Por Silvia Beatriz Adoue¹ / Le Monde Diplomatique, Brasil / Traducción de Pressenza
El 21 de diciembre pasado, el líder mapuche Facundo Jones Huala –juzgado en la provincia de Valdivia, Chile– fue condenado a nueve años y un día de prisión. El lonko Jones Huala ya no es, sin embargo, un preso político mapuche. Extraditado por el gobierno argentino tras una serie de incursiones represivas en territorio mapuche y procesos judiciales marcados por irregularidades legales, su condena sella la colaboración entre los dos estados.
El pueblo mapuche ha sido señalado como enemigo interno por ambos países –Chile y Argentina–, en línea con la doctrina de las «nuevas amenazas» o «amenazas asimétricas» que están guiando la creciente militarización del Cono Sur. La articulación entre los Estados tiene como objetivo allanar el camino para la integración de estos territorios, una frontera dinámica para el avance de las cadenas productivo-extractivas en la región. Estas acciones se suman a las iniciativas de infraestructura logística y a la producción y distribución de energía para la extracción y distribución de insumos de exportación. Pero también son parte de un ensayo de acciones de mayor alcance en toda la región, y no sólo contra los mapuches. Por otro lado, el entrenamiento y uso de tecnología de guerra y de inteligencia también permiten que el campo empresarial se extienda a la cadena de acumulación de la industria armamentista. La doctrina de seguridad precede a la implementación de políticas estatales para la compra de esta tecnología.
El pueblo mapuche es el «enemigo ideal» para este nuevo patrón de dominación de la región, que exige la destrucción del marco legal que regula las relaciones laborales, el uso de los llamados «recursos naturales» y la circulación de capitales al gusto de los fondos de inversión. Su perspectiva del mundo, su espiritualidad, es antagónica a la lógica del capital. Los mapuches han demostrado su impermeabilidad a los intentos de integración a esa lógica, como los sucesivos «planes de desarrollo regional» propuestos en Chile, donde la recuperación territorial y espiritual de las comunidades ha ido creciendo de manera notable e ininterrumpida desde la última década del siglo XX.
Todo el proceso de represión, judicialización, extradición y ahora condena, adquiere una modalidad que se pretende ejemplar e implacable. Los cargos que pesan sobre Facundo Jones Huala fueron el incendio de una casa en una propiedad de Pisú Pisué, en la región de los Ríos, en 2013, y la posesión de armas artesanales cuando fue arrestado ese mismo año. En ese momento fueron imputadas otras cinco personas, entre ellas dos autoridades espirituales. Estos cinco acusados fueron juzgados y, en una sentencia de 240 páginas con media centena de testigos y cientos de pruebas, cuatro fueron absueltos. Sólo la machi Millaray Huichalaf, autoridad espiritual que lideró la lucha contra la instalación de la represa hidroeléctrica sobre el río Bueno en su territorio, fue condenada a 61 días de prisión por encubrimiento –61 días que se descontaron de los 200 que pasó en detención preventiva. En medio de ese proceso, Facundo Jones Huala cruzó la cordillera y regresó a la región de origen. El gobierno de Michelle Bachelet pidió su extradición al país vecino.
El lonko fue arrestado en Argentina en 2016, después de que su comunidad comenzó la recuperación de sus tierras ancestrales, 1200 hectáreas entonces en manos de la empresa Benetton, que tiene varias concesiones de exploración minera en la región. Pero el proceso de extradición fue anulado porque se basó en pruebas obtenidas mediante tortura. Aún así, fue detenido nuevamente en 2017, pocas horas después de la reunión del presidente argentino Mauricio Macri con la entonces presidenta de Chile, Michelle Bachelet. Fue durante la campaña por la libertad del lonko Jones Huala, que las tropas de Gendarmería entraron en el territorio de su comunidad, el Pu Lof Resistencia Cushamen, y desapareció Santiago Maldonado, simpatizante de la causa mapuche. Su cadáver fue encontrado río arriba más de setenta días después.
Hubo un nuevo juicio que decidió la extradición, ya en 2018, con gran barullo. El gobierno argentino quiso mostrar un castigo ejemplar a quienes se habían atrevido a desafiar el avance extractivista y volver a poner en la agenda la defensa territorial de los pueblos preexistentes.
En el juicio de Valdivia, sólo un testigo dijo reconocer a Facundo Jones Huala como uno de los incendiarios. Cuando se le pidió que apuntara el lonko, sin embargo, indicó entre el público a otra persona, que en el momento del incendio estaba en Argentina.
El mismo día en que salió la condena de Jones Huala, el presidente Sebastián Piñera firmó el decreto de remoción –de la dirección general de Carabineros– de Hermes Soto, quien venía resistiendo la presión del poder ejecutivo para renunciar voluntariamente a su puesto. Soto se despidió diciendo: «Somos, de lejos, la mejor institución de Chile”. El jefe de los Carabineros fue «quemado como fusible» para preservar al Ministro del Interior y Seguridad Pública, Andrés Chadwick, primo del Presidente Piñera. Después de los videos que demostraron que la muerte del líder mapuche Camilo Catrillanca de la comunidad de Temucuicui, fue una ejecución de un grupo especial de Carabineros, parecía razonable que Soto y Chadwick se fueran. Las primeras versiones de Carabineros hablaban de confrontación, pero el mismo carabinero que lo ejecutó, ahora separado de “la mejor institución de Chile», confesó que había sido obligado por sus superiores a mentir. La semana anterior al asesinato, el Ministro Chadwick había visitado la región y reclamado a los Carabineros que todavía no hubieran entrado en Temucuicui, una comunidad con soberanía alimentaria y escuela propia.
El efecto fue una multiplicación de las recuperaciones territoriales al oeste de la cordillera de los Andes. Al recibir la sentencia condenatoria, el lonko Jones Huala escribió una declaración pública: «Siempre dignos, no se rindan. Somos la gloriosa, milenaria, la bella Nación Mapuche. Lo que no mata se fortalece. Para los mapuche esta vida es una batalla constante, así será hasta que la liberemos y reconstruyamos. (…) Nunca nos rendimos, a veces descansamos nomás. (…) Este es nuestro territorio, no el de las transnacionales, no el de los terratenientes, no el de los opresores». En medio de los cambios reaccionarios en la región, los mapuche dicen «Marichi Weu«, una expresión antigua cuya traducción aproximada es «Diez veces venceremos».
¹ Silvia Beatriz Adoue es profesora de la Facultad de Ciencias y Letras de la UNESP de Araraquara y profesora de la Escuela Nacional Florestan Fernandes.