“Vosotras ya no sois colonizadoras. Pretender asumir un hecho histórico dónde vosotras no estabais desprende cierta actitud de superioridad”
Ángela (Nanguan) Nzambi puede explicar, a través de su nombre, el pasado colonial que unió su país de origen y su país de residencia. Después de más de una década viviendo en Valencia, habla de lo que significa para ella ser mujer negra en Espanya, de las necesidad del reconocimiento entre comunidades del mundo y de las aportaciones –históricas y actuales- del feminismo africano.
Por Marianna Espinos y Mar Millet
“Un nombre tiene mucho que ver con la identidad”, empieza Ángela Nzambi, comentando el por qué en sus dos primeros libros tiene nombres distintos (Ngulsi por Nanguan y Biyaare por Ángela). Nos recibe para la entrevista después de participar en el ciclo de confictología de SCI Catalunya, dónde ha hablado sobre “La mujer negroafricana y migrada: retos y oportunidades” (noviembre 2018). Es tarde pero muestra una sonrisa y energía para seguir narrando.
“Como kwasio, mi nombre es Nanguan. En esa cultura, cuando naces te ponen el nombre de alguna antecesora y, de alguna manera, te están dando también una identidad. Yo llevo el nombre de una tía de mi madre. De ella se cuenta que se negó a casarse y a tener hijos -que para la época y la cultura a la que pertenecía son palabras mayores-. Se quedó en su pueblo con sus hermanos, con tal mala pata que se le murieron todos y le tocó cuidar prácticamente a todos sus sobrinos -y una de esas era mi madre. Es un nombre que llevo con muchísimo orgullo”.
Ángela es natural de Lía, un pueblo del distrito de Bata (Guinea Ecuatorial). “Por otra parte, somos fruto de la colonización”, prosigue. “Las dos culturas –las nativas y la española- han convivido siempre, incluso en la época con toda la represión colonial. Y según las normas coloniales, cuando naces la familia te tiene que bautizar con un nombre católico. A mi madre le pusieron Ángela, y a mí me llamaron igual. Nanguan ha quedado más en el seno de la familia y algunos amigos muy cercanos. Todo lo oficial viene con Ángela, por tanto realmente los dos son mis nombres, los he llevado toda mi vida, aunque Nanguan tiene ese arraigo por ser de mi antecesora.”.
Había una cita en una de las historias de tu primer libro: “Los mayores ya no cuentan historias, porque resulta más fácil asimilar e imitar” (Ngulsi, p. 49)
Los africanos perdimos la contienda y el ganador hizo lo que hacen todos los ganadores: cambiar la historia del otro y ponerla a su conveniencia. Pero de alguna manera no hemos hecho lo contrario, hemos dejado que el supuesto ganador cambie cosas tan importantes como nuestras formas de transmisión cultural. Nuestras culturas no son de edificios, nuestros elementos culturales son, entre otros, la literatura oral, los cuentos… Ese momento de sentarnos con los mayores en los patios, en las cocinas, y que nos cuenten historias de nuestros antepasados. Hay muchas cosas que hemos dejado de hacer. Para mí el peligro no está tanto en lo que los demás cuenten de nosotros sino en la asunción que hagamos de lo que se cuenta, y creo que hemos asumido esa inferioridad que nos aluden o para la que tanta narrativa generan.
Entonces, ¿existe una crítica o rechazo a lo que hizo España en Guinea Ecuatorial por parte de la población? Cómo describirías la relación que tiene la gente con esa antigua metrópoli, tanto la gente que vive en Guinea como la que reside aquí, como tú.
