Algo que no existe, parece a los pocos, demasiado, y a los muchos, demasiado poco.
Hablamos de la democracia, claro. De cuya inexistencia nadie hoy podría dudar. Sin embargo, con obediencia fingida, muchos ciudadanos y ciudadanas, participan todavía del culebrón electoral. Cada vez menos, es cierto, pero aún son muchos esos menos. Los muy pocos – los del tristemente famoso 1% – usan a esos “cada vez menos pero muchos todavía” para legitimar algo que no existe. Aunque algo les preocupa de esa nada, ya que la siguen considerando demasiado.
Pero, ¿puede afirmarse tan tajantemente que esa maravillosa (y a la vez tan justificada) intención de querer decidir por nosotros mismos, no haya conseguido nada? Después de tanto esfuerzo histórico, ¿sólo quedan en pie las ruinas de un estruendoso fracaso? ¿Acaso no tiene mayor injerencia hoy el ciudadano en sus propias decisiones (y aún en la de otros) a través de la vida pública “democrática?
Los inventores del asunto, al menos si seguimos la tradición lineal de Occidente (lo cual sin duda es una ingenuidad) son unos aristócratas griegos esclavistas que de pueblo poco tenían. La República romana, si bien constituyó un avance, en tanto los plebeyos dirimieron crecientemente el espacio de gestión a los patricios, terminó en imperios avasallantes, personalistas y bien poco democráticos.
Si es que la democracia ha existido alguna vez, es obvio que hoy estamos en un momento de declinación de alguno de sus ciclos. Lo que vemos son algunas de sus mutaciones o perversiones. O aún mejor: si es que nunca ha existido, podríamos decir que lo que hemos visto o vivido hasta ahora son apenas experimentos embrionarios.
Observemos en detalle su variante actual más extendida.
La Timocracia
El timo es una glándula relacionada con el crecimiento, pero también el sustantivo del verbo “timar”, que según los académicos supervisores de la lengua española – aún tan realistas como su ya irreal monarquía – significa “engañar a alguien con promesas o esperanzas.”
Espléndida definición de la “democracia” vigente, ¿no les parece? En verdad sucede – como lo indica Silo en la sexta de sus “Carta a mis amigos” – que “Desde la época de la extensión del sufragio universal se pensó que existía un solo acto entre la elección y la conclusión del mandato de los representantes del pueblo. Pero a medida que ha transcurrido el tiempo se ha visto claramente que existe un primer acto mediante el cual muchos eligen a pocos y un segundo acto en el que estos pocos traicionan a los muchos, representando a intereses ajenos al mandato recibido.”
Así, el engaño mina repetidamente ese acto de confianza que la gente deposita una y otra vez con fe sincera. Los pueblos son así estafados en su esperanza de una vida mejor para sí mismo y los suyos.
¿Por qué ocurre esto? ¿Es fruto de la casualidad, accidente de la naturaleza? ¡Qué va! ¡Es sistema, es intención, es premeditación y alevosía!
Como nuevamente nos esclarece Silo: “Ya, en la máquina partidaria, los grandes intereses financian candidatos y dictan las políticas que éstos deberán seguir.”
Y cuando llega aquel o aquella valiente, genuina y coherente personalidad que pretende realizar los cambios acordes con la necesidad y la palabra empeñada, sucede que esos mismos “grandes intereses” (vistos en clave moral en realidad no tan grandes, sino más bien pequeños, groseros y mezquinos), embaten con todo el arsenal disponible para que aquella estupenda misión no pueda llevarse a cabo.
Entonces ya no es el títere el que comete el fraude sino el propio titiritero, cuyos hilos se han cortado, quien pretende tomar las riendas de un caballo indómito que amenaza desbocarse.
La estafa se produce una vez más y si es que se ha logrado que las cosas vuelvan a su curso habitual (lo cual nunca se logra del todo, a pesar de lo que parezca) comparece en el escenario un nuevo artista, el hipnotizador, quien intentará con su arte apaciguar la furia de corazones engañados, asegurando que “aquí no ha pasado nada”. Al escamoteo y la hipnosis, se le agregará una dosis inducida de amnesia, para intentar que el pueblo, una y otra vez, caiga en la trampa.
Pero el acto falla y aún cuando el esquema en apariencia se sostenga, mostraremos – aguafiestas nosotros – la verdadera trastienda del truco.
La “Demosgracias”.
Éste es otro engendro del fantástico mundo de las actuales “democracias”.
