del diario el Proceso de México.

Publicaciones

“Conversaciones con Viaux”, editado por la Aurora en 1972. Entrevistas en la Cárcel Pública de Santiago con el general Roberto Viaux, principal inculpado en el complot para impedir que el Candidato Socialista Salvador Allende fuera nombrado presidente después de haber ganado las elecciones de 1970y se convirtiera en el primer gobernante socialista de Chile.

“Operación Chile”, Editorial Pomaire 1973. Es el primer libro sobre el golpe militar de Chile de 1973, se publica en España, en noviembre de 1973.

“Coup”, Editorial Stein and Day. New York 1974. Nueva edición aumentada en ingles de “operación Chile”.

“El caso Letelier”, Editorial Aconcagua 1979. Relata el atentado contra el ex Canciller y ex Embajador en USA de Salvador Allende, Orlando Letelier, quien muere cuando una bomba explota en el auto que viajaba en el centro de Washington DC.

“Gustavo Leigh el General Disidente”, Editorial Aconcagua 1979. Trata de la expulsión de la Junta Militar de su integrante Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea de Chile, Gustavo Leigh Guzmán, quien diera en 1973 el golpe militar junto al General Augusto Pinochet, y quien además ordenara el bombardeo de La Moneda (Palacio Presidencial), el 11 de septiembre de 1973.

“Exilio en Madrid”, Editorial Aconcagua 1983. Durante el gobierno militar muchos chilenos son expulsados del país, entre ellos el Presidente de la Democracia Cristina y senador Andrés Zaldivar, este libro trata de su exilio en Madrid y de las reflexiones que él se hace en cuanto a la responsabilidad de su partido demócrata cristiano en el golpe militar chileno de 1973.

“Chile entre Si y el No”, Editorial Aconcagua 1989. En este libro se entrevistan a los principales actores políticos de Chile de diferentes tendencias ante el histórico plebiscito que derroto a Pinochet e inicia el régimen democrático chileno en 1990.

“Pisadas en la Arena”, Editorial Las Orcas 2010.

«Amor y desesperanza» publicado por ediciones ChileAmérica, CESOC octubre 1999.