La primera es que las armas nucleares son moralmente aborrecibles. Después de todo, se trata de instrumentos de exterminio extenso e indiscriminado. Destruyen ciudades completas, regiones enteras, masacrando civiles y soldados, amigos y enemigos, inocentes y culpables, incluso muchos, muchísimos niños. El único crimen cometido por la inmensa mayoría de las víctimas de un ataque nuclear es haber vivido del lado incorrecto de una frontera nacional.
La segunda razón es que la guerra nuclear es suicida. El ataque nuclear recíproco entre naciones mata a millones de personas de ambos lados del conflicto y deja a los sobrevivientes en medio de un páramo nuclear, donde – como se ha sugerido – los vivos muy bien podrían envidiar a los muertos. Incluso aunque un solo lado del conflicto empleara armas nucleares, la lluvia radiactiva se propagaría por el mundo como un prolongado invierno nuclear, que bajaría las temperaturas, destruiría la agricultura y el suministro de alimentos y anularía lo poco que haya quedado de civilización. Como numerosos observadores ya lo han comentado: no habrá vencedores de una guerra nuclear.
La tercera razón es que las armas nucleares no garantizan la seguridad de una nación. A pesar de contar con armas nucleares, durante décadas las grandes potencias se han involucrado en sangrientas guerras convencionales. Millones murieron en Corea, en Argelia, en Vietnam, en Afganistán, en Irak y en muchos otros países, y esos millones de muertos incluyeron grandes números de gente proveniente de naciones nucleares. Como saben los líderes de esas potencias, de nada sirvieron sus arsenales nucleares en esos conflictos, pues simplemente tal poderío no intimidó a otros pueblos. Es decir, las armas nucleares fueron inútiles.
Tampoco el vasto arsenal nuclear de Estados Unidos lo protegió contra el ataque terrorista. El 11 de septiembre de 2001, diecinueve hombres – armados sólo con cortadores – montaron el mayor asalto terrorista perpetrado en la historia del país, que ocasionó la muerte de aproximadamente 3.000 personas. ¿De qué sirvieron las armas nucleares estadounidenses para impedir ese ataque? ¿Qué valor tienen en la ahora llamada “guerra contra el terror»? Dado que los terroristas no ocupan territorio, es difícil imaginar cómo podrían usarse las armas nucleares contra ellos, sea como elemento disuasorio o en el propio conflicto militar.
La cuarta razón es que las armas nucleares socavan la seguridad nacional. Por supuesto, esta opinión contradice la creencia convencional de que la Bomba es «disuasiva»; sin embargo, consideremos el caso de Estados Unidos. Fue la primera nación en desarrollar bombas atómicas y, durante algunos años, ejerció su monopolio. Pero en respuesta al monopolio nuclear de Estados Unidos, el gobierno soviético construyó bombas nucleares. Entonces, el gobierno estadounidense construyó bombas de hidrógeno. Con lo cual el gobierno soviético construyó bombas de hidrógeno. Después, ambas naciones compitieron en construir misiles guiados y misiles con múltiples ojivas nucleares, etc., etc. Mientras tanto, otras naciones también construían y desplegaban sus armas nucleares. Y, años tras año, todas esas naciones se fueron sintiendo cada vez más inseguras. Y en realidad lo estaban, ¡porque cuanto más amenazaban a otros, más amenazas recibían a cambio!
Además, en tanto existan armas nucleares, perdurará la posibilidad de una guerra nuclear accidental. En el curso de la Guerra Fría y en los años que siguieron, ha habido numerosas falsas alarmas sobre un ataque enemigo, lo cual en cada caso casi llevó al lanzamiento de una respuesta nuclear con potenciales consecuencias devastadoras. Asimismo, las armas nucleares podrían terminar explotando en la propia nación. Por ejemplo, en el verano del 2008, fueron dados de baja de sus puestos oficiales superiores de la Fuerza Aérea de Estados Unidos porque, sin pensar, habían permitido que se realizaran vuelos con armas nucleares activas sobre el propio territorio.
La quinta razón es que, en tanto existan armas nucleares, persistirá la tentación de usarlas en las guerras. Hacer la guerra ha sido un hábito arraigado durante miles de años y, por lo tanto, es improbable que esa práctica se abandone pronto. Y mientras existan las guerras y con la intención de ganarlas, los gobiernos se sentirán tentados de echar mano a sus reservas de armas nucleares.
La verdad es que las naciones que poseen armamento nuclear no lo han usado en la guerra desde 1945. Pero esto refleja el aumento de la resistencia popular masiva al conflicto nuclear, lo cual estigmatizó el uso de armas nucleares y obligó a renuentes funcionarios de gobierno a establecer acuerdos sobre control de armas y desarme. Pero no podemos suponer que, en el contexto de guerras enconadas y amenazas a la supervivencia nacional, continuarán indefinidamente las restricciones nucleares. Más bien, parece probable que cuanto más tiempo perduren las armas nucleares, mayor será la posibilidad de que se usen en una guerra.
La sexta razón es que, si bien las armas nucleares permanecen en los arsenales nacionales, los peligros planteados por el terrorismo se amplían inmensamente. Los terroristas no pueden por sí mismos construir armas nucleares, pues la creación de tales armas requiere de vastos recursos, considerable territorio y mucho conocimiento científico. El único modo que tienen los terroristas de alcanzar capacidad nuclear es obtener las armas o los materiales para fabricarlas – por donación, compra o robo – de los arsenales de las potencias nucleares. Por lo tanto, mientras los gobiernos tengan armas nucleares, existirá la posibilidad de que los terroristas accedan a ellas.
¿Qué es entonces lo que nos frena para lograr la abolición nuclear? Por cierto, no el público, que encuesta tras encuesta se muestra a favor de crear un mundo liberado de la amenaza nuclear. Incluso muchos líderes de gobierno están ahora de acuerdo en que es conveniente deshacerse de las armas nucleares. El real obstáculo es el prolongado hábito de echar mano a las armas más poderosas que haya disponibles para resolver los conflictos entre naciones hostiles. Este hábito ha demostrado, no obstante, ser profundamente irracional y contraproducente, peor que fumar, peor que consumir drogas, peor que casi cualquier cosa imaginable, pues pone a la civilización al borde de la destrucción. Ha llegado el momento de abandonar ese hábito y de crear un mundo sin amenaza nuclear.
*El Dr. Wittner Profesor de Historia de la State University of New York/Albany. Su libro más reciente es «Confronting the Bomb: A Short History of the World Nuclear Disarmament Movement»* (Cómo enfrentar la bomba – Breve historia del movimiento mundial por el desarme nuclear) *(Stanford University Press)*.