Por lavaca
Una multitud puso hoy un límite a la política del gobierno nacional, que respondió con un operativo represivo que militarizó el Congreso Nacional y puso así en escena cómo actúa la Gendarmería ante la protesta social. Detenciones arbitrarias, dos diputados heridos y ocupación intimidante del espacio público. Los movimientos sociales no lograron llegar al Palacio Legislativo, pero dejaron un mensaje claro y contundente, que es cita: hoy a las 14 habrá movilización, hora en que comienza el debate del proyecto de ley de reforma previsional, que originó esta reacción. La CGT anunció que de aprobarse, el viernes habrá paro general. Crónica de un día que hizo Historia.
La 9 de Julio, desde Avenida de Mayo hasta el horizonte de Constitución, es un mar de personas que se han plantado para decir basta. Lo dicen con los cuerpos, con las banderas y con los rostros, que no sonríen ni festejan porque no hay nada para celebrar, aunque esa ceremonia social está escribiendo la Historia.
El mensaje es el mensaje: un hasta acá que suena fuerte, firme, claro.
Desde arriba del escenario, los dirigentes de los diferentes movimientos sociales están ahora mismo recibiendo esa noticia, asimilándola y tratando de comprenderla.
Se turnan para hablar por el micrófono, como habían acordado, representantes de las diferentes corrientes que convocaron al acto, pero mientras hablan se nota el impacto de lo que desde arriba ven: ese mar que no habían previsto ni calculado. La consigna que esa imagen les devuelve es grito y es bandera: “Unidad de los trabajadores y al que no le gusta, se jode, jode”, canta la multitud, sin descanso.
El mensaje es el mensaje.
Ahí están otra vez en la calle, compartiendo el hartazgo, la gente que hace que esos movimientos sociales se muevan. Unos con la CTEP, otros con Barrios de Pie, al lado los de la CCC, allá los del Movimiento Evita, al costado los de la Aníbal Verón, cerca los del FOL, detrás de la enorme bandera, los del Frente Darío Santillán. Nombres todos que refieren a esos movimientos que se presentaron como “piqueteros” hace una larga década y ahora están ocupando la escena política otra vez, así, plantados en ese ágora porteño que es la avenida más ancha, más sacudida por las políticas públicas y menos valorada por los analistas y panelistas.
El mensaje es el mensaje y en este caso lo que grita es sencillo y contundente.
Es tan solo una cantidad.
Hay mucha gente.
Desde el escenario se escucha la voz de un dirigente de Barrios de Pie que enuncia lo evidente: “Estamos acá, saludando la unidad y para mostrar qué nos convoca. Fuimos a hablar con el gobierno, nos sentamos con diferentes funcionarios, denunciamos el hambre y la miseria, pero el gobierno en lugar de resolver cómo solucionar la pobreza….” El discurso se interrumpe abruptamente. Lo congela el desfile de carros de asalto que pasa con las sirenas aullando por detrás del camión que hace de escenario de este acto. ¿Es una provocación?, pregunta alguien, preocupado. La imagen responde por sí sola: es un desfile que anuncia no ya una represión, sino una guerra. “Estamos manifestándonos a cara descubierta, pacíficamente, sin palos. No nos pueden tratar como terroristas”, dice Juan Grabois a lavaca, mientras señala la intimidante caravana.
Hace un instante, arriba del escenario Grabois había enunciado el propósito de este acto: “No queremos que nos sigan matando por ser pobres, no queremos que nos sigan matando por defender la tierra. Venimos acá a plantear la unidad de las organizaciones sociales, única forma de frenar el ajuste y la represión”.
El mar de gente allí plantada fermentó esa propuesta y la hizo crecer. Así el acto se convierte en marcha hacia el Congreso Nacional, con la intención de abrazarlo.
Anunciado el recorrido, lo que sigue es solemne. La multitud canta el Himno Nacional. El estribillo es un grito que estremece:
“Oh juremos con gloria morir”.
Bajando del escenario, Pablo Micheli, secretario general de la CTA Autónoma, resume alavaca lo que desde arriba acaba de percibir: “Esto es un claro mensaje del pueblo. Y los dirigentes tenemos que estar a la altura. La gente quiere estar en la calle hoy para derrotar el ajuste porque entiende que este gobierno nos quiere destrozar la vida”.
El mar se agita entonces en silencio por la Avenida de Mayo, rumbo el Congreso de la Nación.
