**Lo que traen los Ecos**

Oikos denominaba en la Grecia Antigua al conjunto de bienes y personas que eran
parte de una misma unidad habitacional. Sin duda que aquel oikos – cuya traducción
habitual en castellano es “casa” – se refería al tipo de pertenencia que también
podríamos llamar “hogar”. Ese concepto incluía no sólo a las personas con lazos
familiares de consanguinidad sino también a los esclavos que allí servían. No sabemos
con exactitud si dicha inclusión de los sirvientes en el oikos se debía en mayor medida
a su condición de bien poseído o a su consideración como parte de la familia. Lo cierto
es que aquello funcionaba como célula compositiva de la sociedad y que además era una
estructura productiva relativamente autosustentable, al menos en lo concerniente a la
alimentación esencial.

De ese vocablo derivan lo que hoy conocemos como “Economía”, que
etimológicamente sería “administración de la casa” y “Ecología” o “conocimiento de
la casa”. La primera, pretendiendo entender – al menos en su aspiración teórica – en el
manejo eficaz de recursos escasos y la segunda, mucho más preocupada por exponer
la relación entre distintos sistemas biológicos interdependientes y los desequilibrios
que en ellos va produciendo su parienta económica – enredada hoy en una modalidad
severamente destructiva.

Esta disputa que mantienen Economía y Ecología, pretende ser en el futuro creativa-
pero mentirosamente conciliada por los mismos actores que han promovido los
desatinos previos. Pero antes de exponer públicamente el engaño al cual pretenden
someternos, escuchemos atentamente a cada una por separado, a ver que nos trae
su “eco”.

La Ecología es una rama derivada de la Biología y aparece por primera vez en los
estudios del biólogo alemán Haeckel, un fervoroso darwinista, en los años 60 del siglo
XIX. Gran parte de las teorías sociales racistas del régimen nacional socialista asentaron
en aquellos principios que explicaban la evolución en base a la “supervivencia del más
fuerte”. Luego de la tragedia de la segunda guerra, comienzan a resonar otras voces
ecologistas que proponen revisar los paradigmas de un desarrollismo industrial a
ultranza, que a juzgar por los hechos ocurridos, había fracasado por completo en su faz ética. En la obra titulada “Primavera Silenciosa”, Rachel Carson – también bióloga
pero sin ejercer su profesión – criticaría los efectos de los pesticidas arrojados sobre los
cultivos en EEUU, contribuyendo así a la creación de conciencia sobre la problemática
ambiental. Esta incipiente protesta, compartida por algunos, no sería tenida en cuenta en
absoluto en aquel momento de implantación de industria pesada en vastas regiones. La
imponencia de las obras y los benéficos efectos que producían el cemento, el acero y el
hierro, las imprescindibles energías que el carbón, el petróleo y las nuevas plantas
atómicas generaban, acallaban cualquier voz que se opusiera a ellas. Es más, cualquier
adherente a postulados contrarios al desarrollo era tildado de “enemigo del progreso” y
hasta de “comunista”, como fue la acusación que en pleno macartismo pesó sobre la
citada Carson. No tenemos duda que en aquellas primeras proclamas ecológicas había
una fuerte componente reactiva y conservacionista, vertiente que luego volvió a
expresarse en ciertos círculos reaccionarios dentro del movimiento verde, pero
seguramente también anidaba en la visión de aquellos pioneros el influjo que sobre la
Biología (y toda otra disciplina científica) tendría la mirada estructural y sistémica que
la Relatividad había arrojado sobre el conocimiento.

