Para cuando Obama aceptó su premio Nobel de la Paz, 11 meses después de jurar el cargo, ya había ordenado más ataques de este tipo que George W. Bush durante toda su presidencia. A finales de 2012, había ordenado seis veces más ataques que Bush en Pakistán. Un estudio realizado por profesores de Stanford y la Universidad de Nueva York llegó a la conclusión de que, entre 2004 y 2012, habían muerto en Pakistán entre 474 y 881 civiles por ataques con aviones no tripulados. Entre ellos, 176 niños. Para el año fiscal 2013, el Gobierno ha solicitado 26.160 millones de dólares destinados al programa de aviones no tripulados.
El 17 de marzo de 2011, cuatro misiles Hellfire, lanzados desde un avión no tripulado de Estados Unidos, alcanzaron una estación de autobuses en la ciudad de Datta Khel, en la región fronteriza paquistaní de Waziristán. Se calcula que murieron 42 personas. Parte de la rutina en la llamada guerra contra el terror. Para la mayoría de los estadounidenses, el ataque no fue seguramente más que una línea fugaz en el informativo de la noche, o ni siquiera eso.
¿Pero qué sucedió verdaderamente aquel día? ¿Quiénes eran esos 42 muertos, y qué estaban haciendo? ¿Y qué repercusión tuvo el ataque? ¿Contribuyó a nuestra seguridad? Estas son las preguntas planteadas, y respondidas, en un nuevo vídeo de visión obligada que acaba de hacer público la Brave New Foundation de Robert Greenwald.
El ataque fue de los que se denominan “ataques distintivos”, en los que la CIA o el Ejército toman la decisión de disparar no basándose en quiénes son los objetivos sino en si exhiben pautas de comportamiento sospechosas que se consideran “distintivas” de los terroristas (como se ve en el vídeo desde el avión). Dado que la CIA está matando a personas no identificadas solo por su comportamiento, es de esperar que la definición de los criterios con los que se mide qué comportamiento puede significar la muerte se haga con cierto rigor.
¿Qué es un comportamiento distintivo? “La definición consiste en un varón entre 20 y 40 años”, dijo el exembajador norteamericano en Pakistán Cameron Munter a la periodista de The Daily Beast Tara McKelvey. “En mi opinión, el mismo hombre que es un combatiente para unos, para otros es… un bobo que una vez fue a una reunión”. Según cita The New York Times, un alto funcionario del Departamento de Estado ha dicho que cuando la CIA ve “a tres tipos que dan saltos y piruetas”, la agencia cree que es un campo de entrenamiento de terroristas.
Ese día, en Datta Khel, el comportamiento distintivo fue una reunión, una jirga, que es una asamblea de ancianos tribales para resolver una disputa local. En ese caso, estaban resolviendo un conflicto por una mina de cromita. Y de hecho, los ancianos habían informado de la reunión al Ejército paquistaní con 10 días de antelación. “Es decir, era un acontecimiento público y abierto, del que tenían conocimiento prácticamente todos en la comunidad y el área circundante”, dice el profesor de derecho de Stanford James Cavallaro en el vídeo.
Prácticamente todos en la comunidad y el área circundante. Pero no los servicios de inteligencia estadounidenses. Ni el director de la CIA. Ni el presidente. Ni el tipo que, en Virginia, Nevada o algún otro lugar no revelado, apretó el botón que controlaba el avión no tripulado.
Y así, casi todos los ancianos tribales de la zona murieron alcanzados por los misiles. Akbar Ahmed fue embajador de Pakistán en el Reino Unido, ahora retirado y profesor en la American University. “Contribuye a la sensación de que nadie está a salvo, ningún lugar está a salvo, nada está a salvo”, dice en el vídeo. “Incluso una jirga, la institución más querida y valorada de las áreas tribales. Así que no podemos ni sentarnos a resolver un problema, hasta eso ha dejado de ser seguro”. Como dice el profesor Cavallaro, “la pérdida de 40 líderes en un mismo día fue devastadora para esa comunidad”.
Lejos de crear estabilidad en países como Pakistán, que es algo de lo que el Gobierno habla mucho, el ataque eliminó de una barrida a las fuerzas más estabilizadoras de toda una comunidad.
