Vengo de Chile, un país pequeño…” comenzaba aquel recordado discurso del Pdte. Allende ante Naciones Unidas. Cuarenta años después escucho a una veintena de niños del Liceo de Aplicación rapear mientras parodian una clase: “Vengo del Chile común y corriente/ el Chile de carritos de completos y sopaipillas/ que pilla en la esquina de un ghetto/ donde hay menos escuelas que botillerías/ el Chile de mis secuelas, de mis penas y de mis alegrías”.

Es la noche previa a los desalojos de las escuelas ordenado por el Presidente Piñera, luego que en las últimas semanas casi un centenar de colegios habían sido ocupados pacíficamente por sus alumnos, en protesta por el incumplimiento de sus demandas por educación pública y gratuita.

Un puñado de adultos miramos impresionados la escena: un aula de clases, en plena calle, a las 2 de la madrugada, con una veintena de niños-jóvenes encapuchados sentados en sus pupitres haciendo una parodia de una clase cualquiera.

Una rara mezcla de alegría y tristeza nos embarga a quiénes somos testigos. Alegría, pues vemos que estos niños son la demostración que la historia no llegó a su fin como pretendieron hacernos creer a fines del siglo pasado; y tristes, pues sabemos que estos niños no pueden seguir dando esta lucha solos, sin embargo constatamos que, descontados los periodistas y mis dos amigos, ni siquiera hay 5 padres acompañándolos.

En tan sólo 3 días más debían desarrollarse las elecciones primarias que utilizarían como centros de votación a muchas de estas escuelas y liceos tomados por los escolares. Por esta razón, el gobierno había dado un ultimátum señalando que si los adolescentes no entregaban las escuelas serían desalojados por la policía militarizada chilena.

Sin embargo, tal amenaza parecía no importarles a los niños y jóvenes del Liceo de Aplicación que continuaban alegremente con su caricatura de clase. El contestario rap de Portavoz se sigue escuchando: “Ellos te quieren aplastar/ botado y tirado como plasta/ alcoholizado y dopado hasta decir basta/ con pasta angustiado y drogado no hay duda/ ¿te has preguntado por qué en dictadura entraron las drogas más duras?”.

Su alegría se contrastaba con el inminente desalojo, situaciones similares se vivían en decenas de establecimientos educacionales en todo Chile. Los niños, nuestros escolares, desafiaban lo que el gobierno y la concertación habían denominado como “la fiesta de la democracia” y todo parecía indicar que tal fiesta, las elecciones primarias del duopolio político, se iniciaría con una violenta represión policial en contra de los niños.

Nuestra lucha no es por webear… nuestra lucha es por estudiar” se leía del lienzo que colgaba del fondo de esta improvisada y callejera aula de clases mientras seguíamos escuchando a Portavoz cantar: “Nos quieren en la escuela pero para prepararnos/  pa ser mano de obra barata pa pa demandarnos/ quieren que la toma se transforme en tomatera/ no es broma tómate la lucha enserio y de a de veras /”.

Alguien nos llama y dejamos esta escena para visitar otros dos liceos tomados. La mañana llegaría con un saldo que pondría muy alegre al gobierno pues no quedaría ninguna escuela tomada pero que, mirado con detenimiento, más bien demuestra la inteligencia de nuestros niños:

En sólo 4 liceos hubo enfrentamiento con carabineros, en muchas escuelas los niños decidieron levantar transitoriamente la toma y abandonar voluntariamente las escuelas antes de la llegada de la policía; en varios otros, con ese ludismo que caracteriza a esta generación, los niños salieron subrepticiamente dejando en ridículo a la policía que ingresó con fuerza a desalojar una toma fantasma; y, quizás el ícono de la jornada, en el Liceo Manuel de Salas, más de 100 niños agrupados en el patio, sentados y abrazados en el suelo, formando lo que ellos llaman una molécula humana, resistieron de manera no violenta el desalojo, inspirados seguramente en aquella película que vieron cuando eran aún más niños, “la marcha de los pingüinos”, en dónde cientos de pinguinos sobreviven al duro invierno pegados, uno al lado de otro.

Ahora eran nuestros pingüinos, como se les denominan en Chile a los escolares por su uniforme, quiénes sentados y tomados del brazo – en un inteligente juego no violento – obligaban a la Policía a desalojarlos uno a uno, develando la idiotez del gobierno y la policía que tardaría horas y horas en tal desalojo.

Finalmente las elecciones primarias se pudieron realizar. Votaron 3 millones de chilenos, en tanto más de 10 millones le hicieron el vacío al bipartidismo de las dos derechas, la derecha democrática de la concertación (ahora con los comunistas) y la derecha pinochetista de la alianza.

Pero, como en el juego del gato y del ratón, una semana después, cuando la policía abandonó las escuelas, nuestros niños han comenzado a retomarse nuevamente los establecimientos educacionales que ya suman más de 40.

Mientras pienso esta columna, un sobrino de 15 años me coloca en youtube el tema de PortaVoz “escribo Rap con R de Revolución” y escucho “Ya no hay moderación/ yo voy por la liberación/ la alteración de la sociedad entera es la operación/ generación que no espera aviso de nadie/ que sabe que cambios reales se hacen sin permiso aquí en la calle”. 

Miro a mi sobrino y recuerdo que muchos analistas señalan que fueron los niños de Daraa los que iniciaron la revuelta en Siria. Niños que por rayar en las paredes de sus escuelas la consigna “El pueblo quiere derrocar el régimen” fueron encarcelados desatando la indignación de sus padres en contra del régimen.

No es que desee para Chile las sangrientas y lamentables jornadas que se han vivido en Siria, simplemente concluyo que cuando una sociedad no quiere despertar de su letargo, de su hipnosis colectiva que más bien son pesadillas conjuntas, como en aquella memorable fábula de Andersen que aprendimos justamente en nuestra infancia, entonces sólo un niño es capaz de gritar “El Rey está desnudo!!!”.

@Efren_Osorio