Sí. Pareciera que a cuarenta y dos años del golpe militar y la instalación del terrorismo de estado en Argentina, las cosas estuvieran al revés. Que lejos de haber avanzado, retrocediéramos. Que este 24 nos encontrara cada vez más lejos del Nunca Más y más cerca del Otra Vez. Que, como cantaba María Elena Walsh, un ladrón es vigilante – o gobernante – y otro es juez.
El sonsonete “se robaron todo”, que recitan los principales medios a coro y a una voz, el sanbenito criminal-populista endilgado desde el púlpito televisivo a todo destello de militancia a favor de los desposeídos, recuerda tristemente al ominoso “algo habrán hecho” de los años setenta.
El encarcelamiento de activistas sociales como Milagro Sala y otras compañeras de la Tupac Amaru, Luis D´Elía (*), Fernando Esteche, junto al de figuras centrales de los gobiernos kirchneristas como Carlos Zannini (*) (quien fuera también preso político entre el 75’ y el 78’), el ex canciller Héctor Timerman (hijo del periodista Jacobo Timerman, desaparecido por la policía del genocida Ramón Camps) o Julio De Vido, rememoran las prácticas de secuestro sin juicio ni condena de aquellos años de terror institucional.
La persecución en curso a la ex presidenta Cristina Fernández, pergeñada y financiada por el mismo núcleo de poder económico que estimuló y apañó la ferocidad milico-policial, transmitida por idénticos canales de difusión y ejecutada esta vez por personeros judiciales operados desde agencias del poder ejecutivo, recuerda la proscripción y exclusión política característica de toda la etapa de tutela militar posterior al derrocamiento de Perón en 1955.
Tan dada vuelta está la taba, que la sumisión macrista a las apetencias estadounidenses en su intento por recuperar una primacía perdida en Latinoamérica y el Caribe, puede sin dificultad alguna asociarse a aquella coordinación de dictaduras del Cono Sur impulsada desde el departamento de Estado de los EEUU a través del Plan Cóndor, cuyo objetivo era evitar la expansión de las ideas revolucionarias y nacionalistas de los 60’ y los 70’.
Tan retorcidos están los tiempos históricos, que el programa económico de ajuste del ¿actual? gobierno es casi un calco del plan del entonces ministro de Economía de la primera Junta Militar Martínez de Hoz, cuyas disposiciones centrales incluían congelamiento salarial, “limpieza” política y achicamiento del Estado; eliminación de retenciones a la exportación agropecuaria; reducción de aranceles de importación; eliminación de subsidios, créditos de fomento y prestaciones sociales; incremento de tarifas de servicios públicos; liberalización de los mercados cambiario y financiero; financiamiento del déficit público mediante colocación de títulos de deuda; reducción del gasto, del empleo y del déficit del gobierno; privatización de empresas que habían pasado al control estatal.”[1] Todo lo cual, por conocido, no es menos nefasto.
La misma censura informativa, producto de la hegemonía mediática impuesta por decreto, el despido de cientos de periodistas no afines, el apriete a medios no oficialistas vía recorte de pauta publicitaria oficial.
La relativización de la cifra de desaparecidos, el impulso a la excarcelación o prisión domiciliaria, la posibilidad de acortar penas (el “2×1”) a condenados por delitos de lesa humanidad, los recortes presupuestarios en programas de Derechos Humanos, muestran la tendencia a retroceder minimizando la barbarie de la dictadura.
La utilización de fuerzas de gendarmería para responder al conflicto social, el aval dado a asesinatos de gatillo fácil policial, los planes de militarizar el escenario para combatir el narcotráfico y otros delitos, devuelven nuevamente el protagonismo a cuerpos armados, instalando además un clima represivo generalizado.
Es un 24 de Marzo, en el que a 42 años del horror, la faz social aparece invertida.
Pero no del todo. La memoria existe. Millones de argentinos salimos a la calle a decir que no habrá vuelta atrás. Que no aceptaremos un país para pocos. Que la reconciliación con el pasado no es posible sin justicia ni arrepentimiento verdadero. Que distorsionar la memoria es robar el futuro. Que la reparación histórica por tanto sufrimiento es imprescindible.
Millones de personas en todas las ciudades, pueblos y parajes, unidos por un mismo temblor y clamor, resistimos y resistiremos la manipulación de minorías que añoran una falsa paz social, injusta y acrítica. Decimos y diremos que no habrá progreso si no es de todos y para todos. Que la exclusión no es el camino. Que el racismo europeizante, vigente desde hace siglos y tan presente en el gobierno actual, impide el verdadero desarrollo de nuestro pueblo.
Decimos y diremos que los Derechos Humanos, el derecho igualitario de acceso a la educación, la salud, la vivienda, a un ingreso digno y suficiente, el derecho a la equidad de género y a la protección contra la violencia enquistada en el sistema de apropiación capitalista, son lo más importante. Lo único que merece cuidado. Cuidado que los títeres instalados por la banca y el poder corporativo para administrar el desastre que ellos mismos provocaron, no pueden ni quieren darle.
[1] Fuentes: Historia General de las Relaciones Exteriores de la República Argentina (1806-1989), Escudé C. y Cisneros A. Centro de Estudios de Política Exterior (CEPE-CARI, Tomo XI, cap. 54 http://www.argentina-rree.com/11/11-062.htm y Plan económico de Martínez de Hoz durante la dictadura de 1976 https://historiaybiografias.com/economia76/
(*) Cuyas respectivas excarcelaciones acaban de dictarse mientras se escribe esta nota.