En las cercanías de la Plaza Ñuñoa aparece este mural, fotografiado por Sergio Bastías, dando cuenta de la concepción histórica obsoleta del uso de la violencia tanto para protestar como para reprimir.
Es que las nuevas generaciones están expresando su repulsa por la violencia, casi como acto visceral de rechazo profundo hacia toda forma de agresión, de explotación, de corrupción, de discriminación y de mal trato.
Esta sensibilidad, que parecía impensable hace poco tiempo, comenzó a ganar terreno en Túnez y Egipto, se expresó ampliamente en Grecia, gana las plazas de España, también La Bastille, camina hacia Bruselas, se manifiesta en los huelguistas de hambre que hoy protestan en India, en los estudiantes chilenos.
Nos recuerda el título de ese libro que corriera de mano en mano por América Latina hace tan poco, *»El fin de la pre-historia»* de Tomás Hirsch, prologado por Evo Morales.
Es que parece que, más allá de las demandas que en cada lugar convoca a los jóvenes más despiertos, el factor común que comienza a evidenciarse en este convulsionado momento histórico es su opción por las formas de lucha de la no-violencia activa, coherente con los objetivos de ese nuevo mundo que empieza a avistarse como posible.