por Javier Tolcachier

En las elecciones primarias celebradas este domingo en Argentina, la fórmula Alberto Fernández- Cristina Fernández de Kirchner obtuvo un contundente triunfo. Con un 47.65%, la diferencia con la dupla oficialista Macri-Pichetto fue de más de 15 puntos porcentuales o casi cuatro millones de votos.

El Frente de Todos superó al gobierno en 22 de 23 provincias, con la excepción de Córdoba y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en las que el amplio margen de ventaja oficialista en anteriores elecciones se redujo considerablemente. Definitoria es la victoria en la provincia de Buenos Aires, cuyo padrón electoral representa un 37%  del total.

Más atrás aparece en el favor popular el dúo Lavagna-Urtubey con un 8%, que resultó de poco peso a la hora de despolarizar la elección.

Con una participación (75.8%) similar a la de las primarias 2015 y un caudal de votos nulos y blancos de alrededor de un 4%, la elección evidencia una ventaja difícilmente franqueable para Macri en las elecciones de Octubre, anticipando el regreso de un gobierno progresista en la Argentina.

Contexto local y geopolítico del resultado

A efectos de ponderar este resultado, debe mencionarse como elemento objetivo el grave contexto social signado por creciente pobreza, desocupación y caída del poder adquisitivo que afectan a buena parte de los argentinos. La política recesiva del gobierno, la apertura indiscriminada a la importación, la fuga masiva de capitales, las dimensiones estratosféricas del negocio financiero han sepultado a la economía productiva, a las pequeñas y medianas industrias y comercios. Todo esto, sumado a una inflación por encima del incremento en los ingresos y elevadas tarifas en los servicios, han condenado a millones de argentinos a ingresar (o regresar) al estrato de pobreza multidimensional, del que habían logrado salir mediante políticas redistributivas en los anteriores gobiernos kirchneristas.

Para ocultar o minimizar los efectos anímicos – y por ende políticos – del deterioro del nivel de vida de la población, el desmesurado endeudamiento y la desinversión productiva, el gobierno contó con la protección cómplice de los conglomerados mediáticos dominantes. Medios que, en conjunto con jueces adictos y la concurrencia de sectores de los servicios de inteligencia, subvirtieron todo sentido democrático y de legalidad persiguiendo, difamando e incluso encarcelando a figuras líderes de la oposición.

Ampliando el foco, esto ha constituido una táctica idéntica a la utilizada en otros países de América Latina, que apunta a la proscripción electoral de dirigentes progresistas del calibre de Lula da Silva en Brasil, Rafael Correa, Jorge Glas o Ricardo Patiño en Ecuador. Es la guerra judicial (o “lawfare”, por su denominación en inglés) cuyo objetivo geoestratégico es reposicionar gobiernos latinoamericanos y caribeños alineados con los intereses de los Estados Unidos.

Esta guerra soterrada, a su vez, se enmarca en la reacción al proceso en curso de desoccidentalización del poder mundial, con el ascenso y alianza de potencias como China y Rusia en el tablero global, junto a la emergencia de una fuerte correntada favorable a un nuevo sistema multilateral de relaciones internacionales.

El gobierno de Macri ha sido un cuadro funcional a la reacción de los Estados Unidos a la ola de integración emancipadora que avanzó en América Latina y el Caribe desde comienzos del siglo XXI, ayudando a quebrar todo espíritu de solidaridad y soberanía intraregional. Por eso, esta derrota representa un quiebre en el mosaico latinoamericano de virreyes neocoloniales montado por la estrategia de la otrora potencia única. Quiebre que es todavía simbólico, dado el carácter preliminar de esta elección, pero que infunde un enorme ánimo a los movimientos sociales y políticos que trabajan en sentido emancipador.

La potencia de lo político

Estas elecciones, a contramano de lo que suele comentarse con referencia a cierta “apatía antipolítica”, ponen de relevancia la fuerza de la acción política, ya que es así cómo se construyó esta nueva mayoría.