Jalal Manzar Khail estaba allí cerca aquel día, en su casa, y recuerda el ataque, en el que también perdieron la vida cuatro primos suyos. A partir de entonces, su hijo de seis años tuvo miedo -bastante razonable- de dormir dentro de la vivienda. “No podemos ir a casa”, cuenta Khail que decía su hijo. “Tenemos que pasar la noche en el árbol”. Añade Khail: “Transmitan mi mensaje a los americanos: la CIA y Estados Unidos tienen que parar… Están creándose más enemigos, y esto durará cientos de años”.
Comparación de muertes con drones en gobiernos de Obama y Bush
El mensaje de Khail no es nada nuevo. “Casi al final de cada entrevista que hice”, me dice Greenwald, “la persona añadía: ‘Por favor, díganle al presidente Obama que no soy un terrorista y que tiene que dejar de matar a mi familia’”.
Hubo un tiempo en el que el presidente Obama quizá se habría mostrado más receptivo a ese mensaje. En el libro Kill or Capture: The War on Terror and the Soul of the Obama Presidency, Daniel Klaidman relata otro ataque con aviones no tripulados justo días después de que Obama jurara su cargo. Entre los fallecidos estaban un jefe tribal partidario del Gobierno y sus dos hijos. Obama “no se mostró nada contento”, le explicó un funcionario a Klaidman.
Entonces le explicaron el concepto de “ataques distintivos”. “Señor presidente”, dijo el subdirector de la CIA, Steve Kappes, “podemos ver que allí hay muchos varones en edad militar, hombres relacionados con la actividad terrorista, pero no siempre sabemos quiénes son”. Obama respondió: “Eso no me convence”.
Da la impresión de que desde entonces ha aprendido a valorar más la idea. No se sabe cuánta gente -combatientes y civiles- ha muerto en ataques distintivos, porque la administración no reconoce su existencia. En febrero, Robert Gibbs declaró a Chris Hayes en MSNBC que, cuando le nombraron secretario de prensa de Obama, le dijeron que no reconociera el programa de drones en absoluto. “No debes ni mencionar su existencia”, recuerda que le dijeron.
Por supuesto, desde entonces, dado que esta postura resultaba cada vez más ridícula -e insultante para el país-, el Gobierno sí ha reconocido los ataques con aviones no tripulados, pero poco más. Los cálculos sobre víctimas proceden de otras fuentes. Como destaca Klaidman, para cuando Obama aceptó su premio Nobel de la Paz, 11 meses después de jurar el cargo, ya había ordenado más ataques de este tipo que George W. Bush durante toda su presidencia. A finales de 2012, había ordenado seis veces más ataques que Bush en Pakistán. Un estudio realizado por profesores de Stanford (incluido Cavallaro) y la Universidad de Nueva York llegó a la conclusión de que, entre 2004 y 2012, habían muerto en Pakistán entre 474 y 881 civiles por ataques con aviones no tripulados. Entre ellos, 176 niños, que constituyen el tema de otro vídeo de Greenwald que les sugiero que vean. Para el año fiscal 2013, el Gobierno ha solicitado 26.160 millones de dólares destinados al programa de aviones no tripulados; al menos, esa es la parte que conocemos.
PALABRAS CONTRADICTORIAS
En un discurso pronunciado en mayo en la Universidad Nacional de la Defensa, presentado como unas palabras fundamentales sobre seguridad nacional, el presidente Obama pretendió aclarar su política sobre los aviones no tripulados, la vigilancia y Guantánamo. Pareció que representaba un momento de transición en su estrategia. “Con una década de experiencia a nuestras espaldas”, dijo en la hora que duró el discurso, “ha llegado el momento de hacernos serias preguntas, sobre la naturaleza de las amenazas actuales y cómo debemos afrontarlas”. En algunas frases, incluso presentó sólidos argumentos contra el uso de los drones:
“… La fuerza no basta para hacer que estemos a salvo. No podemos emplear la fuerza en todos los sitios en los que se instala una ideología radical; y sin una estrategia que seque las fuentes del extremismo, una guerra perpetua -con aviones no tripulados, o fuerzas especiales, o despliegue de tropas- será contraproducente y transformará nuestro país de manera inquietante”.