En todo caso, una nueva generación surgiría descontenta e inconforme con la
perspectiva de “progreso” en el mundo de la posguerra y tomaría aquella naciente
sensibilidad ecologista como parte de su actitud. El “flower power”, el poder de las
flores, sería exhibido en los atuendos y apegos de esa juventud que se oponía a la
brutalidad circundante. En algunos, la positiva influencia del gran Martin Luther King y
el Mahatma Gandhi inspiró una admirable actitud de no violencia activa, otros siguieron
la estela de las triunfantes revoluciones china y cubana en un guerrillerismo sin salida
y otros más optaron por buscar en paraísos interiores de diverso cuño aquello que la
externidad no les ofrecía. Esos jóvenes crecieron, cambiaron su vestimenta y la mayor
parte de sus ideas políticas. Sin embargo, una porción considerable de aquel paisaje
bucólico y apacible con el que muchos soñaban, quedó anclado en el trasfondo de sus
conciencias. Aquellas imágenes se entremezclaron con los reclamos de un encendido
movimiento reivindicativo, que por entonces comenzaba a gozar de un respetable
apoyo electoral, llegando a formar incluso parte de alianzas de gobierno. Y así, en una
nube donde se confundía en muchas ocasiones la preocupación cierta por el estado del
hábitat humano con secundariedades antihumanistas de quienes veían en las personas
al enemigo y no en la depredación corporativa, en esa niebla en la que habitualmente
crecen los fenómenos histórico-sociales, el tema ecológico fue haciéndose cada vez
más presente, hasta constituirse en una de las prioridades más relevantes de la agenda
mundial.

Tal fue la fuerza de su instalación, que logró que las mismas corporaciones la
incluyeran en sus aparatos de propaganda, intentando así la increíble pirueta pública de
disolver toda anterior responsabilidad, al tiempo de presentarse en ropajes novedosos
ante las nuevas generaciones, sobre todo a través de los potentes medios de difusión. Y
los niños pequeños – mi hija y Lisa Simpson entre ellos – son los que se han tornado
apasionados defensores del ecosistema planetario y esta es una línea que se trasladará a
su acción de transformación cuando generacionalmente accedan al poder.

¿Qué ha sido de la vieja Economía entretanto? Ella también se había tornado
un “eco-sistema”, llamado entre sus expertos “globalización”. Esos analistas explicaban
que ya no había sector ni nación que no fuera interdependiente con las demás. De esta
manera, pretendían avasallar a toda defensa que los estados nacionales interpusieran a favor de sus industrias débiles, de los derechos conseguidos por sus trabajadores o de
la soberanía sobre sus recursos naturales. La revolución en la tecnología productiva no
había hecho menguar en absoluto la codicia imperialista anterior sino por lo contrario.
Todo era susceptible de ser mercantilizado, desde lo más exótico hasta lo más absurdo.
A todo se le llamaba “producto” y todo tenía precio pero ya no valor. En ese increíble
extremismo económico no alcanzaron ya las existencias y se llegó al punto de inventar
inexistencias perfectamente comercializables. Así extendió enormemente su poder el
sector financiero, que absorbía gran parte de los excedentes de la economía productiva,
logrando el control sobre ella. Cualquier economista nos explicaría que este sector – al
igual que el gigantesco ejército enrolado en las huestes publicitarias – está incluido en la
categoría conocida como “servicios”, aunque tendría grandes dificultades de explicarnos
a conciencia qué tipo real de servicio prestan, salvo a ellos mismos.

Y como luego fue claro para todos, la volátil y monstruosa burbuja de especulación
que se había creado explotó, creando la sensación de que el capitalismo había llegado
una vez más a una encrucijada difícil. Y así fue, ya que los distintos gobiernos de países
ricos tuvieron que salir a auxiliar a sus endeudadas corporaciones, contradiciendo
toda declaración de principios anterior. Febrilmente tuvieron que trabajar los cerebros
al servicio del statu quo, pero finalmente encontraron la respuesta que necesitaban
para embaucar nuevamente a las poblaciones, para que todo siga en la misma
injusticia de siempre, para que la impotencia continúe campeando entre los billones
mal remunerados del mundo y la anestesia social envuelva a los desenfrenados. La
perspectiva era la de convertir a los enemigos del progreso en los más cercanos amigos,
buscando reconciliar finalmente la Economía con su rebelde parienta, la Ecología. La
clave del futuro se llamaría la Revolución verde.

Esta nueva reconversión económica tomaría por base el dominio que poseían sobre
la tecnología los países desarrollados, para imponer cláusulas ambientalistas globales
que impulsaran la producción y venta de novedosas aplicaciones tecnológicas que
mantuvieran el mercantilismo en rangos ecológicamente aceptables.

