Intervención del Dr. Rafael Plá León, filósofo de la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas (UCLV), en el Taller Internacional de Pensamiento Humanista y Revolución Socialista.
Bolchevique significa en ruso las mayorías, frente a los mencheviques. Desde el principio concibieron una organización que supeditara al conjunto, ello permitió romper con las formas mentales que impedían que todos quisieran una revolución.
La estructura en la que Lenin puso el peso fueron los soviets, que no eran parte de la estructura del partido. Eran consejos obreros, campesinos, organizados democráticamente, que vinculaban a todos, incluso a los cargos militares.
Lenin les dotó de un gran poder. Este fue el germen del socialismo: la aldea campesina, los MIR. Pero al no ser una estructura del partido no era para Lenin algo fácil. Lenin primero tenía que ir a discutir a su comité central, después al congreso de los soviets.
Conocedor de la habilidades retoricas de políticos, Lenin puso de manifiesto su astucia y su determinación. Así, los bolcheviques transformaron una guerra imperialista en una guerra civil.
El único partido que se asemejaba a una democracia eran los mencheviques, los demás incluidos los bolcheviques tenían un carácter totalitario.
Lenin hizo comprensible el marxismo a las bases campesinas. El objetivo era eliminar la división social del trabajo. “El socialismo es la superación de las clases” decía Lenin.
La aceptación de la violencia devino en el término terror rojo, lo cual es difícil de justificar históricamente.
Lenin promueve la emancipación de la mujer de forma vanguardista. El machismo era un obstáculo para la revolución.
—
El bolchevismo: una mirada a su hazaña a cien años de distancia
Por Rafael Plá León
El siglo XX fue, como dijo en su momento Erick Hobsbawn, un siglo corto, si lo miramos por la duración del acontecimiento histórico que le dio su especificidad más notable: el proceso socialista en Rusia que se abrió con la revolución bolchevique de octubre y se cerró con el fracaso de la “perestroika”. Hoy es imprescindible una mirada valorativa en torno a ese proceso, mucho más cuando fuerzas anticapitalistas se desentienden del comunismo del siglo XX para plantear un “socialismo del siglo XXI” con orientaciones ideológicas algo distantes de las que movieron a los bolcheviques cien años atrás. Hay que valorar con mayor celeridad hasta qué punto se puede asimilar la experiencia política, económica, cultural e ideológica del socialismo del siglo XX, especialmente la herencia política del bolchevismo. Este ensayo no va más allá de la consideración personal acerca de este fenómeno con el objetivo de contribuir a ese empeño.
Cuando hablamos de la posible vigencia del bolchevismo no pensamos en que los hombres de hoy piensen y sientan como los bolcheviques que realizaron la gran proeza de Octubre. Sería absurda una tal pretensión. Otro es el sentido de la expresión: es que los ideales de aquellos bravos luchadores tienen hoy la vigencia que les da la necesidad imperiosa de sus postulados revolucionarios respecto del sistema capitalista imperante. La situación del mundo actual pide a gritos una solución en el espíritu que inspiró a los bolcheviques en 1917, es decir, en el espíritu de un ataque frontal al capitalismo buscando resolver en la práctica revolucionaria y democrática –en otro tipo de democracia diferente de la burguesa– los intereses de las grandes masas de la población y no invertir el tiempo solo en costosas y engañosas campañas electorales, áridas discusiones parlamentarias, procesos estos donde la burguesía lleva una ventaja acumulada, por ser esa su forma específica de lucha política. En este sentido, aunque nadie lo exigiera, la necesidad de pensar la revolución según la lógica bolchevique impone la vigencia de la estamos hablando. Con esto dejamos sentado que la revolución bolchevique de octubre no fue un error histórico y no hay que avergonzarse por la acción de sus protagonistas y sí estudiar el acontecimiento y la ideología que lo expresó, buscando en ello lecciones para el presente, aunque lo que hagamos lleve necesariamente el sello de lo nuevo porque es una nueva época.