La columna vertebral del movimiento masivo que acompaña a la candidaturas de Alberto y Cristina (popularmente conocidos como FF por las iniciales y la homonimia de sus apellidos) está formada indudablemente por el re-encuentro de las distintas corrientes del peronismo, un vórtice que históricamente ha encolumnado a los sectores populares en pos de conquistas sociales fundantes y que una vez configurado, posee para los adherentes a la épica peronista una atracción incontenible.

La concertación de la mayoría de los gobernadores peronistas – salvo por ahora los de Córdoba y Salta -, la sumatoria de numerosos intendentes en distritos clave y la reunión y activación de las principales fuerzas sindicales lograron establecer un núcleo político decisivo.

A su vez, el Frente de Todos cobró un carácter integrador y transversal, al ensanchar sus fronteras ideológicas, cobijando a un amplio arco de fuerzas opositoras no peronistas, tales como  sectores no oficialistas del radicalismo, comunistas, humanistas, bolivarianos, cooperativistas y municipalistas, junto al poderoso aporte de una variada gama de movimientos sociales de base en unidad heterogénea pero sólida.

La inteligente movida de situar candidatos competitivos como Axel Kiciloff y Verónica Magario para enfrentar al producto de laboratorio de la derecha liberal Vidal en Provincia de Buenos Aires, la decisión de no producir fisuras en competencias intrapartidarias, la valiente y generosa actitud de la ex presidenta de acompañar como Vicepresidente para facilitar el acercamiento y el apoyo de todos los sectores, mostraron la habilidad de una estrategia política ganadora.

Con una comprensión propia de la necesidad y de los mejores sentimientos, la militancia orgánica y la militancia independiente se plegaron con una sintonía admirable a la estrategia, en el despertar de una mística política que el individualismo propulsado por el gobierno pretendía sofocar definitivamente.

Plazas y estadios volvieron a llenarse con cientos de miles de personas emocionadas y esperanzadas para recuperar lo colectivo y lo común. Colocar representantes dignos de la comunidad de intereses que representa una nación, se convirtió en prioridad absoluta y alrededor de ella se tejió una fuerte armonía colectiva, que barrió con toda aspereza o posible desacople.

Unidad en la diversidad y sintonía que serán fundamentales de recordar en las etapas subsiguientes.

Los peligros hacia Octubre

El gobierno de Macri, ahora a la defensiva, ha demostrado tener pocos escrúpulos. Carácter que comparte con quienes lo sostienen en las sombras. Es improbable que el gobierno supremacista estadounidense, cuyo secretario de Estado es un ex jefe de la Agencia Central de Inteligencia, observe impasiblemente como se le escabulle uno de sus principales peones en la región, amenazando con un dominó regional de nuevos gobiernos populares.

Asimismo, es poco factible que el oligopolio de medios hegemónicos en Argentina permanezca mudo e inactivo ante la inminencia del regreso progresista al gobierno. Es de esperar que múltiples operaciones periodísticas, judiciales y de inteligencia intenten impedir el seguro triunfo de la oposición. Dichas operaciones podrían no solamente repetir mediáticamente hasta el cansancio el remanido pero aún efectivo sonsonete de la “corrupción” sino escalar a ribetes criminales. No pueden descartarse algún autoatentado – similar al que supuestamente sufrió Bolsonaro en la campaña en Brasil – contra alguna de las figuras oficialistas (incluido el presidente), operaciones de bandera falsa en el campo delictivo incriminando a principales dirigentes opositores, montajes judiciales de última hora o incluso la posibilidad de suspender las elecciones ante algún evento violento programado. Sin duda que una campaña del miedo ante el cambio de gobierno reemplazará la campaña de frases vacías de la “globolización” de la alegría.

Todas estas posibilidades deben ser tenidas en cuenta, dadas las características de un gobierno que ha demostrado ser propenso a las prácticas mafiosas.

