Por Daniel Fuentes Castro para elDiario.es
El pasado martes tuvo lugar en el palacio del Elíseo una conferencia de prensa en la que el presidente Hollande anunció un giro sustancial en su política económica. En un ejercicio de retórica marca de la casa, el anuncio ha recibido el título de «pacto de responsabilidad con las empresas» (hay que ver cómo hablan los primeros espadas de la política francesa, incluso cuando no dicen nada).
Lo que Hollande ha anunciado es que, a partir de ahora, su política económica estará diseñada desde la perspectiva de la oferta (estimular la actividad empresarial) en lugar de la demanda (estimular el consumo). La medida estrella consiste en una reducción de las cotizaciones sociales de las empresas a cambio de un esfuerzo en la creación de empleo. A falta de conocer los pormenores, es posible que esta medida venga acompañada por alguna subida de impuestos. Y es seguro, porque también lo ha anunciado, que habrá una disminución del gasto público en el resto de su mandato.
Consciente de que esto puede interpretarse como una ruptura con el ideario socialdemócrata, Hollande se ha apresurado a puntualizar que «sigue siendo socialista» y que «no me ha ganado el liberalismo, todo lo contrario, puesto que es el Estado quien toma la iniciativa».
La situación tiene cierta semejanza con la vivida por Zapatero en el Congreso de los Diputados en mayo de 2010. ¿Recuerdan? Ante el deterioro de la situación económica, Zapatero se vio obligado entonces a ceder a las presiones de Berlín y Bruselas. Tuvo que abandonar aquello de «saldremos todos juntos de la crisis» y «los derechos de los trabajadores y los derechos sociales no se verán afectados». Luego, el Gobierno de Rajoy se encargó de hacer el resto. Hoy es Hollande quien recibe presiones de la comunidad internacional, que no ve creíbles sus esfuerzos para controlar el déficit público francés.
La verdad es que Hollande destila el mismo optimismo ingenuo que Zapatero en su día. De hecho, entre los votantes socialistas franceses corre el chascarrillo de que «lo peor de Hollande es que no nos ha decepcionado». Ahora bien, ¿en qué medida la situación económica de Francia es comparable a la de España?
Lo que preocupa de Francia es su déficit público, que parece tener vida propia desde hace más de treinta años. Crece con gobiernos de derecha y con gobiernos de izquierda, crece en tiempos de bonanza y en tiempos de recesión, con cohabitation y sin ella… Hoy se sitúa en el 93,5% del PIB, muy similar al 92,3% de España (datos del tercer trimestre de 2013).
Sin embargo, existen dos diferencias sustanciales entre una deuda y otra. En primer lugar, el incremento reciente de la deuda pública ha sido mucho mayor en España (54,6 puntos en los últimos seis años) que en Francia (27,9 puntos). En segundo lugar, Francia paga unos intereses por esta deuda notablemente menores que España (el verdadero coste para las arcas públicas no es el principal de la deuda, que se amortiza con nuevas emisiones, sino sus intereses): el coste de un bono genérico a 10 años ronda el 2,3% en Francia frente a más del 4% en España.
Por otra parte, los ingresos totales de las administraciones públicas francesas son particularmente elevados. Equivalen al 51,8% del PIB (datos de 2012), sólo comparables en Europa con los ingresos de Bélgica (51,0%), Suecia (51,4%%), Finlandia (54,4%), Dinamarca (55,5%) y Noruega (56,1%).
En cambio los ingresos de las administraciones públicas españolas representan un magro 37,1% del PIB, por delante únicamente de Bulgaria (35,2%), Letonia (35,1%), Irlanda (34,5%), Rumania (33,6%), Eslovaquia (33,2%) y Lituania (32,7%). El margen de maniobra, teniendo en cuenta el gasto público comprometido, no es el mismo en un caso que en el otro.
La situación del mercado laboral tampoco es la misma. La tasa de paro en Francia ha alcanzado el 10,9% de la población activa en el tercer trimestre de 2013 que, si bien supone un máximo, está muy lejos de nuestro 26,6%. Desde el estallido de la crisis subprime, el paro ha crecido 18,2 puntos en España (da miedo hasta escribirlo) frente a 2,5 puntos en Francia. El paro de larga duración se ha incrementado 9,4 puntos en España por tan sólo 0,7 puntos en Francia. Y si hablamos del salario mínimo, en España no llega a 750 euros mensuales mientras en Francia supera los 1.400 euros. Sobre las condiciones laborales, mejor corramos un tupido velo… Un paro récord, el de Francia, que ya quisieran otros.
Así las cosas, ¿existe alguna diferencia entre lo que Hollande acaba de anunciar y las políticas de austeridad aplicadas en España? A mi modo de ver existen, al menos, dos diferencias importantes.
La primera es que mientras España ha puesto su atención en el déficit público, Francia se ha fijado como objetivo reducir la tasa de paro («no tengo más que una prioridad, que un compromiso, es el empleo», afirmó Hollande en su discurso de fin de año). Francia se dispone a reducir los ingresos públicos para estimular la actividad económica (que supuestamente contribuirá a su vez a generar nuevos ingresos con los que se podrá atender la cuestión del déficit), mientras que España utiliza la contracción del gasto como medio directo para corregir el déficit (contribuyendo así a la depresión generalizada de la economía). Francia cambia los estímulos a la demanda por estímulos a la oferta, España recorta.
La segunda diferencia es que las medidas de austeridad propuestas por Hollande incluyen una contrapartida: se reduce la carga fiscal de las empresas a cambio de generar empleo. Dudo mucho de que el contribuyente francés aceptase la máxima de soltar dinero a cambio de nada, como ha sido en el caso del rescate financiero en España.
Por supuesto, si la economía francesa tiene opciones de salir bien librada del envite no es porque Hollande haya tenido una revelación. Su ventaja consiste en que, con una presión fiscal tan elevada, el Estado francés tiene margen para redimensionarse y acometer las reformas que ha anunciado: reducir las cotizaciones empresariales, contener el gasto público y estimular la creación de empleo. Además, Francia disfruta de una prima de riesgo mínima que facilita enormemente su endeudamiento. Y, por último, Hollande sabe que si bien la rigidez del mercado laboral francés frena el crecimiento potencial de su economía también tiene efectos positivos sobre la cohesión social.