Precisemos: cuando decimos “bolcheviques” estamos mencionando no más que una vanguardia política de toda una masa de pueblo que asumió su programa revolucionario. Los bolcheviques (en ruso significaría “los mayoritarios”) fueron la fracción más radical del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia. Se les llamó así porque en el congreso constituyente de 1903 resultaron la mayoría en las votaciones, luego de la retirada de un grupo derechista. Los que luego fueron los mencheviques (“los minoritarios”), no obstante, lograron ganar la mayor parte de los votos en el neurálgico punto que les separaba de sus contrarios, aquel que definía quién podía ser considerado como militante del partido, punto votado al inicio del congreso.[1] Pero a la hora de proyectar en la práctica su política, los bolcheviques se identificaban con las aspiraciones de las clases populares, sobre todo de los campesinos, potenciales aliados de los proletarios en la lucha contra los privilegios de las clases dominantes. Esta identificación llegó hasta el punto de adoptar la política agraria del partido de los socialistas revolucionarios (eseristas), partido que defendía los intereses del campesinado en su conjunto, sin hacer la diferencia entre ricos, medios y pobres, como sí lo hacían los bolcheviques.
Es un hecho evidente que los bolcheviques solos no podían resolver la infinidad de problemas que planteaba una revolución socialista en un país tan atrasado como la Rusia de inicios del siglo XX. De hecho, otros partidos “socialistas” trataron de enderezar un gobierno luego del derrocamiento del zarismo, pero fracasaron al no deslindarse suficientemente de los intereses de la burguesía. Los bolcheviques hubieran pasado por lo mismo, pues desde el principio, adoctrinados por el marxismo, conocían que las condiciones en Rusia no estaban “maduras” para una revolución socialista y lo que se planteaban de inicio era apoyar una revolución democrático-burguesa, aunque asumiendo su dirección desde el principio como garantía de pasar en su momento a las tareas propias del socialismo. Esa fue la excelente coordinación de táctica y estrategia en un partido político que sí supo controlar la situación; que aplicó la violencia cuando hizo falta y fue flexible cuando se precisó ser flexible y abrirse a los intereses de las clases que no veían en el socialismo la satisfacción de sus demandas.
Fue Lenin quien rompió la rutina de la doctrina marxista al uso y en una audacia de instinto político apreció en su justa medida el valor de los soviets como órgano del poder político del proletariado ruso. Los soviets no fueron iniciativa del partido marxista liderado por Lenin. Al parecer, fueron una creación espontánea de obreros y soldados rusos en las jornadas revolucionarias de 1905-1907. Si acaso parecen más bien haber estado ligados a los mencheviques y a la figura de Trotsky,[2] quien por los tiempos de aquella primera revolución antizarista no era bolchevique.[3] Pero la forma de conducción política de los soviets delata que una persona no podía llevarla a cabo por mucho poder que tuviese: los soviets eran un río de democracia revolucionaria, una institución que se organizaba en feroces asambleas donde intervenía la gente sencilla sin pretensiones retóricas y estableciendo principios políticos ajenos al mundo de estamentos, por encima de los intereses de la propiedad privada y de todas las formas del privilegio de clases y de estamentos. Es significativa la Orden Nº 1 del soviet de Petrogrado, emitida el 14 de marzo de 1917, donde se autorizaba a todas las unidades militares a elegir comités con derechos muy cercanos a los de los oficiales y jefes. Se cuenta que la orden fue obedecida en todo el país.[4]
Lenin captó esa potencialidad revolucionaria y emplazó a su partido (bolchevique) a lanzar la consigna de traspasar todo el poder político a aquella institución donde los bolcheviques, curiosamente, no eran hegemónicos al principio. Mucho costó que el partido entendiera que las tareas de la revolución socialista estaban ya a la orden del día y que toda concesión a la burguesía llevaba un alto costo político para cualquiera de los partidos socialistas que incurriera en el error de entrar en el juego del democratismo. En este giro político a apoyar el poder exclusivo de los soviets en la sociedad rusa se ha visto la distinción cualitativa del bolchevismo como movimiento revolucionario, como hace unos años lo definió el profesor Jorge Luis Acanda.[5]
De hecho, los bolcheviques deben su victoria política a la flexibilidad mostrada a la hora de cambiar de táctica.[6] Ni la paz ni la tierra eran consignas específicamente proletarias y fueron, sin embargo, la clave para la victoria bolchevique. La excelente crónica de John Reed Diez días que estremecieron al mundo se cierra cronológicamente en el congreso campesino que consolidó el apoyo de esa clase social a la acción decidida de los bolcheviques.[7] Un resultado contrario hubiera sido políticamente funesto para el destino de la revolución socialista. El predominio de dirigentes del ala derecha del partido de los socialistas revolucionarios, que eran a la sazón quienes representaban a los campesinos como clase, hacía peligrar un voto de confianza al gobierno proletario de los bolcheviques. Incluso la presencia de Lenin allí provocó inicialmente un rechazo que se manifestó en desórdenes en la sala. Pero los argumentos de los bolcheviques fueron ganando poco a poco espacio y el Congreso campesino culminó con una alianza entre los bolcheviques y los eseristas de izquierda, los representantes más decididos de los proletarios y de los campesinos pobres, respectivamente.
