Es que, más allá de la ficción de que Internet *“se autogestiona”*, los EE.UU tienen injerencia directa en su organización institucional, en la asignación de dominios y hasta en la ubicación física de sus servidores.
Internet se ha ido convirtiendo en esta última década en una herramienta que se ha integrado a la vida de millones. Para algunos representa una suerte de biblioteca, un paraíso de contenidos que esperan prolijamente por nosotros. Para otros, la imagen dominante es la de un río de montaña, donde la información y la comunicación fluyen con una mezcla poderosa de velocidad y anarquía.
Pero, con certeza, todos coincidimos en asociarla a un espacio imaginario de libertad casi omnipresente. Un espacio al que nunca se esperaría encontrar con sus puertas cerradas o que se rigiera por la imposición de un sólo lenguaje. Internet representa a las mejores virtudes de la antigua Babel, un espacio de convergencia entre lo diverso y, por lo tanto, reconocible desde la presunción de que forma parte del patrimonio común de todos sus usuarios.
Esta percepción, sin embargo, choca con la amenaza latente de mirar la fiesta desde afuera. O participar de ella con las condiciones que imponga su anfitrión. Es que el manejo de Internet depende casi en su totalidad de un solo país: los Estados Unidos. De hecho, la administración mundial de la arquitectura de la red está a cargo de una ONG denominada Internet Corporation for Assigned Names and Numbers (ICANN), que cogobierna el Departamento de Comercio del Gobierno Federal.
Más aún, el núcleo principal de la estructura física de la red reside en ese país. Carlos Afonso, un prestigioso especialista en el tema, lo describe con claridad: *“Si Internet es muchas veces considerada un espacio global horizontal de intercambio de información, la dura realidad muestra lo contrario en los aspectos claves de la red. La interconexión revela en la práctica una *“cadena alimentaria”* en cuyo tope están las grandes operadoras de las espinas dorsales de la red (*“backbones”*), de las cuales las multinacionales norteamericanas son las principales”*.
**La Cumbre de Túnez**
Hace tiempo ya que distintas personalidades y organizaciones plantean la necesidad de ampliar la participación de todos los países en el gobierno de Internet para garantizar la construcción de la llamada *“sociedad de la información”*.
La primera fase de la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información (CMSI), impulsada por las Naciones Unidas y realizada en Ginebra en diciembre de 2003, presentó dos temas cruciales que debían ser debatidos en el período intercumbres y ser negociados durante el segundo encuentro (Túnez, 2005). Uno de estos temas fue el desarrollo de estrategias de financiamiento para la inserción de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) en los países subdesarrollados.
El segundo tema fue —nada menos— la denominada *“gobernanza”* de Internet. Si bien se logró la formación de un Grupo de Gobernanza de Internet, que deberá estudiar nuevas formas de gobierno para la red de redes y formas que garanticen la participación sin empantanarse en la burocracia de los gobiernos, el status quo existente quedó garantizado.
Sobre el final de la Cumbre, un breve comunicado de la delegación estadounidense dejó claramente establecido que su país no pensaba renunciar al control de Internet. ¿Qué significa la pelea por el gobierno de Internet? Para responder a esta pregunta, ante todo hay que entender que Internet funciona sobre la base dos tipos de acuerdos: los que establecen los estándares que posibilitan la interconectividad y los relacionados con las formas con las que debe circular la información. Se trata de una arquitectura técnica que —como sucede con toda pauta tecnológica— está sujeta a un marco político y a presiones económicas. Veamos si podemos aclarar el panorama al plantear dos cuestiones concretas: los dominios y el control de los servidores raíz.
**El poder del nombre**
Cuando Vinton Cerf y Robert Kahn delinearon (1973/74) los basamentos de lo que hoy es Internet, usaron el verbo *“federar”*, y establecieron de forma muy clara cuál debía ser —según ellos— el espíritu de este nuevo espacio de comunicación humana. La idea era que computadoras diferentes se conectaran entre sí, en una suerte de *“federación”* de redes independientes. Sus desarrollos (por ejemplo el TCP/IP, con el que cada computadora conectada se identifica unívocamente, fueron cedidos al dominio público y con ello permitieron la *“explosión”* de la red.
Como proyecto científico, Internet fue creciendo dentro de un espíritu de cooperación y de investigación desinteresada. Pero a partir de su apertura a los intereses comerciales, durante los años ‘90, comenzaron a percibirse presiones y luchas por el poder en torno a las decisiones sobre la red. Si bien la leyenda más ampliamente difundida dice que Internet surgió como el derivado impensado de un proyecto de defensa, la realidad es que fue crucial la influencia de los científicos civiles, especialmente la de los europeos de la Organisation Européenne pour la Recherche Nucléaire (CERN). Por eso, no extraña que haya sido la Unión Europea quien encabezara la resistencia contra el control estadounidense y buscara colocarla bajo el control de las Naciones Unidas.
Si bien esta posición fue apoyada por los países del Tercer Mundo, Europa ha hecho de la organización de Internet una causa propia por la que busca lograr una mayor capacidad de decisión internacional acotar su retraso tecnológico. Un ejemplo de lucha por el poder exhibida en Túnez lo ofreció la discusión sobre la necesidad de crear nuevos nombres de dominio de alto nivel. En efecto, hace años que distintos sectores vienen pidiendo a ICANN la creación de nuevos dominios genéricos, porque se percibe que los existentes (gov, edu, com) son pocos para expresar la diversidad existente. Sin embargo, algunos medios especializados han informado de las presiones que algunas multinacionales estadounidenses han ejercido sobre ICANN para frenar la expansión de dominios.
Pero existe una segunda cuestión que preocupa en este debate: la ubicación de los llamados *“servidores raíz”*. En el plano físico, cuando navegamos por Internet, lo que hacemos es pedirle a nuestra computadora que se conecte con otras en las que reside la información que buscamos. Y lo hacemos ingresando una dirección determinada expresada en palabras. Como las máquinas no se llevan bien con las palabras —y a los humanos nos es más fácil recordar palabras que números—, se utilizan los llamados servidores raíz. Estos servidores *“traducen”* las direcciones que solicitamos a números entendibles por las máquinas y, de esta manera, poder navegar por la red. ¿Dónde están estos verdaderos núcleos de la red? Casi todos están en los Estados Unidos.
**El control institucional**
Los Estados Unidos también son la sede de la ICANN. Se trata de un organismo sin fines de lucro, pero que depende del Departamento de Comercio de los Estados Unidos. Aunque ICANN lo desmiente, la realidad es que su potestad de autorizar y administrar nombres de dominio le otorga un poder único. Si bien es cierto que ha sido permeable a las críticas y ha *“democratizado”* hasta cierto punto su estructura incorporando a representantes de los usuarios finales de Internet, hoy por hoy sigue siendo una organización cuyos directores han tenido que reportarse e informar a diversas comisiones del Senado estadounidense.
Con un control básicamente norteamericano, ¿quién garantiza que la red no termine sometida a la presión de sus gobernantes? Por ahora, es una ficción política. Pero también, es una posibilidad técnica. Internet ha transformado profundamente las vidas de personas, países y economía. Ha reducido como nunca tiempos y distancias. Pero como patrimonio común que es, debería ser objeto de reflexión y de participación transformadora.
Al cabo, apropiarnos de Babel es la mejor garantía de sostener su original espíritu libertario.