Una vez en el poder, comenzarán el exterminio de la élite del proletariado y la destrucción de sus organizaciones, la privará de la confianza en sí misma y de la capacidad de construir su futuro (…); la degeneración del capitalismo, su transformación en un mercado sin caballeros, significa putrefacción social y cultural, conduce al aumento de la miseria y a la relativa proletarización de la clase media. El mantenimiento artificial de la crisis sólo puede significar el empobrecimiento de la pequeña burguesía y la degeneración de estratos cada vez mayores de trabajadores hasta que se conviertan en lumpen-proletariado.
Vicepresidente. A nadie le gusta el segundo lugar. O, mejor dicho, nadie quiere ser el segundo de nadie. Si nos fijamos en nuestra historia reciente, podemos ver que el segundo a menudo se convierte en el primero. El vicepresidente, por diversas razones, pasa a vestir la banda presidencial.
Después de una elección triunfal, sólo seis meses después de su elección, el presidente firma su carta de renuncia. Alude a los poderes oscuros que le impiden gobernar como quiere. En su corazón esperaba que la gente saliera a las calles para apoyarlo y que por aclamación le diera todo el poder en una especie de golpe de estado blanco. Nada. El pueblo no reaccionó. Su vicepresidente, João Goulart, inició un gobierno reformista con el apoyo de la izquierda histórica. Trabajó en reformas básicas, especialmente en la reforma agraria. Vinieron cientos de miles para escucharlo. Sintió la presión de las clases medias, sintió la ira de la aristocracia del poder, sintió el aliento pútrido de los generales en su cuello. Transcribo una frase del famoso mitin del 13 de marzo de 1964: …Quieren una democracia de un pueblo amordazado y mudo para que no reclame ni desee nada. La democracia que nos quieren vender es antipopular, antisindical, antirreformista, para responder a las necesidades de los grupos económicos que los financian. Su democracia quiere liquidar a Petrobras, porque es la democracia de los monopolios privados e internacionales que luchan contra los gobiernos populares. Veinte días después, el golpe. Era 1964, pero parecen palabras de hoy.
Tancredo Neves murió pocos días después de la asunción del mando. Su vicepresidente lo reemplazó. Tancredo Neves había logrado reunir a todos, a la junta militar ahora en coma y a la sociedad civil. Las elecciones seguían estando prohibidas. Fue elegido indirectamente por el parlamento compuesto por dos partidos, el partido simpatizante del gobierno y el caldero de la oposición. Tancredo Neves estaba enfermo, la foto que lo retrata con buen ánimo y sonriente entre los médicos del hospital es una farsa histórica. De hecho, todos los médicos sabían que no viviría más de unos pocos días. La foto era para calmar los ánimos de un pueblo agotado por una larga campaña electoral para exigir la elección directa del jefe de Estado. Una vez más ganaron los militares y Tancredo fue elegido por el parlamento por un puñado de votos. Su innombrable vicepresidente se convirtió en presidente en contra del precepto constitucional que en tal caso prescribía nuevas elecciones. Esto llevó al país a un desastre económico, desempleo masivo, hiperinflación del 98% mensual.
Finalmente, las elecciones directas: 1989, entre un ilustre desconocido y Lula. El ilustre desconocido ganó contra el peligro rojo. Apoyado por los grandes conglomerados económicos y la prensa cobarde, Fernando Collor sumergió al país en una crisis sin precedentes: para combatir la inflación bloqueó las cuentas bancarias de todos los brasileños con la promesa de devolver el monto después de un año, en cómodas cuotas mensuales. Renuncias masivas, suicidios, economía recesiva. Pasaron unos meses y el hermano del presidente reveló un patrón de corrupción que involucraba directamente a los grandes industriales y al propio presidente. Antes de que se abra el proceso de destitución, Fernando Collor renuncia. Queda en su lugar, el vicepresidente. Un político muy pequeño y oscuro, con la ayuda de un súper ministro, es capaz de arreglar la economía con una maniobra y un buenas noches: equiparar nuestra moneda con el dólar. Un dólar, un real. Un real, un dólar. Somos ricos, chicos. Recuerdo haber venido a Italia, lleno de dinero. Lo compraré todo. Esta noche pago yo. Fui a Feltrinelli a apoderarme de libros, lo mismo, de CDs y de discos. El precio de la cucaña (*), sin embargo, fue la salvaje privatización de los sectores estratégicos de la nación. Las multinacionales, esos sí, de verdad se apoderaron de todo. Nos convertimos en un país apoyado por una economía de exportación de materias primas, pero sin inflación. Y sin tecnología. Y sin reforma social.
Llegó Lula. Llegó Dilma. Llegó un nuevo juicio político que comenzó con una carta del vicepresidente, una carta abierta, quejándose de que había pasado cuatro años como un vicepresidente decorativo, sin poderes reales. Una carta de insubordinación y amenazas. Tanto que, una vez en el poder, reveló que le ofreció a Dilma una alternativa: aceptar su propuesta económica y la de su grupo. Dilma fue depuesta. Michel Temer, el hombre con mil escándalos y mil quejas contra él, dejará la presidencia con un índice de aprobación de… ¡dos por ciento!
Nuevas elecciones: Bolsonaro es elegido presidente. Su vicepresidente es Antônio Hamilton Martins Mourão, conocido como General Mourão. Un general, un soldado. Los militares de vuelta en el poder. Además de él, una docena de ministros de las filas del ejército. Bolsonaro habla, exagera, dice y cancela, admite y niega sus propias afirmaciones en el momento exacto en que las dice. En pocos días, hace temblar a China, al sindicato latinoamericano, a los indios (que clasifican como animales de zoológico); llama la atención con un golpe de sus tacones y, tontos míos, delante de un asesor de Trump; en resumen, es la inestabilidad en persona. El general Mourão, el próximo vicepresidente de la república, da una entrevista en la que, además de invalidar cualquier declaración de su superior, básicamente dice: puede estar seguro, en caso de juicio político, estoy preparado para asumir el control del país. Sí, eso es lo que dijo. Y a un mes de la toma de poder. Ayer, el hijo de Bolsonaro, escribió en su página de facebook: La muerte de Bolsonaro no sólo es de interés para sus enemigos declarados, sino también para aquellos que están muy cerca de él. Principalmente después de la toma de poder. Es fácil ver, entre los que le rodean, a una persona entusiasta y llena de buena voluntad. Piénsalo y podrás entender la situación que se presenta cada día.
A nadie le gusta el segundo lugar. Nadie quiere ser el segundo de nadie.
Y la frase inicial es de Leon Trotsky. Lo escribió en 1932. Hablaba de Alemania, de los nazis. Su reflexión va más allá, llega a prever, en el caso de la victoria de Hitler, la guerra contra la Unión Soviética. Trotsky es Trotsky. Pero esa es otra historia.
Traducido del italiano por María Cristina Sánchez