Los derroteros de la Revolución rusa al desembocar en el estalinismo provocan una confusión semántica al manejar términos que se vaciaron de contenido con el tiempo o adquirieron contenidos muy negativos en la representación popular. Hoy es difícil comprender que los soviets fueran realmente autónomos, que pudieran desafiar la voluntad de un gobierno nacional e incluso funcionar como Estado, disponer con autoridad qué hacer en cada momento y ante cuestiones políticas de peso. Cuesta comprender que un pueblo como el ruso (obreros y campesinos pobres) abrazara el socialismo a voluntad propia, que le dieran la espalda a los partidos burgueses y socialistas moderados y apoyaran la iniciativa violenta de los bolcheviques de asaltar el poder para entregarlo a los soviets, es decir, a las masas organizadas.
La forma política de los soviets en tiempos de la Revolución tenía la característica de asumir a la vez funciones legislativas y ejecutivas, que era lo que más se asemejaba a la experiencia de la Comuna parisiense de 1871, donde Marx había visto la forma de la dictadura del proletariado. Lenin, que apreció la justeza de este punto de vista contrapuesto por completo a la democracia burguesa, descubrió en los soviets el germen del Estado proletario. Los soviets se apoyaban en unidades humanas concretas, que podían ser colectivos obreros de una fábrica, soldados de un regimiento y más tarde campesinos de una unidad agraria. El individuo en estas asociaciones estaba conectado a la realidad viva de una comunidad y no como en el caso de las formas políticas territoriales burguesas, que se apoyan en áreas geográficas determinadas, donde los individuos resultan aislados de la vida económica concreta y apenas se conocen entre sí por estar la mayor parte del tiempo ocupados en la actividad laboral que realizan. El soviet ruso combinaba formas de la comuna proletaria y el mir (aldea) ruso.[8]
No parecen tener fundamento aquellas versiones antisoviéticas y antileninistas que presentan el golpe bolchevique como un simple golpe de Estado, enrumbado luego mediante la violencia hacia un régimen tiránico y despótico. Conociendo las energías revolucionarias de la época es difícil creer que un partido realmente minoritario en su membrecía como los bolcheviques hubiese sido tolerado en una bravuconada que no convenciese a las masas obreras y campesinas ya organizadas en los soviets. No hubiese durado en el poder, como le pronosticaron en su momento sus enemigos políticos.
Justamente, lo que es de envidiar en los bolcheviques es aquella decisión con que enfrentaron la lucha revolucionaria, aquella habilidad para evaluar la situación y comprender el momento concreto en que se daban todas las condiciones para el triunfo de la insurrección, la tenacidad y consecuencia con que defendieron el poder conquistado, incluso cuando todo parecía perdido y se le cerraban todo los caminos en los primeros días de la revuelta. Al parecer influía en ello la claridad de ideas, la concepción teórica de su papel en la lucha de clases que protagonizaban, lo que les posibilitaban orientarse claramente en pos de objetivos precisos. Esta doctrina, además, logró exponerse de modo que la entendiese el pueblo analfabeto e inculto, con términos inequívocos.
Es graciosa la anécdota de John Reed acerca del diálogo de un petulante joven estudiante “marxista” antibolchevique y un soldado analfabeto. El soldado casi no podía sostener el diálogo, puesto que no tenía respuesta para casi ninguna de las preguntas que desafiaban a la lógica marxista; él solo sabía que habían dos clases: el proletariado y la burguesía. “-¡Otra vez tu estúpida fórmula! –gritó el estudiante. // –…solo dos clases, continuó el soldado, empecinadamente-. Y quien no está con una está con la otra…”[9] Esto es la lógica binaria en que se planteó la lucha de clases para la masa de un pueblo inculto. Se sabe que el marxismo lleva una lógica más complicada y que el resultado de la confrontación clasista no es el predominio de una clase sobre otra, sino la superación del régimen clasista en sí, la eliminación de las clases, lo que supone no solo derrocar a la burguesía, sino también la disolución del proletariado como clase, a través de la superación del trabajo asalariado. La igualdad de clases preconizada por el marxismo no significa que el proletariado logre disfrutar de los mismos privilegios y lujos que la burguesía, sino la eliminación de todo privilegio y, por tanto, lograr que el lujo sea un contrasentido.
