Por Eva Débia, publicado por Revista Somos.-

El líder y creador del bahaísmo o Fe Bahai profesó el interés de aunar a la humanidad en una civilización pacífica, con igualdad entre hombres y mujeres, optando por el desarme armamentista. ¿Activista político o maestro espiritual? Entérese de los detalles, aquí.

Mírzá Husséin-‘Alí, que luego sería conocido como Bahá’u’lláh, nació el 12 de noviembre de 1817 en Teherán, Persia. Descendiente de una familia añosa e importante dentro del Imperio, fue hijo de un ministro de gobierno llamado Mirzá Buzurg-i-Núrí. De joven, fue educado en un ambiente acomodado, estudiando equitación, esgrima, caligrafía y poesía clásica.

A los 18 años se casó por primera vez, con Ásíyih Khánum (en ese entonces de 15 años), hija de otro noble, de quien tuvo siete hijos, aunque sólo tres llegaron a la edad adulta: dos varones, Abdu’l-Bahá y Mírzá Mihdí, y una hija, Bahíyyih. En 1849 contrajo segundas nupcias con Fátimih Khánum, una prima suya que había enviudado; con ella tuvo seis hijos, de los que sobrevivieron cuatro, una mujer (Samadiyyih) y tres varones (Muhammad-`Alí, Díyá’u’lláh y Badi’u’lláh). Su tercer matrimonio fue en Bagdad, con una de las criadas de su primera esposa, llamada Gawhar Khánum, de quien tuvo una hija llamada Furúghíyyih.

Las proyecciones lógicas de Bahá’u’lláh dentro del gobierno eran las de algún ministerio, pero decidió dedicar sus fuerzas a la beneficencia, siendo reconocido popularmente como “padre de los pobres». Hacia 1844, Bahá’u’lláh se había convertido en uno de los grandes defensores del babismo, movimiento precursor del bahaísmo, trayendo consigo la persecución del clero.

El babismo

Siyyid ‘Alí-Muhammad, el Báb (en árabe, “la puerta”), fue un religioso persa que fundó una nueva religión, el babismo. Comerciante de Shiraz, a los 24 años de edad proclamó ser el Qa’im, esto es, “aquel que se levanta” prometido a los musulmanes, cuya venida introduciría una nueva era para la humanidad. Esta nueva religión se desprende del islam, con sus propias escrituras y enseñanzas religiosas, principalmente el Bayán.

Las enseñanzas del Báb hacen hincapié en el concepto de que todas las religiones reveladas fueron transmitidas por un mismo Dios a la humanidad a través de distintos maestros (Buda, Jesús, Mahoma, etcétera), adaptadas cada cual para la época en que fueron surgiendo; asimismo, enseña sobre la igualdad de derechos para los hombres y las mujeres, condenando los prejuicios de cualquier clase. Asimismo, el Báb plantea la llegada inminente de un Elegido nuevo, que vendría a iluminar las conciencias contemporáneas y entregaría el mensaje divino para esta nueva realidad.

Ya que el número de adherentes a esta doctrina creció explosivamente, las autoridades políticas y religiosas de Persia se alarmaron, haciendo de la comunidad babista blanco cierto de persecución y violencia. El Báb fue apresado en varias ocasiones y finalmente fusilado en 1850 en Tabriz, por un pelotón de 750 soldados. Además de la muerte de su líder, más de 20.000 babíes fueron martirizados en los años posteriores a este suceso.

El pozo negro

En 1852, Bahá’u’lláh, quien había mostrado su adhesión a los babíes abiertamente, fue arrestado, encadenado y llevado a pie hasta Teherán. En este lugar algunos personajes influyentes de la corte pidieron la pena de muerte, aunque gracias a su reputación personal, la posición social de su familia y las protestas de algunas embajadas del mundo occidental, el pacifista sobrevivió.

Sin embargo, fue encarcelado por cuatro meses en el Siyah-Chal, (Pozo Negro en persa), una mazmorra brutal en la que las autoridades esperaban que el líder falleciera. Antes de ser una cárcel, había servido como depósito subterráneo de aguas de un baño público. Constaba de un estrecho pasadizo, y tres tramos de escaleras empinadas eran la única vía de entrada o salida. Rodeados de sus desechos, los prisioneros rayaban en la locura por la oscuridad, el frío y la inmundicia.

