En las recientes elecciones en Brasil, tal como se esperaba -o temía-, Bolsonaro, un excapitán de la reserva del ejército brasileño, emergió como el presidente electo. Una ventaja de 10 puntos da cuenta de su triunfo indiscutible y de una derrota sin atenuantes para su adversario, Haddad, abanderado del Partido de los Trabajadores (PT).
Cuesta asimilar el viraje que representa este resultado, así como sus fundamentos y vaticinar lo que viene. Respecto de los motivos, los partidarios de Bolsonaro ponen el acento en la inseguridad reinante por los elevados niveles de corrupción y violencia; sus rivales apuntan a la persecución sufrida por el PT, alentada desde las redes sociales mediante la proliferación de noticias falsas (fake news).
También están quienes afirman que lo que se está dando es la ley del péndulo, esto es, un movimiento de la izquierda hacia la derecha y que no sería exclusivo de Brasil. De ser cierta esta apreciación se podría pensar en un giro desde una izquierda moderada hacia una derecha moderada. Pero si nos atenemos al contenido de la campaña, a las características de Bolsonaro, así como a sus pensamientos, expresiones y conductas, representa a una ultraderecha nacionalista, militarista. Por lo tanto, el péndulo se habría movido no de un extremo a otro, sino que de una versión moderada a una extremista, porque en ningún caso se podría sostener que tanto Lula como Dilma hayan representado y aplicado políticas de extrema izquierda. Más bien al contrario, procuraron avanzar en sus políticas a punta de acuerdos y negociaciones dentro de un sistema marcado por el caudillismo y el personalismo. Visto así, el resultado simboliza un fracaso de la política con mayúscula, esto es, entendida como el arte de la negociación para la resolución pacífica, civilizada de los conflictos entre los distintos grupos de interés que conforman una sociedad. Y por lo mismo, un triunfo de las soluciones militares, no negociadas.
De allí que resulta un tanto doloroso, y en cierto modo un contrasentido, que por la vía democrática haya triunfado un candidato cuyo pensamiento se aleja mucho de lo que entendemos por democracia.
Lo expuesto invita a la reflexión por parte de quienes creemos firmemente en la democracia sin apellidos, y muy especialmente a la izquierda. Si nos remitimos a la búsqueda de seguridad ante la violencia y la corrupción imperantes como causales del triunfo de Bolsonaro, entonces significa que el PT no sintonizó con esta demanda regalándole estas banderas.
Para la izquierda moderada lo ocurrido también invita a repensar las modalidades bajo las cuales negocia con quienes tiene al frente para no caer en riesgo de ser cooptada, desnaturalizada o corrompida. De lo contrario, la ciudadanía castiga mucho más a la izquierda que a la derecha, y pierde su principal atributo diferenciador: el ético-moral.
Sin perjuicio de lo señalado, el nombramiento de Sergio Moro como Ministro de Justicia, habiendo sido el responsable de la operación Lava Jato destinada a combatir la corrupción y el lavado de dinero, que condujo al enjuiciamiento a Lula, a su inhabilitación como candidato, y a su condena y encarcelamiento, invita a sospechar, por decir lo menos, en un juego sucio.
Se puede pensar que Moro fue premiado por encabezar el combate a la corrupción para que continúe su tarea ahora al frente de un ministerio. Sí, pero también es lícito pensar que fue galardonado por ser el responsable de haber dejado fuera de carrera a quien era el candidato que punteaba en las encuestas y que posibilitó el triunfo de Bolsonaro.
Por último no puedo dejar de mencionar el tema del impacto de los fake news que se esparcen como reguero de pólvora vía redes sociales sobre las nuevas tecnologías de información. Los medios de comunicación tradicionales, así como los partidos políticos parecen estar sobrepasados, perdiendo influencia a favor de cerebros grises en las sombras capaces de multiplicar al por mayor noticias falsas.
Habrá que ver qué es lo que viene porque en estos tiempos postmodernos todo parece darse vuelta.