Si nos planteamos, entonces, revivir el ideal social bolchevique, no es para establecer exactamente lo mismo que ellos exigían, sino restablecer la lógica de sociedad por la que lucharon los bolcheviques; la lógica anticapitalista, antimonárquica, antiburguesa. Esa es la lógica que les movió en la lucha por una sociedad comunista o socialista, que en ocasiones se han usado como sinónimos. Otra, sin embargo, pudo haber sido la lógica de la revolución, donde los bolcheviques se vieron forzados a adoptar políticas que no eran suyas, puesto que la revolución se hacía por las masas y para las masas. Las masas no comprendían muchos aspectos del comunismo y, sin embargo, intuitivamente se orientaban en las políticas del gobierno y orientaban, a su vez, las políticas del gobierno, siempre presto a no perder la base social sin la cual caería en el acto.
El ideal social del bolchevismo era el comunismo marxista. Por él batalló el partido liderado por Lenin, exigiendo constantemente no solo disciplina militante, sino también claridad teórica a sus partidarios. Es sabido que en las discusiones en la prensa partidista o en las reuniones del Comité Central no resultaba extraña la crítica entre camaradas por no dominar la dialéctica (con insistencia ese era el reproche que Lenin hacía a Bujarin,[10] por ejemplo). Con los populistas se batieron en torno a la comprensión materialista de la historia, que orientaba el análisis en pos de la correlación de fuerzas de clases a favor de la organización del proletariado y no de la comuna campesina.[11] Luego de la derrota de la revolución de 1905-1907, Lenin tuvo que dedicar meses al estudio de la filosofía contemporánea para refutar contundentemente a los miembros de su propio partido encantados por las corrientes subjetivistas europeas que supuestamente “actualizaban” el materialismo dialéctico de Marx y Engels, ya “anticuado” luego de haber transcurrido cincuenta años.[12]
El comunismo marxista de los bolcheviques planteaba el problema de la igualdad social no como un problema de redistribución de la riqueza, sino como un asunto de superación de la estructura clasista de la sociedad, es decir, no buscaba una abstracta igualdad entre clases, sino la supresión misma de las clases, eliminando los privilegios del capital sobre el trabajo, haciendo del trabajo condición general de la sociedad y elevando su productividad y el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas hasta el punto de eliminar las diferencias agudas entre el campo y la ciudad y la propia división social del trabajo. Esto no lo entenderían así todos los bolcheviques de fila, pero el liderazgo del partido sí lo veía con esos ojos; y al plantear la cuestión desde la concepción clasista al menos quedaba claro para todos quién era el enemigo y con qué fuerzas se podían establecer las alianzas.
Apoyarse políticamente en las capas más pobres y tradicionalmente excluidas de la sociedad rusa hizo que estas fuerzas sociales, las más numerosas, despertaran a la vida política y potenciaran una actividad revolucionaria que propiciara el amplio acceso a la educación, a la salud, al trabajo, sin los límites que pone la propiedad privada a cada uno de estos sectores vitales. Los bolcheviques en esto no hicieron más que prestar oídos a las peticiones populares y canalizar los intereses del pueblo mayoritariamente campesino en instituciones que los defendieran. El Decreto sobre la Tierra, por ejemplo, llegaba después que los campesinos se hubiesen tomado por su cuenta la intervención de las tierras de los poderosos terratenientes desde meses atrás. El Decreto sobre la Paz consagraba como justa la deserción en el frente, en una guerra imperialista contra la cual se pronunció decididamente el partido de Lenin. Los bolcheviques legitimaban lo que la abrumadora mayoría del pueblo clamaba a gritos. Ellos querían cambiar radicalmente la sociedad, pero sabían de antemano que esa posibilidad no estaba en la voluntad de las personas y no se podía perder el lazo con la masa del pueblo. En su proyecto estaba la socialización de la propiedad de la tierra, pero no hubiera sido político asumirla de golpe, pues el campesinado le hubiera retirado el apoyo a la revolución.
El desarrollo de la revolución, no obstante, impuso a los bolcheviques la necesidad de poner en primer plano la defensa violenta de la misma para asegurar el poder político que pudiera dar garantías de avanzar en el cambio que la sociedad necesitaba. Y en este punto se planteó lo que ha sido uno de los puntos neurálgicos en la crítica a la acción de los bolcheviques y la imagen con que los medios de la burguesía internacional ha divulgado la obra de los bolcheviques: el terror rojo. Quien intente estudiar la Revolución de Octubre no puede eludir el problema de la política del terror rojo como política de Estado aplicada por el gobierno soviético de Lenin, en respuesta clara al terror “blanco” que aplicaban las fuerzas del zarismo derrotado, de los terratenientes afectados por las medidas de nacionalización de la tierra y por la burguesía herida mortalmente en la acumulación de su ganancia.