Reconoció también que “los ataques de Estados Unidos han provocado bajas civiles”. Una afirmación muy distinta de la que hizo en 2011 John Brennan, entonces asesor principal del presidente en materia de antiterrorismo, que dijo: “No ha habido una sola muerte colateral” por los ataques. Posteriormente modificó sus palabras y dijo que no había habido “ninguna prueba creíble de muertes colaterales”. Esta ridícula afirmación quedó destrozada en un artículo publicado en Foreign Policy por Micah Zenko, que llegaba a la conclusión de que Brenan, o no tenía las mismas informaciones que otros funcionarios de la Administración, o no tenía acceso a internet. O “estaba mintiendo”. En cualquier caso, eso no impidió su confirmación como director de la CIA.
En su discurso, el presidente Obama reconoció también que “América no puede atacar donde le parece; nuestras acciones dependen de las consultas con nuestros socios y el respeto a la soberanía del Estado”. Pakistán quizá no esté de acuerdo. Tras el ataque de Datta Khel, varios familiares de víctimas presentaron una querella que derivó en el fallo de un tribunal paquistaní de que los ataques son ilegales.
El presidente comenzó su discurso proclamando: “Nuestras alianzas son fuertes, igual que nuestro prestigio en el mundo”. El mundo es muy grande. Y hay algunos sitios en los que nuestro prestigio tiene más repercusiones para nuestra seguridad nacional que en otros. En Pakistán, por ejemplo, según una encuesta reciente de la Pew Foundation, el 74% de la población considera que Estados Unidos es un enemigo. En el último año de la presidencia de Bush, Estados Unidos contaba con la opinión favorable del 19% de la población paquistaní. En 2012, la cifra había caído al 12%. Bruce Riedel, exanalista de la CIA y hoy investigador en Brookings, dice que los ataques son “mortales para cualquier esperanza de invertir la ruptura de lazos con el Estado que tiene el programa de armamento nuclear de más rápido desarrollo en el mundo”.
El presidente afirmó también que “el poder aéreo y los misiles convencionales son mucho menos precisos que los aviones no tripulados, y tienen más probabilidades de causar víctimas civiles e indignación local”. No es verdad. La semana pasada, en The Guardian, Spencer Ackerman informaba sobre un estudio de Larry Lewis, del Centro de Análisis Navales, que llega a la conclusión de que los ataques con drones en Afganistán tienen 10 veces más probabilidades de causar víctimas civiles que los ataques con aviones tripulados. “Los aviones no tripulados no saben, por arte de magia, evitar mejor a los civiles que los aviones de combate convencionales”, dice la coautora del estudio Sarah Holewinski. “Cuando a los pilotos que manejaban los cazas se les daban instrucciones claras y formación sobre protección de la población civil, eran capaces de reducir el número de víctimas civiles”.
En su discurso, Obama dijo asimismo: “Debemos tomar decisiones basadas no en el miedo, sino en la sabiduría adquirida”. Se supone que la sabiduría adquirida en la que se basaba el estudio sobre los drones -datos de Afganistán entre 2010 y 2011- estaba también a disposición del Gobierno. Si a la Casa Blanca le hubiera interesado averiguar qué método era más seguro, habría podido. Pero prefirieron no hacerlo, y se limitaron a repetir la “sabiduría” interesada, convencional y claramente equivocada. Es difícil considerar auténtica sabiduría a ese tipo de toma de decisiones.
Sin embargo, el presidente dijo también que iba explorar “otras opciones para mejorar la supervisión” y que había firmado “unas directrices claras” para “la supervisión y la rendición de cuentas” justo el día anterior. “Antes de que se lleve a cabo cualquier incursión”, declaró, “debe existir la certeza casi absoluta de que no se va a matar ni herir a civiles, el criterio más exigente que podemos seguir”.
Aunque no mencionó los ataques distintivos, se suponía que ciertas expresiones como “certeza casi absoluta” y “el criterio más exigente” significaban que no iban a volver a utilizarse. Una hipótesis que se vio refutada días después cuando un funcionario del Gobierno declaró a The New York Times que va a seguir habiendo ataques distintivos en Pakistán, una afirmación que, según escribió Andrew Rosenthal en el periódico, “parece contradecir todo el tono del discurso de Obama”.
