Desaparición forzada: caso Daniel Solano
Fiske Menuko, Puel Mapu. Susana, la hermana de Daniel Solano tiene los ojos húmedos. El llanto contenido brotó rápido en la audiencia. El dolor se mantuvo presente en todo su relato. “Usted se tiene que sentar a esperarlo”, le recomendaron malintencionadamente los hermanos Lapenta a Gualberto Solano durante los primeros días de la búsqueda. “Mi papá todos los días se sentaba en la terminal a esperarlo”, confesó acongojada Susana; una congoja que se introdujo incluso en la piel imperturbable de la defensa; una defensa, que por momentos, pareciera que disfrutara de la eventual ausencia de datos dentro de la causa. “Mi hermana hizo una denuncia en Tartagal, pero esa denuncia desapareció”. “Un día nos enteramos que (Héctor) Martínez también estaba involucrado en la desaparición de mi hermano. Él estaba a cargo de la investigación. Para nosotros fue muy fuerte saber que él también estaba involucrado, porque es como que te ponen a las personas y vos, ¿cómo no vas a confiar en esa persona?”. Mientras declara Susana, Martínez la escucha y anota en un cuaderno de tapa dura. Su rostro se mantiene como hundido dentro de una gran mueca de espanto. Luego, afuera del recinto judicial, los cuatro abogados defensores, mientras esperan que se abra la puerta de un ascensor en uno de los cuartos intermedios, se ufanan de una frase pronunciada por Pablo Barrionuevo dentro de la audiencia. “Los fantasmas de la querella”, sugirió perversa y cínicamente, como si esta frase pudiera funcionar como un espasmo vital sobre los moribundos móviles que proponen para resguardar a sus defendidos. Yo los observo de cerca, miro cómo se acomodan las corbatas oscuras sobre sus trajes impolutos. Se dan cuenta que los observo. Sus rostros vuelven a condensarse serios e imperturbables. Ellos saben, como yo sé, que todas sus coartadas conducen a un sólo sitio irrebatible: la condena, severa e incuestionable. En el gran teatro judicial las acciones de estos abogados defensores, como el de los policías imputados y el de los empresarios de Agrocosecha S.A., conforman una sola expresión (delictiva) dentro de la causa. Finalmente, su representación visual dentro del escenario judicial es una metáfora microsocial del caso.
Introducción
Las últimas dos audiencias se caracterizaron por la intrascendencia comunicacional, dado que casi la totalidad de los testigos (11 en total) no aportaron datos nuevos ni relevantes para la causa. Es por ello que el lector podrá encontrar, dentro de esta crónica, contenidas las audiencias número 23 y número 24.
Sin duda, el testimonio de la hermana de Daniel Solano fue el hecho relevante en el juicio, aunque muchas cosas que declaró confirmaron datos que ya han sido declarados en otras audiencias. Por su parte, también declararon 3 policías, dos chicas que estuvieron en Macuba la madrugada del 5 de noviembre de 2011, un compañero de Daniel y un periodista (que no pudo bajar al jagüel por no contar con equipamiento tecnológico apropiado). Completan la lista el tío del DJ de Macuba, el barman de este boliche y un pensionista que escuchó la versión de que a Daniel lo había levantado la policía en frente del casino de Choele Choel.
Kiñe. Primer capítulo
Las dos versiones y la declaración del barman de Macuba
Como ya adelanté, en estas dos últimas audiencias judiciales no hubo datos nuevos. Dos de los testigos retomaron, dentro de su declaración, dos versiones del caso que ya han sido expuestas dentro del juicio. La primera versión la dio un vecino de Choele Choel, que aseveró que una amiga suya le comentó que a Daniel lo levantó, justo en frente del casino de Choele Choel, un grupo de policías. La segunda versión la dio el tío del DJ del boliche, quien explicó que estuvo en un cumpleaños junto a su sobrino y que en ese cumpleaños escuchó de boca de su familiar que “Daniel Solano estaba haciendo disturbios. Le habían llamado la atención, y en un momento, como que estaba tirando cerveza en la pista”.
Por otro lado, el barman de Macuba explicó que la madrugada del 5 de noviembre vio al grupo de personas que acompañaba a Daniel, pero que no vio cuando la policía se llevo a éste último. “Nunca percibí, ni escuché que la policía haya sacado a alguien. Después, a los tres días, fueron a la agencia de motos (donde yo también trabajaba) unos muchachos para pedirme si podían pegar un panfleto de él. Yo me puse a leerlo. ¡Desapareció un muchacho! ¡Que raro! Después a los días me entero que había desaparecido en Macuba”.