Abundan los testimonios acusatorios de la política bolchevique de terror. Uno de ellos lo aporta quien fuera Comisario del Pueblo de Justicia I. N. Steinberg, militante del partido de los socialistas revolucionarios de izquierda, quien participó en el gobierno de coalición conformado en los días del congreso campesino de diciembre de 1917. Steinberg, con el que el lector pudiera simpatizar uniéndose a la repulsa de la violencia, aporta las claves para comprender la reacción bolchevique en el punto de la relación política hacia otro partido revolucionario. Los eseristas se consideraban los herederos del populismo ruso que desde el siglo XIX venía combatiendo al zarismo; en este sentido su orientación política expresaba los intereses del campesinado y de la intelectualidad asociada a una visión de socialismo pequeñoburgués, no proletario. Eran, por tanto, contrarios a un régimen de dictadura del proletariado y veían su misión en el gobierno como de contención a los bolcheviques en sus pretensiones dictatoriales. El propio Steinberg, desde su posición dentro del gobierno soviético en la cartera de Justicia, se ocupó de enfrentar conscientemente la labor de la Cheka, encabezada por Féliz Edmúndovich Dzerzhinsky, torpedeando sus operaciones, defendiendo a los contrarrevolucionarios capturados, en nombre de la defensa de los derechos individuales y siguiendo la lógica jurídica burguesa.[13]
Que la aplicación del terror rojo se justifique como respuesta al terror blanco no llega a borrar, ciertamente, el problema del ejercicio de la violencia clasista en la conducción de un régimen de dictadura del proletariado. En este punto, la propaganda burguesa, que cala muy bien en el sector de la llamada “aristocracia obrera”, ha logrado satanizar el concepto mismo de dictadura del proletariado, haciendo que los partidos proletarios mismos rehúsen a usarlo y se avergüencen si se atreven a usar la violencia en el ejercicio del poder. El enfoque de clase nos da la clave para orientarnos en la madeja de contradicciones que supone la dilucidación del problema de la violencia revolucionaria, pero el hecho de que se imponga un régimen de terror hace muy vulnerable la observación de la justicia en general, el predominio de un estado de seguridad para los individuos en la sociedad, condición necesaria para la construcción de una sociedad superior que dé garantías de felicidad a millones de seres humanos, pues es difícil ser feliz en medio de un régimen de terror.
Fuera de la cuestión de la defensa de la revolución socialista respecto de los ataques de las fuerzas mancomunadas del imperialismo internacional y la reacción interna no tiene sentido defender una política de terrorismo de Estado. Estos fueron los límites de Lenin y correspondería a una investigación histórica rigurosa establecer si esos límites fueron transgredidos o si es una cuestión ideológica lo que mantiene la acusación como prejuicio pequeñoburgués de rechazo a la violencia. El uso de la violencia revolucionaria no solo se justifica por ser una respuesta a la reacción violenta de la burguesía, que de otra forma no consentirá en abandonar sus privilegios; además de esto, la violencia (que no quiere decir el asesinato) cumple la función histórica de partera de una nueva sociedad, de modificar las costumbres que vienen de la inercia de la vieja sociedad, de establecer las nuevas condiciones de justicia cuyas garantías no vendrán jamás de la victoria en una consulta popular. Por tener estas ideas con mucha claridad en su momento es que los bolcheviques no se sonrojaban para hablar de “dictadura del proletariado”. Después de las experiencias dictatoriales del siglo XX (nazismo, fascismo, falangismo, estalinismo y muchas otras) es que el término queda en general descrédito, al imponerse en la conciencia social de la época la noción de totalitarismo, que ponía un signo de igualdad para todas estas experiencias, pasando por alto el carácter de clase de cada una de ellas. Pero la experiencia de procesos autoproclamados revolucionarios, guiados más por una ideología de corte socialdemócrata o demócrata-liberal, que ni por asomo se acercan a una dictadura proletaria, donde sigue la burguesía con poderes económicos, dominando los medios de comunicación y empleándolos contra esos gobiernos, sin haber sido despojados de ninguno de sus derechos políticos, y ejerciendo la violencia política y física contra las fuerzas populares, deja bien clara la justificación histórica de la violencia revolucionaria contra el poder reaccionario de la clase burguesa. En ese punto la vigencia del bolchevismo es más que actual.
