La multinacional de semillas norteamericana Monsanto ha decidido paralizar la solicitud de aprobación de nuevos avances biotecnológicos que permitan mejorar el rendimiento de las producciones agrícolas en el viejo continente.

En definitiva, se retira de la lucha por los transgénicos en la Unión Europea (UE), con una salvedad; seguirá defendiendo la renovación del maíz Bt para la lucha contra el taladro, el único cultivo genéticamente modificado que se cultiva en España, junto con la minoritaria patata de BASF, que en la actualidad no se siembra.

Llegado a este punto, las organizaciones ecologistas, que han minado sistemáticamente el desarrollo de los cultivos transgénicos en la UE, han sacado pecho.

“Pero no deben equivocarse, con esta decisión nadie ha ganado, y solo han perdido los agricultores. También el ciudadano de forma indirecta, ya que tendrá que convivir con una agricultura menos sostenible que la del resto del mundo, y menos rentable. Aunque es de suponer que tampoco ha sido plato de gusto, probablemente quien menos pierde es Monsanto, para la que el potencial mercado biotecnológico en la UE es solo una parte de su actividad,” opina el articulista.

Se trata de la mayor empresa de semillas a nivel mundial. La biotecnología es solo una fracción de su negocio que le sirve para reforzar su estrategia básica, que no es otra que la mejora de las semillas y la búsqueda de soluciones de siembra a los agricultores. Para ello, el 10 por ciento de sus ingresos los destinan a investigación, con el objetivo de conseguir avances que permitan obtener más producción, con menor consumo de recursos naturales y de inputs.

Es decir, usar menos combustible, fertilizantes, pesticidas, etc. y, por supuesto, menos tiempo. No hay que olvidar que Monsanto no es una excepción ni el único caso de multinacional que desarrolla la tecnología de los diferentes inputs agrícolas relacionados con la semilla. Otras grandes multinacionales como Pioneer-Dupont, Syngenta, BASF, Bayer, Dow Agrosciences, etc., también tienen el más que saludable objetivo de hacer negocio mediante la puesta en el mercado y explotación de innovaciones de interés para los agricultores, biotecnológicas o no.

La mejora genética tradicional sigue siendo básica en el negocio de esta “estigmatizada” compañía, al igual que las nuevas líneas de desarrollo agrícola. Es el caso de los biológicos, que permitirán al agricultor combatir plagas, malas hierbas o enfermedades, reduciendo la aplicación de fitosanitarios y sin necesidad de realizar modificaciones genéticas a las plantas. También los sistemas integrados de siembra, que aumentan la eficiencia mediante el uso de modelos digitales donde de forma automatizada se optimiza la aplicación de semillas, en función de las características del suelo y otros factores.

Hace poco más de una semana se celebró en Decatur la mayor feria agrícola de Estados Unidos, donde tuve la oportunidad de hablar con varios agricultores de este país y visitar algunas de sus explotaciones.

Llevan casi 20 años sembrando cultivos transgénicos, y al escucharles, uno confirma la gran diferencia tecnológica entre ambos lados del atlántico. No en otros factores de la producción agraria, donde estamos igual de avanzados, pero sí en algo tan esencial para la producción y la sostenibilidad, como es la productividad de los cultivos.

Lo que más intrigaba a esos profesionales del campo, no era otra cosa que saber cómo sus colegas europeos podían cultivar maíz, algodón o soja, entre otros, sin el uso de estas modernas y para ellos muy familiares e imprescindibles semillas transgénicas. Somos muchos los que tampoco lo entendemos, más aún cuando vemos a qué velocidad va este mercado en EEUU, Argentina, Brasil, China, India, etc.

Para el común de los ciudadanos europeos, muy alejado del agro, su preocupación por este tema suele ser baja. Sin embargo, la responsabilidad sí es de aquellos que conocen el valor económico, social y medioambiental de esta tecnología, pero que impiden que millones de europeos la utilicen. Posiblemente se trate del único caso en que una sociedad tecnológicamente avanzada como la europea, se encuentra por detrás del resto del mundo, incluido África, Asia, Oceanía y, por supuestos, la inmensa mayoría del continente americano.

Fuente Hoy.es