Si el Carnaval es el termómetro emocional de Brasil, podemos entender que el descontento aumenta. Y si a los acólitos del presidente Jair Bolsonaro ya les molestaba esta fiesta popular, ahora van a odiarla.
Una de las tribunas del Sambódromo de Rio de Janeiro saludó a la escola do samba Paraíso do Tuiuti, que el año pasado había denunciado la esclavitud, con un cartel de “Lula Libre”. Toda la actuación de esta agrupación fue acompañada de consignas del público contra el gobierno de Bolsonaro. El cierre del desfile respondió a la consigna electoral del presidente “Brasil encima de todo, Dios encima de Todos”, con el mensaje “Dios encima de todos, pero a favor de la tortura”.
Pero también la reconocida agrupación Mangueira envió un mensaje indigesto a la familia presidencial, ya que homenajeó a la concejala Marielle Franco, cuyo asesinato sigue impune y la investigación relaciona a los criminales con uno de los hijos de Bolsonaro.
En otros lugares del país también se registraron actos de rechazo al mandatario. En Olinda, se realizaron dos monigotes gigantes representando a Bolsonaro y su mujer, que ante los ataques persistentes de los participantes, se tuvieron que poner a resguardo por los organizadores de este carnaval callejero.
En Brasilia la consigna de #EleNao volvió a estar presente, con su contundente rechazo a la figura del presidente y las críticas a su partido por las denuncias de uso de candidatos prestanombres, se vio reflejada en el uso del color naranja por centenares de personas.
Rodrigo Alves del bloque carnavalesco Unidos de Barro Negro opinaba sobre su desfile “el Carnaval está cada vez más politizado, no queremos ofender a los que votaron a Bolsonaro, queremos hablar de los que están callados ahora cuando aparece la corrupción de este gobierno”.
En Bahía se atacó la homofobia gubernamental a través de la presencia de una estrella de la canción como Daniela Mercury. De todas maneras el gobierno de Bolsonaro, si bien muy rechazado, mantiene un fuerte nivel de aceptación popular.