En enero pasado, un programa de televisión abierta llamado Capital, dejó a los franceses espantados ante una realidad que estaba sucediendo bajo sus propias narices, pero de la que no se habían percatado. El canal M6 emitió un reportaje de investigación en que un periodista lograba entrar a un almacén de Amazon, cerca de la ciudad de Chalon-sur-Saône, al este del país. Ahí, en medio de estas bodegas y utilizando cámaras ocultas, fue testigo de cómo pañales, lavadoras y juguetes nuevecitos y en perfecto estado, eran totalmente destruidos dentro de grandes contenedores. ¿La razón?
No habían sido vendidos y, como la recuperación de los productos resulta muy costosa y poco conveniente para las marcas, la solución más simple era la destrucción.
La ola verde en Europa, y en Francia en general, se apodera cada vez más de los ciudadanos comunes y de la política, por lo que este hecho no hizo más que avivar un fuego que hace un buen rato ya estaba ardiendo. Fue así como en junio pasado, el primer ministro francés, Edouard Philippe, anunció la creación de un proyecto de ley que prohibirá la destrucción de artículos no alimentarios en el país.
Los franceses están verdes de consciencia
No hay duda de que Francia es uno de los países con mayor consciencia sustentable. En primer lugar, gracias a su Ley de Transición Energética, obliga a los supermercados a no desechar los alimentos que están cerca de su fecha de vencimiento, movilizándolos a distribuirlos gratuitamente a organizaciones sociales o bancos de alimentos.
Además, ya han descartado la construcción de un gran aeropuerto comercial después de las protestas que surgieron a causa de su impacto medioambiental, y se comprometieron a terminar con la venta de autos que funcionen con combustibles fósiles para 2040.
La política es un campo más donde se está reflejando esta pasión por el medioambiente. Sin ir más lejos, el año pasado el ministro para la transición solidaria y ecológica de Francia (nuestro equivalente a medio ambiente), Nicolas Hulot, renunció al gobierno, aduciendo que el presidente Macron no estaba actuando lo suficientemente rápido respecto a temas como el cambio climático y la implementación de energías limpias.
Y hay más. Los partidos ecológicos poco a poco ganan espacio; en las últimas elecciones del Parlamento Europeo, el partido verde francés, EELV, quedó en el tercer lugar de los escaños que corresponden a este país, llevándose el 13,5% de los votos.
Una práctica común en la industria
Lo que sucedió con el reportaje emitido por M6, no hizo más que echar leña a esta llama verde, considerando, además, otras informaciones que últimamente se han difundido.
«Ha habido un cierto número de escándalos recientes, incluidas marcas de moda que destruyen productos sin vender. Es este escándalo moral en torno al desperdicio de productos utilizables lo que llevó al gobierno a legislar», señaló a The New York Times el estudioso de las actitudes de los consumidores hacia el desperdicio de la Universidad de Reims Champagne-Ardenne, Dominique Roux.
Por ejemplo, la marca británica Burberry reconoció el año pasado, ante la mirada espantada de los compradores de lujo, que literalmente quemaba la ropa, accesorios y perfumes que no lograba vender. En total, la monstruosa suma de productos lanzados al fuego era de 28,6 millones de libras anuales (más de 25 mil millones de pesos chilenos).
La razón de tan escandaloso acto era mantener la exclusividad de la marca, evitando vender a precio de oferta o eventuales robos que desencadenarían una masificación de los productos. Afortunadamente, la compañía ya anunció que abandonaría esta práctica.
Se trata de una acción común en la industria que hoy, que en Francia destruye cerca de 650 millones de euros anualmente (casi 510 mil millones de pesos chilenos) en productos nuevos de consumo, de acuerdo a los cálculos de la oficina del primer ministro puntualizados en The Guardian. Y, lo que es aún más escandaloso, es que esta cifra corresponde a cinco veces más que las donaciones de los mismos productos.
«Es un escándalo»
Francia ya tomó consciencia y el pasado 4 de junio anunció la creación del proyecto de ley antigaspillage et pour une économie circulaire(anti desperdicios y por una economía circular), que será presentado y discutido a partir de este mes, de acuerdo a lo señalado por Le Monde.
«Es el desperdicio lo que conmueve, lo que es impactante para el sentido común. Es un escándalo», dijo el primer ministro en el momento del lanzamiento en París.
De aprobarse, la medida prohibirá la destrucción de los productos de consumo no alimentarios, entre los que se cuentan la ropa, los accesorios en general, los artículos cosméticos o de higiene, entre otros. ¿Qué se hará entonces con todas estas cosas no vendidas?
Las empresas deberán gestionar mejor sus inventarios, pudiendo reutilizar mediante reciclaje sus productos no vendidos, o bien, donarlos a organizaciones, bajo el riesgo de multa o incluso prisión. Tal como señaló Brune Poirson, actual ministra para la transición solidaria y ecológica de Francia:
«Podemos encontrar un modelo económico viable para asegurarnos de que todo lo que no se venda tampoco se elimine, sino que se done, con el fin de promover el desarrollo de la economía social y la solidaridad, o bien, transformar esos productos en piezas de repuesto, con el fin de recomponer objetos y aumentar su vida útil. Nosotros podemos evitar la destrucción de objetos, productos en perfecto estado de funcionamiento y este escandaloso desperdicio».
Pero la medida no sería inmediata, comenzaría a regir desde fines de 2021 para el caso de los textiles y los equipos electrónicos (que ya cuentan con cierta responsabilidad como productores en la legislación actual), para luego extenderse a las demás industrias, hasta alcanzar el total del mercado a fines de 2023.
¿Habrá excepciones?
Al parecer sí, al mercado del lujo no se le exigiría la donación de sus productos no vendidos, porque temen ver emerger un mercado paralelo con precios demasiado baratos comparados con los originales. Sin embargo, sí deberán reciclarlos y en ningún caso destruirlos o desecharlos. Tampoco correría para ciertos productos que sufren vencimientos, como algunos tintes.
Y, como las buenas ideas se imitan o se adaptan, la Unión Europea ya muestra síntomas de replicar este tipo de medidas: pretende reducir a un tercio los residuos alimentarios para 2025 y, en septiembre pasado, respaldaron la propuesta de reciclar todos los embalajes plásticos para 2050.
Aún queda un largo camino por delante, el que se transforma en un desafío todavía más grande si hablamos de Latinoamérica y Chile. Ya hay ciertas señales de cambio en nuestro país, como la prohibición del uso de bolsas plásticas, las ordenanzas de algunas municipalidades que quieren regular el uso de plásticos o iniciativas de parlamentarios o privados por gestionar de manera sostenible el uso o los desechos de este material. Habrá que ponerse las pilas entonces para alcanzar pronto a Francia y dictar leyes que por fin eleven a nuestro país a un buen estándar.