En la cabecera, brazo con brazo, hay dirigentes sociales, gremiales, diputados y diputadas.
Detrás, la multitud que inunda diez cuadras.
Caminan sin pausa, sin cantos, sin miedo y sin esperanza.
No están allí para ser escuchados.
Lo saben.
No están allí para ser comprendidos.
Lo saben.
Están allí para escribir con los pies un mensaje.
Basta.
A 50 metros del Congreso, los bloquea un piquete de uniformados. Tres filas compactas de botas, escudos, metralla.
El transito no fue cortado, así que entre el mar de gente y el piquete de uniformados hay dos colectivos atrapados.
Detrás del piquete de uniformados hay otra fila, con perros, y detrás otra con motos, y detrás otra con camiones hidrantes. Sin excusa, sin provocaciones y sin aviso, los carros comienzan a escupir chorros y los uniformados a cazar del cuello a las personas que estaban en la primera ola de esa multitud silenciosamente plantada.
Los primeros arrastrados por los uniformados son asesores de los diputados y diputados que estaban a la cabeza de la columna, ya deshilachada por el agua.
Las personas que pasan por la zona quedan congeladas. Miran sin entender no qué pasa, sino por qué. “Yo sé que hubo épocas peores, pero esto nunca lo vi”, comenta la joven de 25 años que mira la escena desde la vereda.
Lo que está viendo ahora mismo es al perro babeante que apunta sus dientes a la remera del diputado Leonardo Grosso. A su lado está siendo pateada y zamarreada la diputada Victoria Donda. A unos centímetros, la legisladora santafesina Lucila Del Ponti grita a un escudo con casco “Devolveme el celular”. Los tres se habían acercado al piquete policial con un pedido concreto: hablar con el responsable del operativo. La respuesta es brutal y no parece improvisada. Donda cree haber recibido la patada que le destrozó el tobillo de parte del único uniformado que tenía identificación: el gendarme Zurita, aparentemente responsable del desproporcionado despliegue represivo.
Desde el Congreso llegan diputados, preocupados por las imágenes que sacuden las pantallas de las pocas emisoras que transmiten lo que pasa. Lepoldo Moreau describe alavaca lo que ve: “Hay detenidos, diputados heridos y un despliegue inusitado de efectivos. Lo que vemos acá es el miedo del gobierno al pueblo argentino.”
A un costado, un funcionario de la Policía de la Ciudad, de civil y con handy, confirma alavaca: “El operativo está a cargo de la Gendarmería Nacional, con apoyo de la Prefectura”. Es decir, las dos fuerzas nacionales que dependen de la Secretaría de Seguridad. Las que defiende ciegamente la ministra Patricia Bullrich cuando denuncian su actuación en el caso de Santiago Maldonado o en el asesinato del joven mapuche Rafael Nahuel.
Lo que está viendo esa joven es exactamente eso: cómo actúan esas fuerzas.
A metros del Congreso Nacional.
No es difícil ya imaginar lo que hacen en las soledades de las rutas de Esquel o en los montes de Bariloche.
Los detenidos son trasladados en camiones blindados de Gendarmería hacia el edificio Centinela, informa el policía de civil, que mira la escena con un dejo de sorpresa o quizá admiración.
“Si quieren muertos, no van a ser los nuestros”, dice un dirigente social que quiere llevarse de este día otro recuerdo.
El mar, entonces, se repliega.
El mensaje ya está escrito.
Ahora es cita: hoy a las 14 en el Congreso Nacional, la hora en que comienza la sesión que desató esta reacción. “No podemos admitir que toquen a los más vulnerables. Ellos son las verdaderas víctimas de esta represión de hoy. Los jubilados y los chicos menores de 14 años a los que le quieren sacar una tajada de su comida, porque eso es para lo único que alcanza hoy un jubilación o una asignación social”, sintetiza descalza y renga la diputada Victoria Donda, antes de ir al hospital para que le diagnostiquen qué le hicieron.
Ahora es agenda: paro general, que convocó para este viernes la CGT, si se aprueba ese proyecto.
Eso es exactamente lo que se va cantando la multitud.
“Paro general”.
El mar no está calmo ni bravo.
Está.
Y navegarlo, como dice el poeta, es preciso.
Por exacto.
Y también por necesario.
Fotos Nacho Yuchark/lavaca