Catherine Rottenberg, Goldsmiths, Universidad de Londres para The Conversation
De repente, todos quieren llevar la etiqueta feminista. Desde la directora ejecutiva de Facebook, Sheryl Sandberg, hasta Ivanka Trump, un número sin precedentes de mujeres ejecutivas de alto perfil se están declarando públicamente feministas. Al parecer, el mercado está colonizando los temas feministas.
De hecho, identificarse como feminista no solo se ha convertido en una fuente de orgullo, sino que también sirve como capital cultural para estrellas de Hollywood y celebridades de la música, hasta el punto de que la nueva «palabra con f» literalmente ha inundado las redes sociales. Meghan Markle, la nueva princesa feminista del Reino Unido es solo el último ejemplo en una lista muy larga. No es una sorpresa que «feminismo» haya sido la palabra del año de Merriam-Webster en 2017.
El movimiento por la igualdad de género, entonces, está cada vez más enredado con el neoliberalismo, que ha movilizado al feminismo para avanzar en los objetivos políticos y aumentar el valor del mercado. Sin embargo, al mismo tiempo, una forma diferente de feminismo también ha ganado popularidad inesperadamente. Tras la elección de Trump y la reaparición del sexismo desvergonzado en la esfera pública, ha aparecido una nueva ola de militancia feminista masiva en el panorama político, que intenta ir más allá de la simple identificación para facilitar el cambio social.
El resurgimiento de la movilización y la protesta feminista a gran escala, como La Marcha de las Mujeres y el movimiento #MeToo, sirve como un importante contraataque al aumento de las peticiones aminoradas y no opositoras del feminismo.
Feminismo neoliberal
Entonces, ¿cómo podemos dar sentido al renacimiento feminista contemporáneo con sus manifestaciones tan diferentes y contradictorias?
Durante la última media década, hemos sido testigos del surgimiento de una variante peculiar del feminismo, particularmente en los Estados Unidos y el Reino Unido, una variante que ha sido desvinculada de los ideales sociales como la igualdad, los derechos y la justicia. Llamo a este feminismo neoliberal, ya que reconoce la desigualdad de género (diferenciándose del postfeminismo, que se centra en el «empoderamiento» y la «elección» de las mujeres individuales, pero repudia el feminismo) al tiempo que niega que las estructuras socioeconómicas y culturales determinen nuestras vidas.
Este es precisamente el tipo de feminismo que informa los manifiestos más vendidos, como Lean In de Sheryl Sandberg, en el que las mujeres se consideran completamente atomizadas, auto optimizadoras y emprendedoras.
Sí, el feminismo neoliberal podría reconocer la brecha salarial de género y el acoso sexual como signos de desigualdad continua. Pero las soluciones que plantea eliden la base económica y estructural de estos fenómenos. Intencionadamente incitando a las mujeres a aceptar la plena responsabilidad de su propio bienestar y autocuidado, el feminismo neoliberal en última instancia dirige su discurso a las clases media y media alta, borrando efectivamente a la gran mayoría de las mujeres de la vista. Y, dado que está informado por un cálculo de mercado, no está interesado en la justicia social o la movilización masiva.
Con el auge del feminismo neoliberal, que alienta a las mujeres a enfocarse en sí mismas y en sus propias aspiraciones, el feminismo puede popularizarse, distribuirse y venderse más fácilmente en el mercado. Esto es porque encaja, casi a la perfección, con el capitalismo neoliberal. Este feminismo también es descaradamente excluyente y abarca solo a las llamadas “mujeres con aspiraciones” en su discurso. Al hacerlo, cosifica el privilegio de clase y el blanco, así como la heteronormatividad, dirigiéndose a sí mismo no solo a las agendas neoliberales sino también a las neoconservadoras.
No hay nada en este feminismo que amenace a los poderes fácticos.
Amenazando al feminismo
Sin embargo, uno de sus efectos involuntarios puede constituir una amenaza. Precisamente porque el feminismo neoliberal ha facilitado la visibilidad y aceptación generalizada de la «palabra f» es que este ha preparado simultáneamente el camino para un movimiento feminista militante. Este movimiento alienta la movilización masiva para desafiar no solo las políticas sexistas de Trump, sino también una agenda neoliberal cada vez más dominante que antepone el beneficio sobre las personas.
Parte de la infraestructura para el reciente movimiento oposicional feminista claramente ya estaba en su lugar. No olvidemos que #MeToo surgió inicialmente como un movimiento de base liderado por la activista afroamericana Tarana Burke hace más de una década y que viene inmediatamente después de otras movilizaciones, como SlutWalk, el movimiento transnacional que organizó protestas en todo el mundo contra la cultura de la violación y su acompañante de culpar a la víctima.
Sin embargo, #MeToo fue capaz de obtener una tracción tan generalizada en este momento particular de la historia (con las elecciones y las políticas de Trump como los principales factores desencadenantes) dado que el feminismo ya se había vuelto popular y deseable por parte de Sandberg, Beyonce y Emma Watson, por nombrar solo unas pocas.
La cuestión apremiante ahora es cómo podemos sostener y ampliar el renacimiento feminista masivo como resistencia, mientras rechazamos la lógica del feminismo neoliberal. ¿Cómo podemos mantener el feminismo como una amenaza a las muchas fuerzas que continúan oprimiendo, excluyendo y privando de derechos a segmentos enteros de la sociedad?
#MeToo ha llevado a cabo un importante trabajo cultural. En el mejor de los casos, ha puesto de manifiesto cómo el derecho masculino satura nuestra cultura. En última instancia, sin embargo, esto no será suficiente. La denuncia no es suficiente para garantizar el cambio sistémico.
Pero hay otros movimientos feministas que han surgido en los últimos años. “El feminismo para el 99%”, que ayudó a organizar la Huelga Internacional de Mujeres, es solo un ejemplo. Estos movimientos expanden significativamente el marco único de género, articulando y protestando una variedad vertiginosa de desigualdades que enfrentan las mujeres, las minorías y las poblaciones precarias en general.
Estos movimientos feministas están exigiendo transformaciones económicas, sociales y culturales dramáticas, creando visiones alternativas así como esperanza para el futuro. Y dado que el futuro se ve tan sombrío hoy en día para un número cada vez mayor de personas en todo el mundo, es precisamente que necesitamos el feminismo amenazante.
Catherine Rottenberg, becaria Marie Curie en Sociología, Goldsmiths, Universidad de Londres
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Léase el artículo original.
Traducido del inglés por Valeria Paredes