Decíamos que “muchos” – aunque cada vez menos y con cada vez menos fe en la comedia – aún participan del ritual electoral. La gente está cada vez más informada, no por los medios sirvientes del capital concentrado, sino por el creciente e igualitario acceso al incontrolable caudal de noticias y opiniones que encuentra en el mundo virtual. La vulgar prestidigitación de la timocracia ya no opera de manera convincente. ¿Por qué entonces todavía muchos “comulgan” con tamaña mentira? (el uso de la palabra es deliberado, haciendo alusión a otras farsas similares, también ligadas al fenómeno de la fe).
Exhibamos al menos dos motivos. En los lugares donde la simple supervivencia es un oficio duro, donde la mayor parte de la gente parte desde muy atrás en las facilidades que le brinda su entorno – o sea, hoy en casi todo el mundo y para casi toda la gente – el Estado toma características de “madero” al cual aferrarse en el torrente de la inundación social. Si uno observa en detalle las cifras mundiales de ocupación, adquiere las dimensiones del otro gran fraude, el capitalismo, que lejos de brindar oportunidades, destruye en su voracidad a todo empleo sustentable. El Estado es visto entonces como la posibilidad de trabajo seguro para muchos. O como último lugar adonde dirigirse en la adversidad. Por el contrario, en aquellos mismos lugares, el aparato del Estado es un objetivo a conquistar por arribistas ambiciosos e inescrupulosos. El Estado se convierte así en un botín a repartir entre la familia y allegados, con la sola condición de recitar discursos inflamados, llenos de lugares comunes, que habitualmente incitan a no dejar que la facción rival, igualmente corrupta, se haga con su presa.
Si uno entonces, en el afán de comprender el asunto, restara de las exiguas cifras de la participación electoral (que ya ni siquiera dan legitimidad a los electos) a todos aquellos que “dependen” del Estado para su manutención, sea ésta mísera o fastuosa, prácticamente las cifras tenderían al cero absoluto.
Por otro lado, la situación actual es “doblemente timocrática”, ya que cuando aparecen dudas fundadas en la población, se apunta a aguzar su costado “timorato”, mostrando que la alternativa a la evidente traición es “el caos de la anarquía” o la “dictadura”. Y ya que mencionamos a la dictadura, mostremos entonces su cara actual, la pancracia.
La Pancracia
La pancracia es aquel intento del poder establecido de gobernar el mundo sin la opinión o la decisión de las mayorías. En los ámbitos de poder es denominada – con mucho mayor elegancia – “gobernanza global” y no es sino, la extensión de la conocida plutocracia a nivel planetario.
Lejos está por cierto esta “pancracia” de significar “gobierno que dará pan” a los cerca de mil millones de hambrientos en el planeta. La denominación que usamos encuentra su raíz en el prefijo griego según el cual “pan” es aquello que abarca a todo. O sea, un par de “vivos” se quieren quedar con el pan de todos y borrar toda traza de participación popular en las decisiones.
Hay en todo ello no sólo un factor de apropiación, sino también uno de degradación. Se cree en esos ámbitos que la gente no es capaz de entender los “complejos problemas del mundo actual”. Es el viejo argumento del voto calificado, de la exclusión. El problema es que mucha gente, que no pertenece al ámbito de poder, también lo cree.
¿Qué ha sucedido con la magia y el sopor de la falsa democracia? Visto desde la perspectiva usada habitualmente por la monstruosidad, la del “costo-beneficio”, la ficción de la timocracia se ha vuelto onerosa. Tal como dijimos, se ha vuelto poco eficaz, las personas ya no se contentan con sobrevivir, quieren vivir y vivir bien, quieren decidir y esto es peligroso. Más todavía, los pueblos comienzan a recomponer lazos y a aunar voluntades. Esto es ya sencillamente catastrófico.
¿Cuál es la estrategia de esta “pancracia” para llegar al gobierno del todo, vacío de molestas y recurrentes irrupciones del pueblo? Muy sencillo, se pretende relevar a los Estados de toda función relevante. Aquella construcción anglo francesa – luego replicada y mundializada por los Estados Unidos – que fuera útil a los designios de expansión (y protección) del naciente capital burgués en los siglos XVII y XVIII, se ha vuelto ya un aparato inútil y prescindible.
Hasta hace poco, por esa senda, funcionó la ideología. Pero ahora ya no. Se ha hecho necesaria la intriga delincuencial (que en realidad siempre estuvo presente). Esta modalidad tiene nombres como TPP (Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica) o TTIP o TAFTA (Tratado de zona de libre comercio entre EEUU y Europa).
