“Pero ya sea a derecha o a izquierda lo importante es que el sistema de valores tenga como raíz al ser humano” remataba su idea.

Él como tantos otros franceses se siente engañado por los grandes medios masivos y los políticos. Pero su desencanto lo lleva a sentirse extraño, con dificultades para poder discutir de todos estos temas con sus seres cercanos. En La Bastilla encontró personas con las cuales profundizar las ideas, ponerlas en práctica y encontrar otro mundo posible.

Su aportación a la asamblea del domingo fue la siguiente: “Todo se discute en este mundo. Sólo hay una cosa indiscutible: la democracia. Está ahí como un profeta de quien ya no se esperan milagros. Se impone como una referencia incontestable: es LA democracia. Sin embargo, no nos enteramos de que la democracia en la que vivimos es una democracia amputada, secuestrada, condicionada, porque el poder del ciudadano, el poder de cada uno de nosotros, está limitado en la esfera política. Un gobierno es sustituido por otro gobierno que quizás te pueda llegar a gustar. Nada más.

Pero las grandes decisiones son tomadas por círculos cerrados. Todos sabemos quiénes son: las grandes organizaciones financieras internacionales, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio, el Banco Mundial, la OCDE, las Corporaciones. Ninguno de esos organismos es democrático.

¿Cómo se puede seguir hablando de democracia, si los que gobiernen el mundo no son elegidos directamente por los pueblos?

Las elecciones organizadas por los estados son una estafa. Hoy en día, la mayoría de la población mundial vive en la precariedad mientras que otros se muestran resueltamente hostiles a la repartición de las riquezas que han adquirido en el territorio de los más desprovistos. La democracia también es el derecho del ciudadano a explotar de manera indirecta a millones de obreros precarios sin conocer ni siquiera las condiciones de trabajo embrutecedoras y humillantes que les son impuestas.

Juntos construiremos una verdadera democracia, humana, consciente y mundial”.

También tuvo tiempo de contarme cómo había vivido el desalojo del sábado: “Cuando llegué a la plaza de la Bastilla, mi mirada se quedó fija, invadida por el odio, la tristeza y la impotencia. Todo había terminado, como había presentido.
Los comentarios de desprecio de los policías en el furgón blindado que crucé me habían alertado del cambio. En ese momento, veo un grupo de turistas españoles parados frente a la parada de bus que había servido de stand y dónde sólo quedaban 3 afiches. Su guía evocaba con entusiasmo la proeza de la toma de la Bastilla en 1789… sin saber que en este mismo momento unas centenas de personas intentaban reproducir simbólicamente esta hazaña. Quise ir a contarle de nuestras reivindicaciones, pero renuncié.

Estaba hundido por el desaliento. Más de 300 años se habían escurrido y los reclamos perduraban. El poder que los sofoca también”.

La brutalidad policial, al igual que la tergiversación y el maniqueísmo de la clase política alientan la desesperanza. Pero, a su vez, provocan indignación. Cosas que parecen establecidas, inmodificables, eternas, se convierten en insoportables para las nuevas generaciones y de ese impulso de repulsión nace este movimiento de indignados, de insatisfechos, de utópicos. Porque en el fondo es esa la bandera que se alza tras las denuncias y los reclamos: la utopía. El sueño compartido de un mundo sin violencias, al que sólo se puede llegar por convergencia, diálogo, consenso y una acción sostenida, firme, amplia y plural.