Si el proceso soviético se limitara al terror rojo y a sus métodos no “democráticos”, la valoración histórica sería verdaderamente llana y condenatoria. Pero en el trasfondo de dichos métodos está toda la obra civilizatoria realizada en la sociedad rusa, que gracias a las bases que creó la Revolución de Octubre se logró en muy corto tiempo pasar de ser uno de los países más atrasados de Europa a compartir con Estados Unidos el carácter de potencia mundial, avanzando con firmeza en el proceso de liberación de la humanidad de la barbarie capitalista.
Exponiendo acerca de lo que interpretaba como victoria sobre el capitalismo, los éxitos en la producción y distribución de alimentos en medio de la guerra civil y la intervención extranjera, Lenin intentó resumir el ideal de sociedad que pretendían los bolcheviques:
El socialismo es la supresión de las clases. // […] Para abolir las clases, es preciso […] suprimir la diferencia ente los obreros y los campesinos, convertir a todos en trabajadores. Eso no es posible hacerlo de golpe. […] solo puede resolverse mediante la reorganización de toda la economía social, pasando de la pequeña producción mercantil, individual y aislada, a la gran producción colectiva.[14]
El problema de la transformación del trabajo asalariado en trabajo comunista, uno de los puntos más discutibles del proceso hacia una sociedad libre de la explotación capitalista, es tocado con insistencia en la obra publicística del líder soviético:
El trabajo comunista, en el más riguroso y estricto sentido de la palabra, es un trabajo gratuito en bien de la sociedad, un trabajo que es ejecutado no para cumplir una obligación determinada, […] un trabajo realizado por hábito de trabajar en bien general y por la actitud consciente (transformada en hábito) frente a la necesidad de trabajar para el bien común; en una palabra, un trabajo como exigencia de un organismo sano. // Crear una nueva disciplina de trabajo, crear nuevas formas de relaciones sociales entre los hombres, crear formas y procedimientos nuevos de atracción de los hombres al trabajo […].[15]
Lenin veía en estos sábados comunistas el “comienzo efectivo del comunismo”, [16] ligándolo a la necesidad de lograr una mayor productividad del trabajo por encima de la lograda por el capitalismo. Independientemente de lo que la historia de este fenómeno haya resultado, se aprecia la mirada inquisitiva del líder soviético buscando los caminos para la superación de un tipo de sociedad por otra que fuera garantía de liberación de los trabajadores.
A esto se asocia en su visión la posibilidad de establecer profundos cambios, que la Revolución inició desde el comienzo mismo, en la vida cotidiana, que es donde definitivamente triunfa una sociedad nueva. El caso de las transformaciones a favor de la mujer es el ejemplo más típico de lo que alcanzó la Revolución bolchevique en sus primeros años. “No hemos dejado, literalmente –dice–, piedra sobre piedra, de las vergonzosas leyes que establecían la inferioridad jurídica de la mujer, que ponían obstáculos al divorcio y exigían para él requisitos odiosos, que proclamaban la ilegitimidad de los hijos naturales y la investigación de la paternidad, etc.”[17] Y agrega: “La verdadera emancipación de la mujer y el verdadero comunismo no comenzarán sino en el país y en el momento en que empiece la lucha en masa […] contra esta pequeña economía doméstica, o más exactamente, cuando empiece su transformación en masa en una gran economía socialista.”[18]
Alexandra Kollontai, quien integró en determinado momento el gobierno soviético, dedicó tiempo a estudiar el tema de la liberación efectiva de la mujer, criticando la perspectiva feminista burguesa, que se desentiende de la responsabilidad del régimen capitalista con el empeoramiento sustancial de las condiciones de vida de las familias proletarias. La liberación de la mujer es planteada directamente relacionada con la superación de aquellas condiciones que confinan a la mujer a la doble esclavitud del trabajo y del hogar. En este caso, la Kollontai ve en el Estado la fuerza que puede venir en ayuda efectiva de la mujer con la creación de círculos infantiles, restaurantes y comedores sociales, lavanderías centrales; comodidades que ya el capitalismo en su desarrollo propiciaba a la mujer trabajadora y el socialismo impulsaba por su propia naturaleza.