De alguna manera la historia nos ha relacionado y esa relación siempre va a estar ahí. Otra cosa es que la “madre patria” -como se llama en América- asuma también su historia, creo que no ha acabado de hacerlo. Es una relación de amor y odio que depende del momento y la circunstancia, pero en la vida cotidiana de allí ya no se tiene en cuenta lo que pasó, no hay ningún rechazo; al fin y al cabo es el europeo que más conocemos y es como el país de referencia. También me gusta señalar que vosotros ya no sois colonizadores, no sois tan siquiera hijos ni nietos. Cuando las víctimas no somos nosotras, vosotras os hacéis las víctimas. “Es que fuimos, hicimos…” ¿Tú que hiciste? Tú ahí no estuviste, no es cosa tuya. El pretender asumir un hecho histórico que tuvo que ver con vuestros tatarabuelos, a veces incluso lo veo como una actitud de superioridad.
Y cuando piensas en tu identidad, ¿cómo vives esa dualidad entre tu vida familiar, con un legado tradicional, y las influencias coloniales?
Realmente pienso en mis identidades, porque creo que una persona puede tener múltiples. Soy kwasio-africana-guineocuatoriana… me falta un término que nos identifique a todas las personas que hablamos español en África, en España, en Latinoamérica, con eso tendría una cuarta identidad, más apropiada si estoy en España o América Latina.
Sería un buen argumento para dejar atrás la pregunta “de dónde eres?” de una vez por todas, no?
(Risas) Podría ser. Seguimos enfrascados en la cuestión racial, y hoy en día la cuestión cultural prima por encima de la raza. En nuestro caso nos lo tendríamos que cuestionar.
Qué significa ser mujer y negra en España? Y en el caso de los países africanos, ¿Qué significa ser mujer allí y en qué punto está su representación y sus luchas?
En términos de representación, es nula, apenas acabamos de tener a la primera diputada negra (Rita Bosaho Gori), que salió con Podemos, y eso contribuye a la invisibilidad, la estigmatización, el encasillamiento.
Las mujeres africanas ya copan todos los ámbitos sociales, hay una gran lucha, aunque les queda mucho, factores y frentes sobre los que trabajar. Los gobiernos intentan equilibrar la situación buscando que haya una mayor presencia de mujeres, en Senegal dicen que ya han conseguido por ley la paridad en el parlamento; y en Ruanda incluso creo que hay más mujeres que hombres. Pero sí, ser mujer sigue siendo uno de los factores de discriminación, sobre todo en ámbitos como la política y parecidos.
¿Qué significa para ti la representación de la mujer en política? ¿Crees que se centra más en el cuidado de las personas, igual que en el relato “Destellos de un personaje” del libro Biyaare?
Es una historia que me gusta mucho, y en cambio he recibido alguna que otra crítica, porque supuestamente estaba limitando las expectativas de una mujer política. Para mí en cambio, la reflexión va en la línea que señalas: da la impresión de que los trabajos de cuidado no importen. Y estamos en un momento en el que, igual la política, quien sea que la ejerza, tiene que ir en ese sentido, estar centrada en las personas, que todos los ámbitos políticos tengan en cuenta esos cuidados.
¿Qué relación hay entre mujer y mercado? (África)
¿Te refieres a los mercados anteriores? ¿Alguien les ha contado a esas otras mujeres –las que venden pescado, verduras, carnes en los mercados africanos- la relación que tiene su trabajo y todo lo que podríamos englobar en el concepto de salud pública? ¿Y que posiblemente el trabajo del ministro o la ministra de salud pública dependa de lo que ella hace? Si no ha cuidado todos los procesos, eso luego afecta a la salud de quien compra ese alimento, es decir, afecta de un modo directo a la vida de una persona. Deberíamos decírselo para que sean conscientes de la responsabilidad social que tienen. Y son mujeres, tenemos esa relación con los cuidados, somos las que cuidamos, y más en África, donde los informes indican que ellas son las que sostienen las sociedades, las que cuidan de las familias, de la economía de cercanía. Deberíamos darles la importancia que tienen, y mi impresión es que los gobiernos no lo hacen.