Allí, con cepos en pies y manos, y una cadena de 35 kilos en su cuello, Bahá’u’lláh tuvo una visión de la voluntad de Dios para la humanidad. Este lugar fue un espacio de sublimación para el maestro, quien señaló que «Yo no era más que un hombre como los demás, recostado en su lecho, cuando he aquí que las brisas del Todoglorioso me embargaron y me instruyeron en el conocimiento de todo cuanto ha sido». De acuerdo al maestro, «Él me ordenó que alzara la voz entre el cielo y la tierra».

Tras la prisión, el maestro fue exiliado y en cuarenta años no pudo volver a su tierra natal. Su primer destino fue Bagdad, y luego de un año Bahá’u’lláh decidió refugiarse en la meditación en el marco de las montañas de Kurdistán por dos años, luego de lo cual regresó a Bagdad. A los cuatro meses de estar en esta ciudad, fue enviado prisionero a Adrianópolis, la actual Edirne, al noroeste de Turquía.

En abril de 1863, antes de abandonar Bagdad, Bahá’u’lláh y sus compañeros acampaban en un jardín situado a la vera del Tigris. Allí, el maestro anunció a sus seguidores más cercanos que él era el Prometido predicho por el Báb y, según las creencias bahaíes, no sólo por el recientemente fallecido maestro sino también por los textos sagrados de otras religiones. Los bahaíes dan a ese jardín el nombre de «Ridván», palabra que en árabe significa «paraíso». El recordatorio de este campamento es conocido como «la Fiesta de Ridván», la celebración más importante del calendario bahaí.

Eco internacional

En 1867, Bahá’u’lláh sintió la imperiosa necesidad de contactarse con los líderes mundiales para entregarles su mensaje. De este modo, empezó a escribir cartas a los dirigentes de la época: el emperador Napoleón III, la reina Victoria, el káiser Guillermo I, el zar Alejandro II de Rusia, el emperador Francisco José I, el papa Pío IX, el sultán Abdul-Aziz y el sah Nasirid-Din de Persia recibieron sus misivas. En estas notas, el maestro proclama que es el mensajero profetizado por el Báb y habla del advenimiento de una nueva era, advirtiendo que el orden social del mundo sufriría grandes cambios, y recomendaba que los gobernantes actuaran de manera justa. Les solicitó que redujeran sus arsenales bélicos y se unieran para este noble fin.

Ante las constantes instigaciones persas, los turcos enviaron al maestro a la fortaleza-prisión de Acre, en la antigua San Juan de Acre, hoy Israel, un lugar remoto donde eran enviados los asesinos, asaltantes de caminos y disidentes políticos. Allí pasaría sus últimos 24 años de prolongado exilio. Inicialmente, Bahá’u’lláh y sus compañeros estuvieron confinados en el recinto de la prisión, pero luego se les permitió el traslado a una casa dentro de la ciudad donde vivieron en condiciones de hacinamiento. En este lugar, Bahá’u’lláh escribió “el libro más sagrado”, cuya denominación persa es Kitáb-i-Aqdas. En él, se describen las leyes y principios esenciales de su doctrina, así como los ejes centrales de la administración bahaí.

Hacia fines de 1870, Bahá’u’lláh quedó en libertad de trasladarse a vivir fuera del recinto amurallado, fijando su residencia en una mansión abandonada, conocida como Bahjí. Allí, pudo dedicar sus días a la escritura. Bahá’u’lláh falleció el 29 de mayo de 1892, siendo enterrado en uno de los jardines de la misma mansión donde residía; este lugar es, para sus seguidores, el lugar más sagrado de la Tierra.

Bahaísmo

El creador del bahaísmo es considerado por sus seguidores como la manifestación más contemporánea en la cadena de Mensajeros de Dios, que incluye a Abraham, Moisés, Buda, Zoroastro, Cristo y Mahoma. Sus principios fundamentales son la unidad de Dios, de la humanidad y de la religión como una serie de revelaciones sucesivas; está establecido en 247 países y territorios. Los fieles provienen de entre más de 2.100 grupos étnicos, raciales y tribales, y totalizan aproximadamente once millones en el mundo. Los principales pasajes de los textos sagrados bahá’ís han sido traducidos a 802 idiomas.

