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Son bípedos. De eso estoy seguro. O, al menos, así se los ve. Se levantan a la mañana, se visten, desayunan, descargan los fluidos corporales, besan a los suyos (incluidas las mascotas cuadrúpedas) y salen a la vida, a recorrer la intemperie, solos entre la muchedumbre que los confunde con semejantes, prójimos. Es que lo parecen, realmente. Sus rasgos físicos, los miembros superiores y los inferiores, tienen dos ojos, dos orejas, la boca en el lugar que corresponde a los homínidos. Todo conspira para que cuando pasen a nuestro lado nada nos llame la atención. Son el otro, pero no la patria.
«Coágulo, hacé justicia», pidió Juan Franco Morales, joven candidato a concejal, en calidad de suplente, del Frente Amplio Progresista, en Cañuelas, Provincia de Buenos Aires, a raíz del hematoma craneal del que debió ser operada Cristina Fernández. Margarita Stolbizer y Ricardo Alfonsinín, los titulares del conglomerado, le aplicaron un justiciero puntapié en el trasero (cuidando no producirle un coágulo, supongo) y lo eyectaron de la lista. Es que semejante espécimen era una mancha en el disfraz ideológico del dúo, de cara a la justa electoral del 27 de octubre próximo. Y se notaba mucho. Para aclarar, el muy franco e inmoral progresista, oscureció: «Que no se muera, así paga en vida por todo lo que hizo». Ahora debe andar tocando castañuelas por las calles de Cañuelas, tratando de explicar que lo «sacaron de contexto», el remanido argumento de los hipócritas y mediocres.
Trabajan. Algunos, por lo menos. Otros, atraviesan los días persiguiendo la realidad desde la mesa de un bar. Tienen familia. La inicial, aquella con la que vinieron a salpicar el mundo para hacerlo más sucio. Papá, mamá, tal vez algún hermano o hermana que lo miran como entomólogos ante una especie exótica y repugnante. Y la familia sobrevenida. Una mujer incauta o un hombre vencido que encuentran en nuestro personaje una balsa para evitar el naufragio de la soledad. La esposa o el marido, en fin, que cumplen con la función biológica de reproducir la especie y poblar este planeta que soporta con estoicismo digno de mejor causa la endiablada carrera de los mercaderes del horror bélico, bajo la capa siniestra del desarrollo científico y técnico.
«Cuando venís barranca abajo se te caen hasta los helicópteros», vomitó por las redes sociales Néstor Pitrola, primer candidato a diputado nacional por el Frente de Izquierda en la Provincia de Buenos Aires. El dirigente trosko twiteó el piropo a propósito del accidente que sufrió el gobernador de San Juan y referente kirchnerista José Luis Gioja, que lo tiene en terapia intensiva y le costó la vida a la diputada cuyana Margarita Ferrá de Bartol, también del Frente para la Victoria. Pitrolita es uno de los tantos humanoides que cacarean en favor de los humildes mientras esos humildes laburan, día a día, para ganarse el pan. Fue empleado bancario y obrero gráfico hasta que el tobogán de la ética lo depósito en la burocracia de izquierda.
En los últimos años de su vida mi viejo decía que actitudes como las del cañuelense y el troskista le hacían dudar del grado de desarrollo del ser humano como tal. Ni siquiera se pueden considerar a esas declaraciones como una animalada. Los bichos no odian y si desean la muerte de un congénere lo hacen por supervivencia, por pura necesidad biológica. Para comérselo. Viene a ser»¡Viva el cáncer!», pero en versión siglo veintiuno.
Sin embargo, el mundo sigue girando sobre su eje, más contaminado, es cierto, con la Estatua de la Libertad cerrada en Nueva York, como una metáfora exquisita del deterioro del gendarme global, con Silvio Berlusconi (esa caricatura mediática, millonaria y bufonesca de Mussolini) cerca de la prisión y Fidel octogenario y lúcido.
Tropiezo con las palabras de un señor que algo supo de luchas, odios y rencores. «Nada que un hombre haga lo envilece más que el permitirse caer tan bajo como para odiar a alguien». Después de todo lo dijo Martin Luther King que, literalmente, le puso el pecho a las balas.
Personajes como los que me convocan la indignación son, morfológicamente, humanos. O casi. No sé si son sólo dos o se multiplican con el dedo meñique levantado, como los protagonistas de «Los Invasores», aquella serie televisiva de 1967 o como Mirtha Legrand tomando el té.