Estos mamotretos legales pretenden establecer leyes de comercio internacional que hagan inmunes a las corporaciones multinacionales a todo intento popular de darle dirección a la propia vida. En una larguísima secuencia de apartados, se establece un sinnúmero de regulaciones que se oponen a todo control, penalizan a quienes desafíen sus derechos de propiedad y componen un marco institucional global que pueda ser manejado por esas mismas corporaciones (o quienes ellas dispongan). Tales son las fuerzas en juego. Mientras en algunos puntos, el pueblo reformula en su favor constituciones nacionales, los “pancráticos” apuntan a eviscerar a todos los Estados de cualquier potestad gubernativa. La lucha se ha recrudecido.
¿Y es que todo está perdido? ¿Ha desaparecido todo rasgo de democracia, de participación y libertad? De ninguna manera. Cuando un esquema decae, siempre pueden notarse los brotes de algo nuevo. A eso le llamamos (algo jocosamente con terminología acorde las ciencias de avanzada) Nanocracia, que no es sino el gen de la futura Democracia real.
La Nanocracia
En Gamonal, un barrio obrero de la pequeña ciudad de Burgos, los vecinos resisten la construcción de un bulevar, denunciando la connivencia de intereses inmobiliarios privados con los políticos de turno. En Hamburgo, se detiene la destrucción de un centro cultural autónomo. En Sao Paulo y otras ciudades brasileras, multitudes se movilizan contra el aumento del pasaje exigiendo gratuidad en el transporte público. En Estambul, la inminente demolición de una pequeña plaza será el detonante de una masiva manifestación del pueblo.
Podríamos seguir con una larga lista, pero más nos interesa entender el fenómeno.
En todos estos lugares, el problema que desata la protesta es minúsculo. En todos, la movilización se amplifica y extiende a muchas ciudades en gesto de solidaridad. En todos, también, la No Violencia, la desobediencia civil ante la injusticia, son el patrón común. En ningún lugar la responsabilidad y dirección de la acción descansa en liderazgos, sino que son los conjuntos los que se auto organizan. En todos (o casi todos) la demanda consigue su objetivo.
En otros sitios, como Chile, Colombia, Grecia, España, Méjico, Israel, Tailandia, Rusia, Estados Unidos, y otros tantos, la gente sale a las calles con igual masividad, aunque ya con proclamas de un tenor mucho más estructural. Exigen cambios en los usos, no sólo en los abusos. Cambios de raíz.
¿Qué significa todo esto? Que los pueblos comienzan a decidir. Desde lo más directo, desde lo cotidiano, las personas ya no esperan el próximo turno electoral, ni obedecen las consignas paternalistas. Quieren algo nuevo, es una nanocracia que va de menor a mayor, desde lo más cercano a lo más distante, de lo más simple a lo más complejo, que crece y es síntoma de lo que vendrá. El nuevo sistema aún no se ha instalado, pero la gente ya no se resigna, ni espera. Actúa y exige.
La Democracia, una gran aspiración
Estos ejercicios nanocráticos son un ejemplar y necesario experimento. Ejemplar porque animan. Necesarios porque el ejercicio es imprescindible para todo aprendizaje.
Los pueblos han vivido siglos sumisos (más o menos voluntariamente) o sometidos (más o menos por la fuerza) a las intenciones de aquellos poderes que decidían por todos. Por ello es que no es tan sencillo que, de buenas a primeras, todos sepamos como auto gobernarnos y como tomar decisiones junto a otros.
Este aprendizaje es mucho más que una “técnica”, mucho más que un “conocimiento” obtenible desde “afuera”. Es imprescindible que profundicemos también en nuestra interioridad, que meditemos sobre nuestra actitud y sentido en la vida.
Sólo así podremos ver al otro como un igual y un diverso a la vez, solo así podremos apreciar la belleza y el significado de lo humano. De esta manera estaremos en condiciones de reconocer al otro, de valorar su opinión e intención sin volverlo objeto de nuestras apetencias particulares. Sólo así podremos reconocer en nosotros ese impulso hacia la libertad que rechaza la injusticia, la violencia, la imposición.
Sólo así tendrá la democracia, en tanto expresión de fraternidad, igualdad y libertad un verdadero sustento. Sólo así, en esa simultaneidad en la transformación de los ámbitos externos e internos, cimentaremos una nueva etapa política y social.
La democracia inexistente en el hoy, se erige entonces en el clamor acuciante de una gran aspiración hacia el mañana. Aspiración que nos ayuda, junto a otras, a que nazca un nuevo ser humano.