Por Jordi Jimenez.-
A veces parece como si la ciencia y la espiritualidad, más allá de lo aparente, compartiesen propósito y dirección. Durante mucho tiempo se ha insistido en verlas como disciplinas que se oponen en el objeto de su búsqueda, pero hay ocasiones que hacen dudar de que haya tales diferencias. Una de esas ocasiones fue el momento en que se conoció la siguiente noticia.
En el pasado año 2013 se confirmó que la sonda Voyager 1 abandonó definitivamente la heliopausa (una zona máxima de influencia del sistema solar) hace algo más de un año. De esta forma, se adentró en el espacio profundo del que nunca regresará. Se espera que la sonda Voyager 2 traspase también esa tenue frontera en 2015. Estas naves tardarán unos 40.000 años en llegar a la estrella más cercana a la nuestra, situada a casi 4 años luz.
Ha habido mucho debate acerca de si la nave se había adentrado en «lo profundo» o no, ya que el instrumento de medida que aportaba ese dato estaba estropeado. Al parecer, en 2012 hubo una repentina disminución de «partículas» que habían bombardeado la nave en todo este viaje y que provenían de la actividad solar. Se hizo una especie de silencio alrededor. Eso parecía indicar que había abandonado la zona de influencia del sistema, pero muchos decían que todavía estaba en una zona de transición, una especie de frontera difusa amplia. Finalmente, otros instrumentos que aún funcionan, han podido comprobar el cambio de «densidad» en el entorno de la nave, lo que confirma su salida de la esfera de influencia del mencionado sistema (solar).
Los datos que ahora envía la nave desde el otro lado son muy débiles (como una bombilla de nevera) y muy escasos (160 bits al día), y sólo pueden ser captados por las antenas de la Red de Espacio Profundo (DNS). Los científicos están expectantes sobre lo que se pueda ir encontrando la nave en ese espacio profundo. Ambas naves disponen de energía propia para desplazarse por sí mismas durante unos años más (hasta el 2020-2025) y para transmitir sus señales hasta los receptores terrestres. Luego, quedarán mudas pero seguirán avanzando en su viaje hacia el espacio infinito.
En las Voyager se incorporaron sendos discos de cobre bañado en oro, protegidos por cápsulas de aluminio, en los que se grabó un mensaje destinado a las posibles “inteligencias” con que se puedan encontrar en la profundidad del espacio. Junto con ese mensaje hay unas instrucciones para poder acceder a su contenido. Un propósito de contacto y de comunicación de la conciencia humana con lo que sea que haya más allá de las fronteras de lo conocido por ella. Un propósito de contacto que quedó grabado con fuerza en sus soportes metálicos y que aguantará el paso de los milenios.