La derecha no es, no ha sido, ni será nunca democrática. La razón es sencilla y evidente: la derecha es la expresión política de una minoría poderosa que, de manera oculta o desembozada, pretende conservar el sistema de privilegios establecido. Tal cometido no se aparea convenientemente con la idea de “democracia”, es decir, una forma de organización social en la que las decisiones y el gobierno estén en manos del pueblo.
Por el contrario, todo intento de redistribución del poder concentrado, toda medida de real democratización encontrará en la derecha una oposición férrea, que apelará a mil y un recursos para impedir el avance de derechos de los sectores discriminados y despojados.
La amenaza, la difamación, la extorsión, el asesinato, la compra de voluntades, el bastardeo mercadotécnico de la política, la mentira, la represión, la conspiración, el chantaje, los pactos espúreos, el nepotismo, las dictaduras, la manipulación informativa, los golpes, la proscripción, judicialización y encarcelamiento de líderes, el fraude, la difusión del “apoliticismo”, el tráfico de influencias, la cooptación empresarial, el espionaje, el robo de datos, la utilización masiva de ejércitos electrónicos, son tan sólo algunas de las tácticas de un amplio repertorio cuya única finalidad es aniquilar las legítimas aspiraciones populares de obtener iguales oportunidades de bienestar y desarrollo humano.
Incluso la “extrema derecha”, en apariencia con tintes más cercanos al pueblo llano, no es sino la versión expuesta de aquello que la formalidad “de salón” prohíbe decir en público. La xenofobia – tópico central de esta modalidad – cumple además con la función de correr el eje del diagnóstico de la problemática social a la conocida fórmula del “chivo expiatorio”, ocultando así a ojos del pueblo la responsabilidad criminal del sector financiero y corporativo.
Las derechas son siempre extremas en su aversión al igualitarismo, caracterizándose, más allá de toda retórica, por reafirmar las tradiciones, los valores establecidos, los hábitos consuetudinarios, lo cual cierra el camino de toda transformación social, proyectando sobre todo revolucionario la sombra de pervertir (o subvertir) la paz social. Paz que desaparece rápidamente a la hora de la distribución equitativa de los dividendos sociales y la ampliación de derechos, transformándose en salvajismo despiadado por parte del poder, disfrazado de civilización.
Diferencia e indiferencia
Hacer de la diferencia el lineamiento central de la vida social y personal, cultivarla, exacerbarla, es el principal motor existencial y político de la derecha. Diferencia que lleva a la indiferencia, estado en el que el otro deja de existir, salvo en aquellos aspectos que me convienen.
Diferencia que obnubila al clasemediero, que en su ensoñación teledirigida cree haberse alejado – esfuerzo propio y discurso dominante mediante – del pobrerío. Diferencia e indiferencia que dificultan la necesaria unión de esfuerzos colectivos, facilitando así la continuidad de la barbarie del “todos contra todos”.
Travestismo político posmoderno
Cortar el lazo social, dividir a las mayorías, debilitar toda expresión organizada, han sido desde siempre técnicas de dominación. Resuena en ellas con temible eficacia el “divide et impera”, máxima atribuida a Julio César y entronizada luego en la “ciencia” política por Nicolás Maquiavelo. Tecnologías de sojuzgamiento que se presentan hoy en una brutal versión posmoderna: en ella, el fascismo social de la derecha aparece como reformismo progresista, la mafiosa coerción a legisladores y jueces como republicanismo democrático, la persecución judicial “lucha contra la corrupción” y el blindaje mediático es libertad de prensa.
En este guión, el capitalista avaro es un gestor eficiente con inquietudes espirituales, el desocupado se convierte en emprendedor entusiasta, la insensibilidad neoliberal encarna en una máscara de muchacha sensible y cercana, el Estado en un negocio atendido por sus propios dueños, la virulencia de un programa antipopular es sepultado en un mar de frases vacías y “Cambiemos” en el slogan del más retrógrado conservadurismo.
La derecha no es, no fue ni será nunca democrática, porque eso es contrario a su propósito.
¿Qué hacer entonces?
Los datos objetivos son – al menos en esta versión postmoderna de la historia – prácticamente unánimes: la derecha se ha consolidado nuevamente en el poder político y USA todos los recursos a su alcance para atornillarse allí. Sin embargo, hay un dato de la realidad que desmonta toda esa escenografía de cartón pintado. Sobre ésta, se abatirá un enorme huracán de desesperación, fruto de la miseria y la exclusión social.
Que esta indignación justificada no sea simplemente una catarsis violenta y logre convertirse en un proyecto solidario y colectivo, que, lejos de instalar nuevamente dependencias permanentes, sirva para instaurar un nuevo tipo de relación social colaborativo, horizontal y equitativo, no dependerá exclusivamente del avatar electoral, sino de la formación, la información y la organización de la base popular. Esa es la raíz de una democracia verdadera, la que se construye desde el pueblo mismo.