Por Juan Gómez
El reciente ataque a dos mezquitas en la ciudad de Christchurch, Nueva Zelandia, reabre nuevamente las recurrentes interrogantes sobre el porqué de esta violencia a personas inocentes, quiénes fueron los atacantes y quiénes las víctimas, cuál fue el móvil de los terroristas, qué se va a hacer para que estos hechos no se repitan en cualquier lugar del mundo, cómo se va a castigar a los autores del magnicidio, pero lamentablemente las consecuencias de estas acciones son la impotencia para detener estos atentados y la inseguridad y el miedo de que en cualquier momento, en todo lugar, cualquiera puede ser víctima.
Vamos a los hechos para saber con más exactitud cuál fue el móvil, las características de victimarios y víctimas, y la forma de consumar el genocidio, con el objeto de sacar las conclusiones más criteriosas amén de lamentarse profundamente por el sufrimiento causado.
Brenton Tarrant, un australiano de 28 años llega a la mezquita Al Noor en Christchurch en su auto y baja con un par de armas semiautomáticas, se dirige al interior de la mezquita y abre fuego contra unos 300 feligreses musulmanes que se encontraban en la oración del viernes. Vacía los cargadores y vuelve a su auto a buscar otras 2 armas de similares características y sigue disparando. El atentado dura unos quince a veinte minutos y deja un saldo de 50 muertos y un número similar de heridos.
Las consideraciones respecto a estos hechos comienzan por preguntarse qué hace un civil con al menos 5 rifles de asalto semiautomáticos de alto poder de fuego que están teóricamente fabricados para la guerra. Resulta inaceptable que ese tipo de armas puedan ser adquiridas legalmente por cualquier persona civil sin antecedentes penales. No podemos aceptar convertir los espacios públicos en campos de batalla con armas de guerra. Ese tipo de armas sólo le corresponde usarlas al ejército, ni siquiera a la policía, a no ser que sea un destacamento especial, y aun así es discutible, pero es materia de un debate que excede este artículo.
La organización violentista NRA, en una actitud irresponsable y pro-criminal siempre ha defendido el uso civil de armas de fuego, aún de grueso calibre, con la convicción de que a la delincuencia sólo cabe combatirla con armas, las que todo ciudadano tiene que tener derecho a adquirir y aprender a usar eficientemente si no queremos ser víctimas de los delincuentes, terroristas y alienados. Por eso en Estados Unidos nunca ha sido posible controlar las armas de fuego a pesar de las frecuentes matanzas y tiroteos en las que han perdido la vida miles de inocentes. La solución para ellos no es desarmar a la población sino por el contrario, armar a las posibles víctimas. Realmente inconcebible. El mercado norteamericano está inundado de armas que rebasan sus fronteras hacia todo el mundo.
Pero, aunque un eficiente control en manos de civiles solucionaría parte del problema, no es algo completo y definitivo. Lo más importante es un cambio de mentalidad.
Otra consideración tiene que ver con las características del sujeto. Un australiano de raza blanca, joven, aparentemente de ideas neo nazis, cree en la superioridad ciertas razas por sobre otras, en este caso la blanca, pero sin duda es mucho más. También tiene que ver con su religión, y con la cultura que la sustenta, la cristiana.
Sin duda las experiencias personales, educación y características de personalidad de Brenton influyeron decisivamente en su conducta a la hora de reaccionar frente a la inmigración islámica, y probablemente la africana también. Un problema de racismo cultural y religioso que le impide tolerar una idea, creencia, raza que no sea la de su condición. Ésta es la raíz del problema. Parece que nadie ha puesto atención a esto, al menos la clase gobernante. A través del estudio de este tipo de sujetos extremos podemos aprender mucho de la mentalidad criminal racista. También del racismo, la xenofobia, la homofobia y la intolerancia religiosa presente en buena parte de la población mundial, que son parte del mismo fenómeno: la intolerancia.