Yo diría que incluso algún feminismo tampoco lo hace. Una de las mayores críticas al feminismo hegemónico blanco es el hecho que se celebre que las mujeres están ocupando espacios públicos pero gracias a que el espacio privado, lo que eran “sus” cuidados, los está llevando a cabo otra mujer de clase más baja que ellas – a menudo racializada o migrante.
Hay una discusión con el tema de las empleadas del hogar, trabajadoras del hogar y los cuidados, creo que es como se llaman. Me pregunto: ¿en esos espacios de discusión, suelen estar las amas de casa? Porque aquí sí hay ciertas pelotas que tiramos fuera y a lo mejor no deberíamos. Yo he trabajado en una casa y normalmente no tienes ninguna relación con él, sólo os saludáis, con quien te relacionas es con ella. Por lo tanto, si estamos hablando de un espacio donde se violan una serie de derechos, ellas tienen que participar. Pero muchas no están ahí. Y ya se ha dicho, hasta que no se resuelva los problemas de la última mujer, el feminismo no habrá conseguido sus objetivos.
¿Qué pasa con esos espacios privados que tradicionalmente ocupaba la mujer?
No estamos reivindicando los espacios en los que llevamos siglos estando, donde se deben de mejorar las condiciones, porque también son necesarios e importantes. Y aquí entra una de las particularidades de los feminismos africanos: reivindican la maternidad, porque es importante y tiene valor para las africanas; reivindican su trabajo con las familias. Luego junto con eso vamos a conquistar más.
¿Algunas pinceladas sobre el nacimiento de los feminismos, en plural, que rompen con el feminismo hegemónico blanco?
En el caso de los feminismos negros, dicen que primero fue Alice Walker, la escritora de “El color púrpura”, quien no estuvo de acuerdo con el feminismo hegemónico, porque tenía como modelo a la mujer blanca, de clase media, se dejaron de lado la cuestión de clase y la cuestión racial. Claro, no puedes abstraer tales cuestiones cuando tenemos estos procesos históricos. Entonces ella trató de idear un feminismo que englobase a todas las mujeres negras. Pero algunas intelectuales africanas tampoco estuvieron de acuerdo, alegando, entre otros, que los problemas de la mujer afroamericana no son los mismos problemas de la mujer africana. Es una literatura interesante, con nombres como Molara Ogundipe Leslie, Amina Mama y otras. Al final es una cuestión de contextos.
¿Cómo descolonizamos el feminismo?
En este caso precisamente, diría que nunca lo estuvo. Lo cual no significa que no haya sororidad. Amina Mama, en una de sus entrevistas, dice que las feministas europeas se iban a África a recoger las experiencias de las mujeres africanas. Para mí esa especie de mestizaje es el estado natural de las cosas. El problema de la hegemonía blanca es: “recojo todo lo de los demás pero no reconozco en ningún momento de que eso lo he cogido de ahí. Me lo he inventado todo y los demás os habéis hecho con mis invenciones». No es cierto! Tú, como todos, has ido recogiendo de aquí y de allá y has hecho una recomposición.
¿En qué dirección se tendría que “trabajar” para crear ese acercamiento? ¿Tienes algún ejemplo de buenas prácticas?
Para mí el reconocimiento es importante y una de las herramientas que tenemos para trabajarlo es a través del arte, por ejemplo. Creo que todas las comunidades humanas han desarrollado pautas muy parecidas, en todas las culturas se cuentan historias, se baila, … Debemos resaltar los aspectos que tenemos en común, que son muchos, aquellos que el capital separa por primar sus intereses.
Sin darnos cuenta ya es media noche y llevamos dos horas de conversación. A pesar de que todas seguiríamos compartiendo, es hora de apagar la grabadora para dejar descansar a Ángela, quien tiene que levantarse pronto para coger un tren de vuelta a Valencia. Quedan preguntas en el aire e ilusión para seguir en contacto, temas a los que dar mil vueltas más y muchos nombres de autoras, voces como la de Aminata Dramane Traoré, por explorar.