Bahá’u’lláh escribió el equivalente a más de cien volúmenes de textos que los bahaíes consideran inspirados por Dios, tanto en árabe como en persa. Además del Kítab-i-Aqdas, el segundo en importancia es el Kitab-i-Iqan, compuesto en Bagdad, y que reúne los rasgos elementales de la teología bahaí.

La imagen del maestro no es mostrada públicamente por los bahaíes. Una copia de una de las fotos de su estancia en Adrianópolis puede ser vista en el Centro Mundial Baha’í, donde las autoridades de esta religión consideran que puede ser tratada y contemplada con la debida reverencia y respeto.

La idea central de esta creencia radica en que la humanidad es una sola raza y que ha llegado el día de su unificación en una sociedad global. Este sería el principal desafío de los pueblos de la Tierra hoy: aceptar su unidad, y ayudar a los procesos de unificación. Es común entre los bahaíes el término «revelación progresiva», que implica que la divinidad se revela a medida que maduramos y podemos comprender su propósito. El bahaísmo es esencialmente optimista, pues afirma que aunque nuestra época está a oscuras, el futuro de la humanidad es brillante y la paz mundial es inevitable, solo es cuestión de tiempo.

De acuerdo a las enseñanzas de Bahá’u’lláh, hay un solo Dios, cuyas revelaciones sucesivas de Su voluntad a la humanidad han constituido la principal fuerza civilizadora de la historia. Los agentes de este proceso han sido los Mensajeros Divinos, a quienes los seres humanos ven básicamente como fundadores de sistemas religiosos distintos, pero cuyo propósito común ha sido el de conducir a la raza humana a la madurez espiritual y moral. Hoy, la humanidad está llegando a su madurez, lo que posibilita la unificación de la familia humana y la construcción de una sociedad pacífica global.

La estrella de nueve puntas es el símbolo oficial del bahaísmo; las estrellas escritas o pentágonos, conocidas como Haykal, que en árabe significa «templo», fueron establecidas inicialmente por el Báb. De hecho, ambos maestros escribieron obras en forma de estrella.

Junto con la tumba de Bahá’u’lláh, el otro lugar santo del bahaísmo es la tumba o Santuario de El Báb, en la ladera del Monte Carmelo en Haifa, Israel. Los restos mortales de El Báb fueron trasladados en secreto desde Persia hasta Tierra Santa y enterrados en el santuario construido y diseñado para ese propósito por el mismo Bahá’u’lláh.

La mayoría de las reuniones bahaíes se realizan en casas particulares, centros bahaíes en pueblos determinados, o locales arrendados. El nombre utilizado en los escritos bahaíes para referirse a una Casa de Adoración es Mashriqu’l-Adhkár, que significa “lugar de la toma de conciencia del Recuerdo de Dios”.

Administración

Las comunidades bahaíes se gobiernan por consejos de nueve miembros, libremente elegidos, llamados «asambleas espirituales locales». Estas coordinan los asuntos de las comunidades nacionales. En el proceso no existen candidaturas ni campañas; tanto hombres como mujeres de más de 21 años pueden ser electores y elegidos. Sin embargo, sólo los hombres pueden llegar a ser miembros de la Casa Universal de Justicia.

Los principios de la Fe Bahai:

  1. Abandono de todas las formas de prejuicio.
  2. Asegurar a las mujeres plena igualdad de oportunidades con los hombres.
  3. Reconocimiento de la unidad y relatividad de la verdad religiosa.
  4. Eliminación de los extremos de pobreza y riqueza.
  5. Conseguir la educación de todos.
  6. Responsabilidad de cada persona de buscar la verdad independientemente.
  7. Establecimiento de una federación mundial.
  8. Reconocer que la verdadera religión está en armonía con la razón y la búsqueda del conocimiento científico.
  • Según la Fe Bahai, la humanidad está llegando a su madurez, lo que posibilita la unificación de la familia humana y la construcción de una sociedad pacífica global.