El 10 de abril, la Cámara de Representantes aprobó la moción unificada por la que el gobierno se comprometía a «reconocer oficialmente el genocidio armenio y darle una repercusión internacional». 382 diputados votaron a favor, nadie votó en contra, mientras que el 43 de Forza Italia se abstuvo.
Cada vez que un parlamento «extranjero» reconoce como genocidio uno de los mayores males del siglo XX, me vienen a la mente las palabras del periodista armenio, de ciudadanía turca Hrant Dink. Asesinado el 19 de enero de 2007, frente a la sede del periódico nacional para el que trabajaba, Agos, en Estambul, a un paso del barrio donde nací y crecí. A Dink le disparó un menor con una bala en el cráneo, cobardemente, por detrás.
«Un hombre que hablaba de paz», así lo definió su esposa Rakel durante su funeral. Cientos y miles de personas estaban presentes. Tal vez uno de los funerales más masivos en la historia de la República de Turquía. Dink, antes de ser asesinado, había recibido numerosas amenazas, debido a los discursos públicos que había pronunciado. Nada vulgar, sin insultos, sin ofender a nadie. Al igual que esa parte del discurso que a menudo me viene a la mente.
«Nosotros, los turcos y los armenios, nos comportamos de una manera enfermiza en nuestras relaciones. Los armenios todavía viven con fuerte trauma en su relación con los turcos, mientras que los turcos se relacionan con los armenios de una manera paranoica. Ambos son casos realmente clínicos. Los turcos piensan que tarde o temprano los armenios volverán a esta tierra y tratarán de recuperar la posesión del territorio, es un pensamiento paranoico. En cambio, los armenios están constantemente pensando en lo que han experimentado y en el hecho de que los turcos todavía no lo admiten, por lo que viven siempre en un estado traumático.
Aquí surge una pregunta: ¿Quién nos curará? ¿El Senado francés? ¿La decisión del Senado de los EE.UU.? ¿Quién es nuestro médico? ¿Qué medicamento necesitamos? Los armenios son los médicos de los turcos, y los turcos serán los médicos de los armenios. No hay otro medicamento ni otro médico que no sea este. La única solución es el diálogo, somos nuestros médicos. No existe otra solución.
Quienes toman decisiones políticas fuera de Turquía tienen la obligación de conocer, en primer lugar, la dinámica interna del país. Sus características sociológicas, su historia, sus condiciones políticas y culturales, e incluso los contenidos del sistema escolar. Todo esto nos dice algo sobre una serie de matices que constituyen las ideas, comportamientos y costumbres de toda la nación. Sin tener todo esto en cuenta, no se puede relacionar con un país. Cualquier tipo de comportamiento y decisión que no tenga en cuenta todas estas dinámicas está destinado a fracasar y a ser percibido y definido como una posición ajena, descuidada, fría, distante y quizás incluso provocativa.
Particularmente en el caso de la Turquía actual, podríamos hablar con seguridad de una cultura, conservadora, nacionalista, a veces incluso fundamentalista, fuertemente machista y patriarcal, asustada y, como ha dicho Dink, incluso paranoica. Cualquier tipo de acción, como la última decisión de la Cámara italiana, se percibirá como un gesto provocador y ofensivo. Para ayudar a esta gente quizás deberíamos empezar el trabajo entendiéndolo y entendiendo todas sus características. De lo contrario, cualquier tipo de acción recibirá una reacción fuerte y negativa que dañará aún más las relaciones.
Hoy soy escéptico, incluso por otra razón, sobre la decisión de la Cámara. Porque es una decisión tomada por mayoría que, de alguna manera, ha contribuido a la muerte de miles de personas en el Mar Mediterráneo. Los rechazos han causado la muerte de muchas personas, en el mar o a su regreso a Libia, la ley de seguridad ha hecho invisibles, chantajeables y precarias a miles de personas, el odio que se ha extendido por todos los medios de comunicación ha puesto a los inmigrantes en contra de los italianos y ha creado así un nuevo conflicto y un malestar colectivo. Este gobierno pentalegista, desde que adoptó, a nivel legislativo y comunicativo, las políticas de exclusión y marginación tiene las manos llenas de sangre. Exactamente como dijo Dink, la Cámara Italiana no puede ser la medicina necesaria para tratar la enfermiza relación entre estos dos pueblos, menos aun cuando se trata de un mecanismo agresivo y egoísta que alinea a personas como la del actual gobierno italiano.
Hoy en día, Turquía tiene cientos de periodistas, más de quinientos abogados, miles de políticos, once parlamentarios y numerosos jueces en prisión. La lista de personas que esperan la primera audiencia, en régimen de aislamiento, sin cargo, durante al menos un año, es larga. Para los que están fuera de los muros de los centros de detención, por otro lado, se les niega una serie de derechos, por lo que viven en un estado de muerte civil. Aquellos que se sienten obligados a abandonar el país arriesgan sus vidas en el Mar Egeo o en el río Maritsa. Algunas personas que intentan llegar a la costa italiana corren el riesgo de ser rechazadas, o una vez que ponen los pies en la tierra se encuentran con un sistema de recepción cada vez más precario y que funciona mal.
En Turquía, las cárceles están llenas de opositores. Son los periodistas que han criticado la intervención militar de las fuerzas armadas en Siria o los académicos que han pedido al Estado que deje de bombardear lugares en el sureste del país. También son los objetores de conciencia los que han decidido no enlistarse en el ejército. Los periodistas en prisión son los que han decidido revelar la corrupción que existe en los contratos y concursos para la construcción de grandes obras inútiles, dañinas y fallidas. Son los agricultores los que han luchado por defender su territorio contra la construcción de edificios. Son también los sindicalistas que han criticado al gobierno por haber vendido las fábricas, puertos, empresas y bancos del Estado con las salvajes privatizaciones que han cortado la producción agrícola, han quitado miles de puestos de trabajo y han hecho que el país dependa cada vez más del capital extranjero.
Estos sindicalistas, periodistas, campesinos, políticos y académicos también hablan de Italia. Son Leonardo, Beretta y Benelli, que venden armas en Turquía; Astaldi, que ha construido varias grandes obras públicas que han fracasado y son perjudiciales para los bolsillos de los ciudadanos y el medio ambiente, colaborando también con empresas locales corruptas y en relaciones directas con el Gobierno; y Ferrero, que explota el mercado de la avellana y pone de rodillas a los productores locales.
La Oficina Nacional de Estadística de Turquía anunció el 12 de abril los volúmenes de importación y exportación de este año. Italia mantiene su posición, la tercera en la lista de los países de mayor exportación, con 815 millones de dólares estadounidenses. En 2017 el volumen del comercio había superado los 8.400 millones.
Tal como dijo Hrant Dink: «Los turcos deben ser el médico de los armenios y los armenios deben ser el médico de los turcos. Las terceras partes pueden desempeñar un papel importante y útil en la creación de un diálogo sólido entre estos dos pueblos. Pero, por supuesto, esto no puede suceder si seguimos percibiendo a Turquía y a sus ciudadanos, exclusivamente, como un mercado y un grupo de consumidores y asumiendo políticas sociales y económicas que marginan, explotan y excluyen a los seres humanos.
Traducido del italiano por Estefany Zaldumbide