Sin embargo, lo más probable es que aún ante el descalabro social en ciernes y al intento cobarde del oficialismo de no hacerse cargo y culpar al triunfo opositor por ello, el pueblo se sobreponga a toda maniobra y ratifique en Octubre en primera vuelta el cambio de rumbo. Esa amplia victoria otorgará al nuevo gobierno un respaldo sólido, pero constituirá al mismo tiempo un compromiso severo de responder en corto tiempo a las acuciantes necesidades y exigencias de la población.

El futuro gobierno

En sus discursos y apariciones públicas, tanto Alberto Fernández como Cristina han dado a conocer las claves de lo que será el futuro gobierno. Entre ellas, fundamentalmente estará el esfuerzo por recuperar la vitalidad del mercado interno, fortalecer la industria y los pequeños y medianos emprendimientos locales y con ello, posibilitar ingresos crecientes,  trabajo de calidad y garantía de derechos sociales. Un nuevo “contrato social” ha sido anunciado, en el que seguramente se buscará la concertación de sectores asalariados y empresariales para reactivar la economía nacional. Para lo que será imprescindible, tal como ya lo anticipó el candidato presidencial del Frente de Todos, frenar la irracional espiral especulativa a beneficio de la banca nacional e internacional.

Medicamentos sin cargo para jubilados y pensionados, aumento de salarios, expansión de la educación pública y la salud son elementos centrales de los pasos a dar por el nuevo gobierno. En particular, Fernández ha ponderado la expansión de la educación universitaria, como modo de hacer efectiva la posibilidad de ascenso social de sectores hundidos en la pobreza y en la marginación. A su vez, la potenciación del sector del conocimiento y la investigación permitirían dejar atrás la subalternidad tecnológica, sacando a la Argentina de la condena colonial de la primarización y colocándola en un espacio de desarrollo científico acorde a los tiempos actuales.

Las propuestas expresadas no remiten solamente a medidas tomadas ya en gestiones anteriores, sino que también potencian nuevos aspectos, seguramente en un más que positivo intento autocrítico de corregir deficiencias. Por ejemplo, la ya anunciada participación en este gobierno de los gobernadores provinciales, deja entrever una descentralización del poder hacia un federalismo efectivo, tan declamado y tan poco practicado en un país controlado colonialmente desde la principal ciudad portuaria.

Al mismo tiempo, la diversidad de fuerzas constitutivas del Frente de Todos, asegura futuras pujas pero también riqueza de matiz en las políticas públicas a acometer.

De interés es considerar el aporte de los exponentes de las nuevas generaciones políticas en posiciones de gobierno municipal o legislativo, lo que augura apertura a nuevos escenarios sociales como por el ejemplo el de la lucha por hacer efectiva la paridad de género a todo nivel y el avance de los feminismos en general.

En el campo internacional, es muy probable que un gobierno encabezado por Alberto y Cristina asuma posturas de relación multilateral y se apoyen en los principios de autodeterminación y no injerencia. De ese modo, se comenzará a conformar junto con México un nuevo eje de integración soberana progresista, que crecerá en paralelo e interacción con el grupo de naciones agrupadas en la Alianza Bolivariana para las Américas (ALBA) para resistir los intentos de dominación hegemónica desde el Norte.

La defensa irrestricta de la Paz como conquista regional y la soberanía frente a cualquier intento de agresión serán sin dudas pilares irrenunciables del nuevo período gubernamental.

Desde esta tribuna, esperamos que el gobierno también asuma la necesidad de una democratización comunicacional, que permita una real pluralidad de voces y una defensa de los avances sociales desde medios ligados consustancialmente a las luchas populares.

Quizás la idea de una alianza público-comunitaria sea de ayuda para desconcentrar progresivamente el poder y dar real y permanente participación a la base social en el camino de construcción de una nueva realidad. Realidad transformadora que, como muestran todas las experiencias anteriores, sólo puede sostenerse desde una masa crítica empoderada de los sectores populares. De este modo, el Frente de Todos se convertirá en el Gobierno de Todos abriendo la puerta a un nuevo amanecer.

 

(*) Javier Tolcachier es investigador del Centro de Estudios Humanistas de Córdoba, Argentina y comunicador en agencia internacional de noticias Pressenza.