De esta manera, siempre por la vía de la instrumentalización técnica, se abriría un
enorme horizonte de negocios, obligando a todos a adoptar determinados estándares,
so pena de ser castigados como desertores del universal esfuerzo en contra de la
variabilidad del clima, la desaparición de los glaciares o de cierta especie de ballenas.
Con tal refinado embuste, se lograba no sólo el empuje necesario para la inversión ávida
de rendimiento monetario sino también licuar toda posible acusación sobre un tenebroso
pasado ecológico.

En esta línea escucharemos aún numerosas argumentaciones, pero detrás de
ellas veremos siempre el interés manifiesto de continuar el desequilibrado estado de
cosas. “Comprenderás siempre el argumento si te fijas en el interés de quien lo expone”,
decía un amigo y no se equivocaba.

Las elucubraciones de aquellos estrategas económicos no se harán eco de muchas
voces que indican que es necesario un nuevo modelo de redistribución de lo producido
y de profundas modificaciones en la escala de valores que liberen a las personas de
la esclavitud del dinero y la posesión. Ellos harán su trabajo llevando a sus amos lo
que quieren escuchar: la forma de que la economía se “recupere” o sea, vuelva a la
indecencia anterior a los terremotos financieros de la primera década del siglo XXI.

Las potentes corrientes tecnológicas se aplicarán fuertemente en el campo de la
tan mentada “sustentabilidad”, ampliando las inversiones en biotecnología, genética y
recursos energéticos, al tiempo que también veremos un exponencial crecimiento en
la tecnología médica, donde la maquinaria pasará de ser un complemento esencial de
la ciencia de la curación a constituirse en referencia única en el campo del diagnóstico
y el tratamiento. Así el santo atributo con el cual durante milenios el pueblo veneró
a sus curanderos, será el valor agregado de tal o cual artefacto, mediante el cual el
enfermo obtenga su remedio. Así no sólo tendremos los ingenuos aparatos que hoy
vemos en centros comerciales para medir presión o calcular peso, sino automáticos
completos – quizás en forma de cabinas – que por unos cuantos billetes, nos ofrezcan
una completa panorámica de nuestro mundo interno fisicoquímico, con dispensadores
de medicinas dispuestos convenientemente a la salida de las cabinas, para que podamos
optar “libremente” por alguno de los medicamentos sugeridos en el rápido diagnóstico,
mediante el también cómodo uso de alguna tarjeta de crédito.

Aún cuando tal escenario informal no se verifique, como es ya el caso, se
incrementará “in extremis” la utilización de fármacos, con la conocida fármaco
dependencia de vastos sectores. En efecto, estudios encargados por la industria
farmacéutica, recomiendan – teniendo en cuenta la inminente geriatrización social –
fuertes inversiones en el campo de las enfermedades crónicas o de todo aquel producto
que aumente la sensación de bienestar en el usuario, aunque no esté afectado por
dolencia alguna. Por supuesto que estas recomendaciones apuntan al consumidor sexa-
y septuagenario de los países más ricos, poniendo de manifiesto en dichos informes que
la ganancia de los conglomerados farmacéuticos podrá ser aumentada también a través
de unos pocos pero masivos productos que se apliquen a las mortíferas epidemias que
continuarán sufriendo las poblaciones de los países pobres.

La tecnología será el poder y por tanto, la lucha por poseerla (o conservarla) dictará
la frontera entre el bienestar económico y la carencia. La lucha de las regiones será
por la “soberanía tecnológica” sin la cual no podrán desenvolverse, presionados como
estarán por las necesidades y los deseos de sus poblaciones, que tenderán a fagocitarse
las soluciones de la técnica o en su defecto, a quienes no proporcionen dichos placeres.