Lamentablemente los sistemas educacionales mundiales no han tomado cartas en el asunto y no se han adaptado para conjurar esta amenaza que se cierne sobre la humanidad. Todos en este mundo necesitamos aprender el respeto y la tolerancia, como pilares básicos de convivencia social y especialmente internacional. Tenemos que cambiar nuestra mentalidad ególatra desde la cuna por una basada en el respeto y la tolerancia. Para producir ese cambio hay una poderosa herramienta que permanece inutilizada: la educación. A todos los niveles, para chicos y grandes. Como los adultos ya no van a los centros educacionales, tiene que necesariamente impartirse a través de los medios. Sin duda la pretensión es cándida e ingenua, pero tremendamente necesaria.
Los medios dedican profusamente horas de sus noticiarios a transmitir noticias de la denominada página roja, es decir de asaltos, asesinatos y accidentes, que precisamente generan temor e inseguridad en la población frente al delincuente, que puede ser cualquier joven que vista distinto, denotando su pobreza o condición social inferior, su origen indígena tanto nacional como extranjero. Se convierten en el estereotipo del sujeto despreciable, excluido y rechazado.
También a través de los medios y en las escuelas se dedican a exaltar la nacionalidad propia, nuestros héroes, deportistas, intelectuales, artistas, etc. como los mejores, de primera, superiores a los de los países vecinos, inflando un ego nacionalista contrario a toda forma de integración.
Las religiones también contribuyen en la misma dirección, y aunque se declaran ecuménicos, la íntima convicción es que es la única verdadera, que todas las demás están equivocadas, pero hay que tolerarlas en función de su propio credo que les obliga a amar a sus semejantes. Es cierto que ha habido grandes encuentros ecuménicos pero se quedan sólo en el discurso y no perseveran en su intento ya que los traiciona el fanatismo fundamentalista que les impide aceptar otra creencia.
Para qué vamos a hablar de las ideologías políticas, primera fuente de intolerancia, tan miope muchas veces que se atacan incapaces de lograr un consenso ya que su ego ideológico los ciega y se dedican a defender no solamente sus egocéntricas ideas, sino a las personas y partidos que las representan, aunque muchas veces todos caen en errores, como humanos que son, y aunque saben positivamente que están equivocados, no es políticamente correcto ni conveniente reconocerlo.
En estas condiciones una persona un poco enajenada mentalmente y con acceso a armas de alto poder de fuego terminará muy posiblemente cometiendo un acto violento como el de Christchurch o como tantos otros que ha habido en los últimos años en Europa, Asia y Estados Unidos.
Insisto que las armas son el detonante del problema y hay que sacarlas de circulación, pero es la parte visible del iceberg, la mayor parte que se encuentra escondida bajo la superficie es el ego personalista que debemos educar para poder realmente integrarnos cultural, política y religiosamente.
Cuando estos egos se expresan nacionalmente como lo vemos a diario en los gobernantes mundiales, se producen conflictos que nos tienen armados hasta los dientes, llenos de inseguridades, temores y desconfianzas, viendo enemigos por todas partes.
Me pregunto qué pasaría si los gobernantes de los países amenazados y bloqueados económicamente como Irán, Venezuela, Cuba, Rusia, China, Corea del Norte y tantos otros, cambiaran su estrategia y empezaran a decir: nosotros no tenemos nada contra Estados Unidos ni contra nadie, estamos solamente defendiéndonos de las amenazas de que somos objeto, no queremos ningún tipo de enfrentamiento, es más buscamos integrarnos con todo el mundo, conocer su cultura, historia, a su gente, queremos mucho a todos los pueblos del mundo incluido el norteamericano y que nuestros pueblos se integren, se hagan amigos y compartan un destino común. Nosotros los gobernantes, nos sentemos a dialogar con altura de miras buscando las mejores soluciones para nuestros pueblos, atendiendo los problemas comunes que se nos presentan en un espíritu de confianza y unidad.
Tal vez desarticularía más de alguna política exterior nacionalista y dejaría en vergüenza a los agresores ante la comunidad internacional.