En la Rusia Soviética –apunta-, la vida de la mujer trabajadora debe estar rodeada de las mismas comodidades, la misma limpieza, la misma higiene, la misma belleza, que hasta ahora constituía el ambiente de las mujeres pertenecientes a las clases adineradas. En una Sociedad Comunista la mujer trabajadora no tendrá que pasar sus escasas horas de descanso en la cocina, porque en la Sociedad Comunista existirán restaurantes públicos y cocinas centrales en los que podrá ir a comer todo el mundo. […] // Lo mismo se puede decir del lavado de la ropa y demás trabajos caseros. La mujer trabajadora no tendrá que ahogarse en un océano de porquería ni estropearse la vista remendando y cosiendo la ropa por las noches. No tendrá más que llevarla cada semana a los lavaderos centrales para ir a buscarla después lavada y planchada. De este modo tendrá la mujer trabajadora una preocupación menos.[19]
Similares ejemplos exponía Lenin al argumentar acerca de los cambios radicales que había realizado el poder proletario para cambiar para bien la vida de millones de habitantes de la Rusia atrasada, feudal, que encontró la Revolución al emprender sus tareas.
No es esto un recuento exhaustivo de la obra de la Revolución de Octubre, pero lo dicho es suficiente para cerrar la idea del balance histórico de este proceso social. La Revolución se justificó, a pesar de los horrores de la guerra, del hambre a que fue sometida la población con la política de incautación de víveres y el desestímulo que significaba para la producción campesina. Los métodos autoritarios empleados por los bolcheviques no pueden borrar la enorme significación de lo construido, del beneficio de la edificación de una obra social que elevó el nivel educacional y cultural, la sanidad pública, la práctica sana del deporte y la relación entre las distintas nacionalidades que convivían en el vasto territorio que controlaba la Rusia zarista.
Una mirada de fuera describe así los grandes logros sociales de la revolución bolchevique:
El radicalismo del nuevo gobierno no tenía precedentes. Un decreto sobre la tierra transfería la propiedad de los terratenientes a millones de campesinos. Un decreto sobre la industria daba a los obreros el control de las fábricas. Un decreto sobre la autodeterminación daba a las naciones oprimidas del imperio ruso el derecho a la independencia. Las casas de los ricos fueron ocupadas para alojar a los pobres. El acceso igualitario a la educación y a los cuidados sanitarios se convirtió en el derecho de todos los ciudadanos. Se derogaron las leyes existentes sobre el matrimonio y el divorcio, se instituyó la igualdad entre los sexos y se despenalizaron el adulterio, la homosexualidad y el aborto.[20]
A cien años de la Revolución bolchevique de Octubre, y contando que estamos ante un proceso históricamente clausurado, lo menos que puede brindarse como homenaje es el análisis serio de sus resultados históricos, tanto de los inmediatos en la insurrección, como de los más distanciados en el tiempo (el estalinismo, la victoria sobre el fascismo, la conquista del cosmos, el logro de la paridad nuclear, etc.), así como también aquellos que dieron al traste con aquel proceso revolucionario (el estancamiento económico y social, el inmovilismo político y la gerontocracia, la corrupción administrativa y la economía sumergida, la perestroika liberal y la glásnost revisionista).
Los bolcheviques cumplieron su misión y merecen honor y memoria histórica.
—
[1] Los bolcheviques partidarios de Lenin abogaban por una membrecía comprometida con el partido, por tanto, consideraban militante del partido a quien se subordinara a una de las organizaciones de base y actuara dentro de ella. Los mencheviques, encabezados en este punto por Martov, admitían a todo simpatizante, aunque no funcionara dentro de él disciplinadamente. (Cfr.: Lenin, V. I.: “Un paso adelante, dos pasos atrás”, en: Obras Escogidas en tres tomos, t. 1, Editorial Progreso, Moscú).
[2] Trotsky encabezó en 1905 el Soviet de San Petersburgo (luego Petrogrado en 1917, renombrada Leningrado luego de la muerte de Lenin).
[3] Cfr.: Christopher Hill: ob. cit., p. 101.
[4] Cfr.: Christopher Hill: La revolución rusa, Edición Revolucionaria, La Habana, 1990, pp. 112-113.
[5] “Lenin. Mesa redonda”, en: Contracorriente, Nos. 15-18, La Habana, 1999, p.181. Acanda privilegia el término “bolchevismo” por encima del de “leninismo” para caracterizar la doctrina que guió al partido de los bolcheviques en el trazo de la estrategia de la toma del poder y de la construcción socialista en Rusia. En este punto creo que hay que tomarse un tiempo para meditar. No creo que haya que aceptar la acepción y funcionalidad del “leninismo” en el manejo estalinista que de él se hizo. De hecho hay una doctrina propia de Lenin que merece estudio y asimilación, más allá de lo que pudieran conciliar los bolcheviques entre sí. De otro lado, la participación de Trostky, Bujarin y ortos correligionarios de Lenin en la conformación del bolchevismo debe demostrar que no fue solo Lenin quien contribuyó a darle forma a esa doctrina –esencialmente política– que se pueda conocer como “bolchevismo”, de modo que no parecen ser conceptos idénticos.
