Es una crítica que no tiene tanto que ver con el objeto que se busca solucionar políticamente, con el lucro, las mega-represas, o derechos para minorías homosexuales. No hay que confundirse. Es algo más profundo que tiene que ver con el mismo fundamento de las decisiones colectivas, de la forma que vivimos real y concretamente la ciudad. Es una crítica a la democracia representativa.
Y a pesar de lo que fácilmente se pueda pensar, esto no es sólo responsabilidad de gobernantes pasajeros. En doscientos años que la representatividad democrática respira con legitimidad respingada en nuestras ciudades, su crítica nunca había salido a las calles con tanta fuerza ni en forma tan planetaria como hoy.
Es algo profundamente histórico y mundial. Hay que abrir los ojos si se quiere ir al fondo del tema. Debería ser observado tanto por quienes quieren superar el actual momento como por quienes buscan mantener sus privilegios.
La crítica de fondo apunta como un cliché a la distancia entre gobernantes y gobernados. Es desde ahí que surgen las propuestas de plebiscitos y asambleas. Pero esa también es una perspectiva cliché si no se entiende por qué surge esa distancia en la misma práctica de la democracia. Parece una contradicción en donde guanacos o anuncios *»parches»* parecen flotar en la incomprensión.
El acusado de esta debilidad democrática es un viejo conocido de algunos iniciados que lo denuncian hace años: la ficción de la representatividad.
Este invento del siglo XVIII promete que quien gobierna lo haga en nombre de la comunidad que gobierna. Esa pretensión se legitima en el acto de la elección popular que sugiere que el gobernante *»represente»* a los gobernados durante el mandato.
Pero en realidad, no necesariamente pasa así. El gobernante sólo *»hace»* como que *»representa»* y los gobernados *»hacen»* que son *»representados»*.
Después de las elecciones, la comunidad como conjunto puede o no compartir alguna o parte de las decisiones del gobernante. O puede haber cambiado de opinión o incluso puede haber cambiado de composición. Pero nada de eso es importante en la ficción de la representatividad. Lo importante es que el mandatario ha recibido una especie de cheque en blanco para hacer y deshacer en su mandato en *»nombre»* de la comunidad que al inicio votó por él. Una ficción.
El gobernante así está realmente libre de considerar la opinión de su comunidad. El problema es que cuando no lo hace, la comunidad en algunos momentos históricos, lo resiente y sin salidas institucionales, surgen crisis. Por ejemplo, cuando no se escucha la opinión del 80% y se actúa con apoyo que no alcanza un tercio de la sociedad.
Esta distancia entre comunidades y clase política representativa es signo del comienzo del siglo XXI. Se expresa en calles de Santiago, Londres, Madrid y Tel Aviv y un largo etc. Estaba presente hace mucho pero hoy tiene la novedad de articularse en forma inédita, en insurgentes bits y tweets, blogs y trends. Golpes irrespetuosos y de calma anarquía ilustrada.
**¿Se puede hacer algo?**
El recurso desesperado de la representatividad es ahondar en instrumentos de consulta popular. Es una herramienta que conoce, que permite mantener las estructuras y que da espacio a los demandantes indignados. Un acuerdo que beneficia a todos por algún tiempo.
El plebiscito es una de esas formas, quizás imperfecta, pero un avance por ahora a la mano, sea o no vinculante, es un recurso al alcance de la clase política, beneficioso para quienes quieren cambios como para quienes quieren mantener sus cuotas dentro de una estructura que muere.
Decir que los plebiscitos exponen a *»facciones organizadas»* o a la *»manipulación emotiva de las masas»*, son argumentos profundamente antidemocráticos, de otros tiempos, de partidarios de la monarquía antes de la revolución francesa y de autores que terminaron dando justificación al fascismo del siglo XX.
En la misma línea están las irresponsables declaraciones llamando a militares para controlar manifestaciones. Unos y otros dan espalda a la historia, atrasan relojes y animan fantasmas que la historia que amanece parece querer ver por fin descansar.