La brecha tecnológica que la malsana distribución de poder conlleva, encuentra su
límite en lo que algunos estudiosos al servicio de dicho poder denominan la “capacidad
de absorción” tecnológica de una sociedad. Dichos informes comentan que esta
capacidad se ve mermada por una inadecuada base educativa o sanitaria en las
poblaciones destino. Así, aún cuando impulsadas por la irracional gula capitalista,
las corporaciones deberán incluir en sus proyecciones de negocios la necesidad de
crecimiento humano en asuntos tan alejados de sus intereses inmediatos como el
alfabetismo, la instrucción general de la población y un nivel sanitario primario que
asegure al menos cierta “condición de consumo” aceptable para la “incorporación
de nuevas tecnologías”. Todo ello será primorosamente envuelto en el packaging de
la “responsabilidad social corporativa”, cuyo efecto primario será la evasión fiscal
de recursos que de esta manera serán escamoteados a las autoridades legítimamente
elegidas por la población, siendo autogestionadas por la corporación. Toda comparación
con el concepto de “hacer justicia por mano propia” es en este caso absolutamente
legítima.

Si las poblaciones aceptan continuar con el chantaje del sistema, la economía
productiva de las próximas décadas tendrá por base la mentira de lo “ecológicamente
aceptable” y no lo que realmente sea cuidadoso respecto a situaciones de riesgo
medioambiental. Así se producirá la paradoja de que lo “artificial” o tecnológicamente
adaptado, pulverizará todo vestigio de naturaleza, bajo el pretexto de su conservación.

De este modo, las verduras que consumiremos serán crecientemente hidropónicas,
los alimentos incluirán todo tipo de agregado proteico o vitamínico producido en
laboratorio, las especies vegetales y animales serán modificadas en el plano genético
y los sabores, olores y colores que nos recordarán gratas o repulsivas ingestiones
en nuestra infancia y adolescencia, serán sólo intencionadas reacciones de patrones
químicos sintetizados en probetas.

Está claro que también se verificarán importantes avances en los campos
comunicacionales, la interactividad entre telefonía celular, internet, domótica, y cuanta
virtualidad se les ocurra a nuestros jovencísimos y audaces ingenieros, crecidos a la
vera de la mortecina luz de monitores. Y por supuesto que trillonarias inversiones se
verificarán en toda aquella infraestructura necesaria a la continuidad y profundización
de la tecnificación social.

Mientras tanto, el terreno de la producción armamentística – difícilmente justificable
dentro de los parámetros de cuidado medioambiental – se resolverá lejos de los ojos
del público, aunque muy cerca de sus bolsillos, alimentándose como hasta ahora
grotescamente de abultadas porciones de los presupuestos públicos.

En el campo de la usura, el crédito de consumo consumirá a los consumidores,
paliando a tasas altísimas la escasez remunerativa mediante la extensión universal
de las tarjetas de crédito, obligando a una creciente masa de personas a bancarizarse.
Los estados tendrán que optar por aceptar la usura de la banca o por retomar cierto
control sobre los recursos financieros a fin de poder cubrir jubilaciones y servicios. Las
legislaciones laborales se verán restringidas por el alto costo que significarán para las
empresas, al tiempo que la economía informal crecerá y continuará siendo la base real
de subsistencia de millones de personas.

Todo esto augura ciertamente un desorden social muy importante que desbordará la
ingenua pretensión de encubrir un sistema económicamente inmoral y ecológicamente
depredador. En tal situación, es muy probable que las corporaciones quieran manejar
el poder público directamente o a través de los ejércitos, quienes querrán disciplinar a
los descontentos y crearán una situación de máxima inseguridad pública en nombre de
la “seguridad nacional”. Cualquiera sea el desenlace de aquellos sucesos, éste no será el
éxito que esperan los que hoy propugnan la “economía ecológicamente sustentable” ni
será el habitual final feliz de las películas californianas. O acaso sí, y las poblaciones se
decidan a vivir hacia parámetros de una economía humanamente sustentable, lo cual, al
mismo tiempo, llevará a una mejor sintonía con el entorno.

(del libro “La Caída del Dragón y del Águila”, de libre utilización en
[http://www.cmehumanistas.org/es/caida-dragon-aguila](http://www.cmehumanistas.org/es/caida-dragon-aguila) )