[6] “En Rusia, en 1917, lo decisivo fue el dominio bolchevique de la realidad, de la acción, de lo concreto. El partido sabía exactamente lo que quería, qué concesiones concretas tenía que hacer a diferentes grupos sociales en cualquier estadio dado, cómo convencer a las masas de la población con acciones, lo que correspondía hacer a él –el partido- y lo que correspondía a las masas. La organización del partido le permitió a este tener una gran flexibilidad y capacidad de maniobra, combinada con firmeza y decisión en la búsqueda del objetivo último, visto con toda claridad.” (Christopher Hill: ob. cit., p. 78)
[7] Cfr.: John Reed: Diez días que estremecieron al mundo, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2016, pp. 253-270 (Cap. XII)
[8] Cfr.: Christopher Hill: ob. cit., pp.102-105.
[9] John Reed: Diez días que estremecieron al mundo, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2016, pp. 163-164.
[10] “Bujarin no solo es un valiosísimo y notable teórico del Partido […], pero sus concepciones teóricas pueden calificarse de enteramente marxistas con muchas dudas, pues hay en él algo de escolástico (jamás ha estudiado y creo que jamás ha comprendido del todo la dialéctica)” (V. I. Lenin: “Carta al Congreso II”, en: Obras Completas, 5ta ed., Editorial Progreso, Moscú, 1987, t. 45, p. 363)
[11] Cfr.: “¿Quiénes son los «amigos del pueblo» y cómo luchan contra los socialdemócratas?”, en: Obras Completas, 5ta ed., Editorial Progreso, Moscú, 1981, t. 1, pp. 131-363.
[12] Cfr.: V. I. Lenin: “Materialismo y empiriocriticismo. Notas críticas sobre una filosofía reaccionaria”, en: Obras Completas, Editorial Progreso, Moscú, 1983, t. 18.
[13] “En diciembre de 1917, los social-revolucionarios de izquierda se habían separado de sus camaradas del ala derecha, en razón de las demandas que proclamaron aquellos a favor de cambios fundamentales en la vida social, moral y espiritual de Rusia. Decidieron ingresar en el gobierno soviético, aun cuando tenían clara conciencia de las diferencias que los separaban de los bolcheviques, con su mentalidad materialista y su fanática obsesión proletaria y estadista. Esperaban que su participación en los más altos organismos rectores de su revolución contribuiría a dar vigor y gravitación a los ideales tradicionales de los populistas. Iban a representar los intereses de los trabajadores campesinos y de los intelectuales, lo mismo que los de los obreros de la ciudad; iban a asegurar la paz mundial; iban a impedir el establecimiento del gobierno de un solo partido, a contener la marea de las tendencias dictatoriales de los bolcheviques.” (I. N. Steinberg: En el taller de la revolución, Librerías Unidas, La Habana, 1961, p. 69. El subrayado es nuestro.- RPL). “En mi condición de comisario de Justicia, me cupo en suerte desde el primer momento luchar con Dzershinsky sobre la siguiente cuestión de prioridades: la ley y la justicia, o la seguridad del régimen revolucionario.” (Ibídem, p. 70).
[14] V. I. Lenin: “Economía y política en la época de la dictadura del proletariado”, en: Obras Escogidas en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1981, t. 3, pp. 292-293.
[15] V. I. Lenin: “De la destrucción de un régimen secular a la creación de otro nuevo”, en: Obras Escogidas en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1981, t. 3, p. 347.
[16] V. I. Lenin: “Una gran iniciativa”, en: Lenin. La transición en la revolución socialista, Editorial de Ciencias Sociales-Ruth Casa Editorial, La Habana, 2013, p. 69.
[17] Ibídem, p. 71.
[18] Ídem. (los subrayados son de Lenin.-RPL)
[19] Alejandra Kollontai: El comunismo y la familia, Marxists Internet Archive, 2002. Digitalizado por Aritz.
[20] Neil Faulkner: De los neandertales a los neoliberales. Una historia marxista del mundo, Pasado y Presente, Barcelona, 2013, p. 315.