Por Andrés Figueroa Cornejo
Demasiado parecido al trato de la dictadura cívico militar de Pinochet contra quienes la resistieron. Salvo porque las Fuerzas Especiales de Carabineros son mucho más sofisticadas en la actualidad que en los 80′ del siglo pasado.
El 15 de noviembre, a las 19.30 horas, alrededor de cinco mil personas se reunieron en la Plaza Italia de Santiago de Chile, punto neurálgico de la capital del país andino, para protestar tanto contra el vil asesinato del comunero mapuche Camilo Catrillanca por agentes del Comando Jungla en Ercilla el 14 de noviembre; como por las demandas de las comunidades de Quintero-Puchuncaví que sufren los estragos tóxicos y mortales del cordón industrial de esa zona, que ya cobró la vida del dirigente de los pescadores Alejandro Castro. Las marchas y concentraciones se realizaron en varias ciudades de Chile y en el Wallmapu.
En la capital chilena, muchas horas antes de que iniciara la caminata, ya el centro de la ciudad estaba sitiada por numerosos contingentes de Fuerzas Especiales de Carabineros. Aún no comenzaba la marcha, donde iban además de jóvenes, niños y personas mayores, los carros lanza aguas entraron en acción, arrojando chorros de líquido con químicos de origen indeterminado y bombas lacrimógenas antimotines. La estampida de gente fue inmediata. Y también como en la dictadura pinochetista, vecinos del lugar abrieron solidariamente sus puertas a las/os manifestantes intoxicados y heridos. Pequeños niños debieron recibir respiración boca a boca, mientras las personas mayores levantaban sus manos para que se detuviera la represión, que no se detuvo.
Día de ira antifascista
Buena parte de la manifestación, originalmente pacífica, debió correr por el Parque Baquedano, hacia el sur, siendo perseguida por carros blindados y verdaderas tropas de Fuerzas Especiales. Los activistas ambientalistas y pro resistencia mapuche, ante los arrestos indiscriminados y la artillería policial a quemarropa de bombas lacrimógenas antimotines, recurrieron a la autodefensa histórica que se empleó durante las protestas céntricas de los tiempos de la tiranía.
De esta forma, de manera prácticamente espontánea, se improvisaron barricadas en varios puntos del sector, deteniendo el tránsito vehicular incluso en la Alameda, avenida principal de Chile. La consciencia antifascista y popular agazapada por tanto tiempo, se hizo añicos frente a la rabia de los manifestantes no sólo por los crímenes en el Wallmapu y en las zonas de sacrificio, sino que también por la suma de dolores provenientes de los derechos sociales básicos inexistentes bajo el régimen capitalista de vanguardia chileno. Contra la privatización de todo; contra la criminalización de los estudiantes mediante la reciente aprobación del proyecto «Aula Segura»; contra los salarios y pensiones de hambre que sólo generan deuda doméstica; contra la desigualdad social vertiginosa, la cesantía y el trabajo informal.
En uno de los momentos más álgidos de la protesta, agentes de carabineros se bajaron del furgón policial que conducían, y abandonaron el coche con sus armas de servicio apuntando hacia un cielo nublado por los gases tóxicos. Inmediatamente después de su huida, el furgón fue quemado por los manifestantes.
La jornada marcó una inflexión en las formas de enfrentar las muertes y atropellos contra los Derechos Humanos y Sociales provocadas por las fuerzas coercitivas del Estado capitalista. Al menos una minoría activa ya se cansó de sólo «poner los muertos» en la lucha social.
El miedo se quiebra y retorna la legítima autodefensa popular.
Hasta el cierre de la presente nota, se contaban 36 personas heridas, pero se desconocía el número de gente arrestada por la policía y los cargos que se les imputan.