Contra viento y marea, el movimiento en favor de la no discriminación contra la mujer, por la igualdad de derechos, avanza inexorablemente. Este 8 de marzo, tanto en Chile como en el mundo, se ha llamado a participar activamente en una huelga feminista, que busca incluir a los trabajos remunerados, a los no remunerados como las tareas domésticas vitales para el mantenimiento del hogar y que en muchos casos deben asumir solas las mujeres como jefes de hogar, sin el compromiso de la pareja.
Ojo, no se trata de que dichas tareas, las domésticas –lavar, planchar, cocinar, hacer el aseo, llevar a los niños a los colegios- no se realicen este día, sino que no sean realizadas por las mujeres. La idea es que sean ejecutadas por los varones, a ver si logramos entender de qué se trata la rebelión femenina. Lo menos que podemos hacer es apoyar esta huelga haciendo lo que las mujeres suelen hacer todos los días y que nosotros debiésemos realizar no solo ocasionalmente, sino que alternativamente de común acuerdo o regularmente junto con ellas. La idea es que la responsabilidad sea compartida, distribuida, no exclusiva de la mujer. ¿Es mucho pedir?
También es una huelga de consumo, donde al menos las mujeres se abstengan de consumir lo que no sea imprescindible ese día, reduciendo al mínimo el gasto en bienes y servicios. Se trata de sentir, reflexionar sobre el peso, la fuerza, el valor que tienen las mujeres en la sociedad, y particularmente para que ésta sea una sociedad más humana, más sostenible.
También es una huelga laboral, lo que implica dejar de efectuar trabajos remunerados, allí donde la mujer está contratada, sean estas empresas productivas, establecimientos comerciales o de servicios, públicos o privados.
El propósito que se persigue es que las mujeres se ausenten físicamente para que se tome conciencia de que estamos bajo un sistema marcado por una impronta fuertemente patriarcal. Esto se expresa diariamente y en los más diversos estratos socioculturales, en violencia machista tanto explícita como implícita, física como psicológica. Se ejemplifica en contratos laborales más precarios, en limitaciones para su desarrollo profesional, en discriminaciones salariales, mayores niveles de pobreza, mayor vulnerabilidad, menores pensiones, inseguridad, desigualdad.
Es innegable que en relación a décadas atrás, se registran avances, sin embargo aún falta mucho para hacer de nuestra sociedad una más igualitaria en términos de género. Las nuevas generaciones parecen entenderlo mejor que las viejas, así como a nivel ideológico, la derecha tiende a resistir los embates feministas mucho más que la izquierda, la que tiende a respaldar la reducción de las desigualdades en el plano cultural y laboral.
Se equivoca el gobierno al visualizar la huelga como una convocatoria de un sector de la oposición como lo hizo su ministra de la mujer. Es una convocatoria de todo un país, de todo un mundo que aspira vivir en una sociedad más humana. Pero como ha sido habitual, la derecha llega atrasada cuando se trata de abordar estas materias. Basta tan solo recordar que la participación de la mujer en la sociedad, más allá del hogar, no fue impulsada por la derecha, muy por el contrario. Por ello no debe extrañarnos su reacción, mal que mal, suelen remar a contracorriente. Para ese sector se trata de banderas de izquierda, hasta que les cae la teja, y cuando ello ocurre, recién entonces las asumen como banderas transversales, cuando ya no les queda otra.
Si se aspira a más democracia, a más desarrollo, necesariamente necesitamos menor desigualdad de género, mujeres más empoderadas. A los hombres nos vendría muy bien.