Epu. Segundo capítulo
Las labores de mantenimiento de Berthe y la escuela de cadetes
Por otro lado, el relato de los tres policías también fue insustancial. No arrojaron datos nuevos. Simplemente confirmaron datos que ya han sido mencionados dentro del juicio. Por un lado, confirmaron que Sandro Berthe realizaba trabajos de mantenimiento dentro de la comisaría octava. Mientras, por otro lado, reconocieron que Juan Barrera trabajaba en la escuela de cadetes de la policía como sub instructor. En este sentido, una de las policías declaró también que la abogada Cecilia Constanzo dictaba una materia dentro de la escuela de oficiales (otro dato que ya ha sido mencionado dentro de la causa).
Küla. Tercer capítulo
“Incluso me dijo que le había parecido raro que tantos policías sacarán a una persona”
En tercer lugar dos jóvenes que asistieron a Macuba la madrugada del 5 de noviembre cayeron en una contradicción, dado que una de ellas aseguró que su amiga vio a cuatro o cinco policías sacar a un chico de Macuba. “Incluso me dijo que le había parecido raro que tantos policías sacarán a una persona”. Mientras tanto, por su parte, esta última joven declaró ante los jueces que ella no había visto a ningún policía en toda la noche.
Otro punto relevante en la declaración de estas dos jóvenes, es que una de ellas aseveró que la hermana de Juan Barrera intentó comunicarse con ella hace dos semanas. “Llamó a mi casa y hablo con mi papá. Pidió hablar conmigo, pero mi papá le dijo que no. No sabemos qué quería, ni para que nos llamaba”.
La declaración de una de estas jóvenes coincide con uno de los compañeros de Daniel, que también vio a la salida de Macuba a varios oficiales. “Afuera vi como a cinco o seis policías. ¡Eran varios! Cuando llegamos a Macuba Daniel ya estaba. Charlamos con él. Como eramos todos de Tartagal, hicimos la ronda y todos nos pasábamos los tragos que compramos. Él (Daniel) andaba bailando, charlando, haciéndose bromas. Después salí de Macuba, pero Daniel aún estaba adentro”.
Meli. Cuarto capítulo
“Mi papá todos los días se sentaba en la terminal a esperarlo”
“Nosotros somos cinco mujeres y un varón (Daniel Solano) (…) Yo me enteré un día lunes. A la noche me llamó mi papá (…) Pensábamos que estaba detenido en algún lado, pero no estaba”. Susana, la hermana de Daniel Solano, tiene los ojos húmedos. El llanto contenido brotó rápido en la audiencia. El dolor se mantuvo presente en todo su relato. “Usted se tiene que sentar a esperarlo”, le recomendaron malintencionadamente los hermanos Lapenta a Gualberto Solano durante los primeros días de la búsqueda. “Mi papá todos los días se sentaba en la terminal a esperarlo”, confesó acongojada Susana; una congoja que se introdujo incluso en la piel imperturbable de la defensa; una defensa, que por momentos, pareciera que disfrutara de la eventual ausencia de datos dentro de la causa. “Mi hermana hizo una denuncia en Tartagal, pero esa denuncia desapareció”.
“Las pistas que nos daban constantemente indicaban que estaba en Neuquén. Y nosotros de la desesperación lo buscábamos por todos lados , y nada. ¡No encontrábamos nada! Entonces no sabíamos qué hacer, porque empezamos a caminar por todos lados y nadie lo había visto, ni nadie sabía nada”. La persona que estuvo a cargo los primeros días de la investigación fue el oficial Héctor Matínez. La familia Solano mantuvo un contacto directo y cercano con él. “Cualquier persona que me llamara, cualquier información que nos brindaran, él (Martínez) tenía que saber. Teníamos que ir siempre a él. Y entregarle toda (la información) a él”.
“Los dueños de Agrocosecha decían que se había ido a ‘Las grutas’ o que se había ido con una chica. A mi papá le decían que se había ido a otra cosecha, y que si se había ido a otra cosecha iba a volver, entonces (según ellos) se tenía que sentar a esperarlo. Y mi papá todos los días se sentaba en la terminal a esperarlo”.