Y LOS ATAQUES SIGUEN…
Dos semanas después, el 9 de junio, un avión no tripulado alcanzó un vehículo en Yemen y mató no solo a varios presuntos terroristas sino a un niño de 10 años llamado Abdulaziz. La “certeza casi absoluta” y esas nuevas “directices claras” no habían sido suficientes para él. La Administración se negó a hacer comentarios sobre la muerte del chico o el ataque. Eso es rendir cuentas y ser transparentes. Y la semana pasada, un ataque en Waziristán mató a 16 personas e hirió a otras cinco.
Además de plantear esas “serias preguntas” sobre la guerra contra el terrorismo, ya es hora de empezar a reconocer algunas verdades innegables y difíciles. Y una de ellas es que la hipótesis de que los ataques con aviones no tripulados contribuyen a nuestra seguridad -incluso cuando aciertan con su objetivo y siguen un criterio de absoluta certeza- no es cierta. Es decir, no hay que elegir, como nos quiere hacer creer el Gobierno, entre la seguridad y la compasión. “Como comandante en jefe, debo sopesar estas desgarradoras tragedias contra las alternativas”, dijo Obama en el discurso. “No hacer nada ante las redes terroristas produciría muchas más víctimas civiles”. Como si esas fueran nuestras únicas alternativas: matar a niños como Abdulaziz o no hacer nada.
El presidente continuó: “Recordemos que los terroristas a los que perseguimos matan a civiles, y que el número de muertos de sus actos terroristas contra musulmanes empequeñece cualquier cifra de bajas civiles por los ataques con aviones no tripulados”.
Pero lo dice como si “los terroristas” fueran un grupo fijo de gente y no hace falta más que buscarlos y matarlos. Claro, dado que los terroristas atacan a civiles, ¿por qué no elaborar políticas que no creen más terroristas, para empezar? Después del ataque de Datta Khel, ¿qué creen que pasó con los líderes de la comunidad moderados, proamericanos o prodemocracia? (Hablo de los que no murieron en el ataque, por supuesto.) ¿Vieron aumentado su prestigio? ¿El ataque les sirvió de argumento?
Es verdad, matamos a alguna gente. Algunos de ellos eran sin duda “malos”. ¿Pero eso nos ha puesto más a salvo? En el vídeo, Lawrence Wilkerson, antiguo jefe de Gabinete del secretario de Estado Colin Powell, dice que lo importante no son las cifras de muertos. “El recuento de cadáveres en Vietnam tenía fallos como parámetro”, dice, “y con los ataques con drones pasa lo mismo… Dígame, ¿cómo vamos a ganar si, cada vez que matamos a uno, creamos 10? Esa no es una medida que nos diga si estamos ganando. Lo que nos dice si estamos ganando es que los musulmanes decidan retirar su apoyo a la franja extremista y radical”. David Kilcullen, antiguo asesor del general David Petraeus, está de acuerdo: “La reacción y la desestabilización política: esas son las cosas que, a la hora de la verdad, nos hacen más inseguros”.
Parece claro que la Casa Blanca no desea un debate sobre esta cuestión, igual que tampoco recibió de buen grado, pese a las afirmaciones del presidente, el debate sobre el programa de vigilancia de la NSA tras las revelaciones de Snowden. Lo que el Gobierno parece querer es hacer discursos en los que proclama buenas intenciones, criterios exigentes y un compromiso de transparencia, pero luego declara que todo lo demás es secreto y no puede tocarse.
Por eso el nuevo vídeo de Greenwald es tan valioso. Nos permite un atisbo, aunque la Casa Blanca no quiera, de lo que están haciendo en nuestro nombre. “Estamos intentando”, me dijo Greenwald, “usar el vídeo para conseguir que el Congreso presente una ley que prohíba los ataques distintivos”. De modo que véanlo y comiencen el debate que el presidente asegura querer. Los misiles de los aviones no tripulados explotan en Pakistán, Afganistán y Yemen, pero sus consecuencias nos van a afectar a todos, aquí y durante años.
Arianna Huffington
* Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia