No obstante que Berlín volvió a ser la capital de Alemania luego de la reunificación, hace ya casi 30 años, sus habitantes se empeñan en señalar que la Alemania profunda está fuera de Berlín. No pocos berlineses, con alguna dosis de exageración e ironía, afirman que mientras en Alemania todo funciona, en Berlín nada funciona. Pude comprobar que efectivamente hay cosas que no funcionan, pero ello no significa que nada funciona. Por ejemplo, una línea del tranvía no estaba operativa, no funcionaba. Ante esta situación, se activó inmediatamente una línea de bus de emergencia para que hiciera el mismo recorrido.
Berlín es una ciudad cosmopolita, se podría afirmar que el mundo está en ella. Por sus calles, parques, lagos y plazas podemos observar personajes de todos los colores y pelajes, procedentes del mundo entero. Me centraré en dos puntos que me han llamado la atención. Uno, la amabilidad de su población, rasgo que se expresa de mil maneras. Si te ven perdido, te preguntan si pueden ayudar en algo. En una ocasión estando en la salida de una estación del metro (U-bahn), en Friedrichstrasse, consulté a un joven que pasaba dónde estaba el Hackescher Market. Me indicó hacia dónde debía ir y para allá partí. En pocos segundos vuelve el joven para pedirme disculpas porque le bajó la duda, consultó a un tercero, comprobando que se había equivocado y que era para otro lado. Le agradecimos. Otro caso similar me ocurrió cuando quise ir a ver una alfombra de tulipanes en un jardín, el Britzergarten. Los buses, similares a los de Santiago, impecables, con choferes atentos que no trepidan en bajarse para ayudar a los discapacitados a subirse y bajarse del bus en sus sillas de ruedas. Todo con buena cara, no como si fuera un cacho.
El otro punto tiene que ver con el valor de lo público, trátese de la locomoción colectiva, de la salud, de la educación, de la previsión, del esparcimiento, de los espacios. Mientras en Chile denostamos todo lo que huele a público y sobrevaloramos lo privado, acá la relación público-privada es resultante de acuerdos entre trabajadores, empresarios y gobierno, donde nadie la pone el pie encima al otro. Acuerdos donde se impone el equilibrio con una justa distribución de los beneficios y costos entre las partes, sin necesidad de contubernios, colusiones, abusos o estafas que tanto nos caracterizan y que dificultan sobremanera nuestra convivencia.
El valor de lo público se expresa de mil maneras, pero destacaré especialmente lo concerniente al esparcimiento, a la cantidad, calidad y limpieza de espacios públicos –parques, estacionamientos, plazas, lagos, calles, juegos infantiles-. No se hace necesario que cada uno tenga su propio jardín. El jardín de uno es el parque, la plaza de juegos. No es necesario que cada uno tenga su piscina. Además de los preciosos lagos existentes y donde se sumergen los berlineses apenas sale el sol, también hay piscinas públicas a precios módicos. La buena locomoción pública inhibe la necesidad de que cada familia tenga su propio vehículo particular, y si lo tiene, no lo ocupa para la vida diaria, sino que tan solo para los fines de semana, reduciendo con ello los costos de la congestión.
Claro que todo esto es ayudado por una manera de ser de los berlineses, caracterizada por su sencillez y su responsabilidad, que de alguna manera ha sido asimilado por los inmigrantes.
Berlín, el valor de lo público
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