Un día de tanto caminar en Neuquén –tanto en la zona urbana, como en las chacras–, la familia Solano encontró la dirección de la casa de la mujer que supuestamente había llamado para dar el dato de que Daniel estaba en esa ciudad. “Encontramos la dirección de la señora. La señora estaba regando sus plantitas. Nos presentamos. Le contamos que éramos familiares del chico que estaba desaparecido, y le preguntamos si ella había llamado. La señora nos dijo ‘no, yo nunca llamé. Es más, recién me entero que había un chico desaparecido. Es mi nombre, mi dirección y mi teléfono, pero yo nunca llamé’. No sabíamos qué hacer, porque nos dimos cuenta de que nos habían dado pistas falsas para que saliéramos de Choele”.
La persona que había recibido esa supuesta llamada fue Héctor Martínez. “Él estaba a cargo de la investigación. Para nosotros fue muy fuerte saber que él también estaba involucrado, porque es como que te ponen a las personas y vos, ¿cómo no vas a confiar en esa persona? Todas las cosas que nosotros le contábamos era porque confiábamos en él, porque él era él que llevaba la investigación adelante. Y cuando nos enteramos mi papá se puso muy mal. ‘¡Estaba con nosotros! ¡Nos veía siempre!’ La verdad que fue muy shockeante saber que él también estaba involucrado”.
Martínez, como la jueza Marisa Bosco y los dueños de la empresa Agrocosecha S.A., sostuvieron todo el tiempo ante la familia Solano la teoría de que Daniel se había ido a otra ciudad. Incluso la doctora Bosco le propuso a la familia Solano que por 35 mil pesos les colocaba, a su disposición, un grupo de investigación paralela, “que iba a hallar a Daniel Solano con toda seguridad”.
“Cuando llegó el doctor Sergio Heredia la gente de la empresa se enojó mucho. ‘¿Qué? ¿No les alcanza con todo lo que hicimos?’, nos dijeron. Porque habían puesto dos abogados que salían 30 mil pesos. Y nosotros les dijimos pero ¿qué han hecho? ¡No han hecho nada! Entonces cuando se enteraron que iba a venir Sergio Heredia ellos nos dijeron que él no era bienvenido y que no sabían que íbamos a hacer nosotros, porque ya no teníamos más el apoyo de ellos. Así que ese día tuvimos que buscar otro lugar porque no teníamos donde ir. (…) Cuando llegó el doctor, como que se cayó todo, como que vimos lo que tenían ellos (los dueños de Agrocosecha) en sus corazones”.
Existen escenarios absurdos (y perversos) que el poder judicial y su estructura no pueden contener. Más de una vez tanto imputados como acusadores nos hemos reído de una misma escena o declaración por parte de un testigo. Cuando inician los cuartos intermedios, todos nos encontramos torpes y juntos dentro de los pasillos de la Ciudad Judicial. ¿Cuántas veces ha pasado Sandro Berthe al lado nuestro para sacar agua del dispenser que está en uno de los pasillos de la Ciudad Judicial? Los imputados caminan entre nosotros. Transitan el mismo pasillo, que es angosto e inevitable. Saludamos a los policías que los custodian (y que sienten, por supuesto, mucha más empatía con ellos que con nosotros). Compartimos los mismos baños, tanto con unos, como con otros. En la última audiencia, afuera del recinto judicial, los cuatro abogados defensores, mientras esperan que se abra la puerta de un ascensor en uno de los cuartos intermedios, se ufanan de una frase pronunciada por Pablo Barrionuevo dentro de la audiencia. “Los fantasmas de la querella”, sugirió perversa y cínicamente, como si esta frase pudiera funcionar como un espasmo vital sobre los moribundos móviles que proponen para resguardar a sus defendidos. Yo los observo de cerca, miro como se acomodan las corbatas oscuras sobre sus trajes impolutos. Se dan cuenta que los observo. Sus rostros vuelven a condensarse serios e imperturbables. Ellos saben, como yo sé, que todas sus coartadas conducen a un sólo sitio irrebatible: la condena, severa e incuestionable. En el gran teatro judicial las acciones de estos abogados defensores, como el de los policías imputados y el de los empresarios de Agrocosecha S.A., conforman una sola expresión (delictiva) dentro de la causa. Finalmente su representación visual dentro del escenario judicial es una metáfora microsocial del caso.
El sistema judicial tiene fronteras autoritarias y absurdas, aunque bien definidas. “Ese hecho no es objeto de este debate”, repiten constantemente. ¿Cuántos hechos el sistema jurídico está preparado para contener y cuántos para obviar? ¿Qué es lo que sabe el sistema jurídico nacional sobre cosmovisión originaria? ¿Qué lugar tiene la vulneración de la cosmovisión y la identidad originaria en los fallos judiciales?