A propósito del proyecto que el gobierno ha denominado admisión justa, la derecha ha invocado la necesidad de restituir la selección en el ámbito educativo basado en la necesidad de valorar el esfuerzo de los estudiantes y no dejar su admisión a merced de una tómbola. El fundamento subyacente es el de la meritocracia. ¿Quiénes son los que invocan la meritocracia? Las élites, gran parte de los sectores de clase media, y también, no pocos de los sectores más pobres.
Si hiciésemos un estudio de las élites, a quienes solemos identificar como los dirigentes que conducen, toman decisiones en sus respectivos campos de acción –político, empresarial, deportivo, eclesiástico, militar-, llegaremos a la conclusión de que en su inmensa mayoría accedieron a ella no por mérito ni esfuerzo, sino que esencialmente por cuna, nacimiento, herencia. Basta ver los apellidos que se repiten una y otra vez. Ahí están los Larraín, los Errázuriz, los Irarrázabal, los Chadwick, los Sweet, los Luksic, los Angellini, entre otros. Están donde están porque nacieron en cunas de oro, lo que no quiere decir que no sean personas de esfuerzo, pueden serlo, pero solo con esfuerzo, y sin el apoyo de sus respectivos clanes familiares y redes de contacto asociadas, la inmensa mayoría de ellos no estarían donde están. También hay otros apellidos no tan rimbombantes, que efectivamente han salido adelante a pulso, a punta de mucho esfuerzo, pero son los menos.
Si similar estudio hiciésemos de quienes pertenecen a la clase media, lo más probable que la mayoría estime que son personas de esfuerzo, que han transpirado la gota gorda, sobretodo quienes han logrado escapar de la pobreza. Por lo mismo, tales familias tienden a identificarse fuertemente con la selección en el ámbito educativo, pensando que ella está basada en el reconocimiento del esfuerzo de sus hijos y de las propias familias. Se pasa por alto que quien selecciona es el establecimiento educacional y no la familia. Se asume que las calificaciones de los estudiantes son una medida de sus esfuerzos, cuando abundantes evidencias señalan que más que eso, las calificaciones son resultado de un entorno, un contexto, un ambiente de aprendizaje, una familia. Esto es especialmente válido en las primeras etapas del proceso, en la educación básica y media. Por tanto, la selección no es por mérito ni por esfuerzo del estudiante, sino que fundamentalmente por factores externos.
En consecuencia, la selección, al menos en los niveles de educación básica y media, termina por segregar en vez de integrar, propósito perseguido por la vía de la tómbola. Un mecanismo existente en otros países es por la vía de las cuotas, donde los establecimientos educativos deben reservar cuotas de vacantes para determinados grupos de estudiantes –de origen indígena, de sectores vulnerables, de inmigrantes u otros-.
Dentro de los sectores más pobres, es probable que también nos encontremos con quienes estimen que es válido que los establecimientos seleccionen a los que ingresan a sus aulas por calificaciones. Son quienes ya se han resignado, que han asumido que son pobres por flojos, porque se lo merecen. Son los que se han comprado el discurso imperante, de que quienes están en las capas medias se lo merecen, así como aquellos que conforman las élites. Es el discurso que supone que todos estamos donde nos corresponde en base a nuestros esfuerzos.
Por momentos pienso que todo es al revés. Que arriba están los que menos la trabajan y abajo los que más. A quienes les ha ido bien en esta vida les seduce creerse el cuento de que lo que son y tienen es fruto de sus esfuerzos, obviando otros factores, así como la existencia de muchos que se han esforzado tanto a más, sin recompensa alguna.
Las banderas de la meritocracia y del esfuerzo están en manos equivocadas. Es el mundo al revés.