La clase dominante está dispuesta a todo para que sus hijos se socialicen desde muy pequeños en la cultura de la exclusión, para que no se mezclen con aquellos niños de otras clases sociales. Las políticas educacionales y de protección de la infancia del Estado no evalúan el stress que el coaching puede significar en niños de tres años; en consecuencia, la salud psicológica de los hijos de los ricos, que debiera estar garantizada, se encuentra en peligro.
Pasan los años y, mientras el modelo económico acumula riquezas en el 1% más rico de la población, la clase dominante hace su vida en La Dehesa, veranea en Zapallar, trabaja en el Golf, estudia en colegios privados de “excelencia”, recibe los consejos espirituales de los Legionarios de Cristo y del Opus Dei y se reconoce en las páginas sociales de El Mercurio. El modelo económico y el régimen político han servido para llevar al extremo la segregación social. Los chilenos no nos mezclamos. Los orígenes de clase nos distancian cada vez más y la inclusión es sólo discurso electoral.
La segregación comienza en la escuela. La educación básica y media es distinta, según barrio y tipo de escuela. Hijos de familias ricas en escuelas particulares; hijos de clase media en particulares subvencionadas; y los pobres en las municipalizadas. La marcada división de clases de la sociedad chilena no se atenúa con la educación, aun cuando ésta se haya masificado
Pasi Sahlberg, experto finlandés y académico de Harvard, quien visitó nuestro país en enero de este año, impactado por la inequidad del sistema educacional chileno señala:
“Chile ha elegido el camino de la elección de los padres y la selección temprana. Finlandia cree en un sistema integrador, donde todos los niños vayan al mismo tipo de colegios, sin importar sus antecedentes familiares o sus características personales”,
Las consecuencias de esta segregación no son sólo educativas, sino que han afectado el tejido social, perpetuando el clasismo y la discriminación. Porque la escuela es el lugar donde nace el ejercicio de la democracia, se construyen los vínculos sociales y una ética de respeto a los demás.
Nada de esto existe en Chile. Por el contrario, el sistema educacional se ha convertido en un instrumento de exclusión y ampliación de las desigualdades.
Recientemente hemos conocido un reportaje de la revista Paula que revela como las familias ricas no escatiman esfuerzos para que sus hijos se incorporen a los colegios privados de ”excelencia”. Contratan un sistema de coaching, que prepara a sus hijos de tres años para que no tengan dificultades de ingreso a esas escuelas de la elite. Parece que ya no basta el dinero y se necesita que los niños internalicen el significado de su posición social y familiar.
Los esfuerzos por acceder a esas escuelas, lo explica bien una madre en la revista Paula. Decepcionada porque su hijo no fue seleccionado en un colegio de la elite señala, con franqueza:
“Quería un colegio que todos conocieran, que saliera en los ránkings. Tuve que resignarme a que mi hijo no iba a salir hablando inglés, a que sus contactos no iban a ser hijos de gerentes o de gente importante.” (SIC)
Para las familias ricas, y algunas otras que aspiran a ser parte de la clase dominante, la incorporación a esos colegios resulta determinante para que sus hijos sean parte de las redes que garantizan el acceso a su misma vida social, a las mejores universidades y trabajos. Es el denominado capital cultural, que en Chile se construye desde los primeros años de la educación. Además del dinero, parece que ahora también ayuda el coaching.
La clase dominante está dispuesta a todo para que sus hijos se socialicen desde muy pequeños en la cultura de la exclusión, para que no se mezclen con aquellos niños de otras clases sociales. Las políticas educacionales y de protección de la infancia del Estado no evalúan el stress que el coaching puede significar en niños de tres años; en consecuencia, la salud psicológica de los hijos de los ricos, que debiera estar garantizada, se encuentra en peligro.
La escuela en nuestro país no sirve para que los niños de diferentes clases se reconozcan y se respeten. Por el contrario, la segregación territorial, pero también la política educacional, así como el rechazo a la diversidad de las familias ricas impiden la construcción de vasos comunicantes entre los niños de distintos orígenes sociales.
La generalización del coaching en el mundo está sirviendo para disciplinar a los individuos, para hacerlos obedientes al sistema, inyectándoles optimismo. Con el optimismo se elimina lo negativo, así como toda posible crítica. En consecuencia, el coaching se ha convertido en una herramienta para uniformar a las personas, para hacerlos obedientes al sistema, renunciando a toda forma de rebeldía. Su aplicación se encuentra en los ámbitos laboral, espiritual y en el empresarial, entre otros. Lo que nos sorprende hoy día, y en nuestro país, es que se haya extendido a los niños de muy tierna edad.
Así las cosas, el coaching para los niños y los colegios privados de la elite, sin una política educacional que los regule, están sirviendo para encapsular a los individuos de la clase alta a niveles nunca vistos, separándolos del resto de la sociedad.
En consecuencia, la educación que las familias ricas imponen a sus hijos está lejos de la excelencia. Los colegios privados del barrio alto no ayudan a sus hijos a una formación integral, los enajenan del resto de la sociedad, los convierten en personas discriminadoras, que rechazan la diversidad. Esos niños cuando mayores no tiene un real compromiso con la democracia, y son los opositores más férreos a las reivindicaciones de los pueblos originarios, la autonomía de las mujeres y los derechos de los inmigrantes. La educación que privilegian los ricos es mala para sus hijos.