Los argentinos y, sobre todo, las argentinas, nos estamos teniendo que hacer muy fuertes. Porque las arbitrariedades y brutalidades que ocurren cada día nos ponen a prueba. Del niño entrerriano que es descartado para un trasplante porque su familia no puede brindarle un entorno apto para su recuperación a la policía que detiene a una mujer por besar a su cónyuge.
Del disparate de trasladar toneladas de lingotes de oro a una cueva en Londres para que estén felices los directivos de las casas matrices de las financieras internacionales a la limitación del servicio público de salud, a la lista de 562 argentin@s que el presidente quiere mandar en un cohete a la Luna o al 2×1.
No sé qué podría ser peor. No porque considere que estamos en el fondo del tacho, sino porque todas estas bestialidades se realizan con la complicidad y festejo de una buena parte de la población. Una descarada porción de la sociedad festeja una desaparición forzada y alienta a que haya más, celebra detenciones arbitrarias y exige que sean muchas más, reclama que se limpien las calles de vagos que cortan el tránsito con una protesta y vitorean a asesinos como si fueran justicieros por atropellar a supuestos ladrones.
Insisto, no sé qué podría ser peor. Si tener gobernantes acusados con todo el código penal, pero que desde el poder imponen la impunidad y utilizan toda la violencia de la que son capaces para extorsionar y manejar a jueces, fiscales y políticos díscolos, no alcanzara. También están los agentes de inteligencia, los infiltrados, las escuchas, los trolls, los que revisan las redes sociales, los que miran qué trabajadores están sindicalizados, qué abogados defienden laburantes, qué maestros no se callan la indignación, qué médicos llaman al próximo paciente “Santiago Maldonado”, los que controlan si los periodistas cumplimos las órdenes emanadas de la Jefatura de Gabinete o somos candidatos a ser los próximos rociados con el gas pimienta y amenazados en los patrulleros de ser “los próximos”.
Capaz que exagero y los niños de la murga del Bajo Flores se merecían ser baleados o la directora del Mariano Acosta es una subversiva que inculca en los estudiantes el germen del pensamiento crítico y entonces estaba justificado forzarla a que se jubile. Capaz que era necesario que nos cacheteen cada día, a cada hora, a ver si nos espabilamos, a ver si nos comprometemos de una vez por todas a ponerle el cuerpo a dar vuelta aquello que está para atrás.
Nos van haciendo rústicos, ¿viste? Nos van desplumando de poesía, nos van machacando los sueños e ilusiones. Debemos ser pragmáticos, obedientes, insensibles, eficientes. ¡Minga!
Alimentan el odio, nos ponen los unos contra los otros, marginan, censuran, maquillan, niegan, deforestan nuestros corazones, agusanan nuestras entrañas. ¿Hasta cuándo vamos a dejarnos conducir al matadero? ¿Hasta cuándo vamos a pervertir nuestras ideas con tal de no alinearnos con el que está peor que uno? ¿Hasta cuándo vamos a seguir estrujándonos el alma y no vamos a salir del círculo vicioso de la venganza?
Los argentinos y, sobre todo, las argentinas, nos tenemos que hacer fuertes para poder seguir atados al palo mayor de las convicciones y no volvernos grises fantasmas, espectros vaciados de sentido, caricaturas de los coleccionistas de cadáveres.
Tenemos que ser fuertes individualmente, cada uno, para no desesperar. Pero más que nada tenemos que ser fuertes colectivamente, pensar en el otro, tender puentes, ofrecer un abrazo, insistir en la prédica del ejemplo, la de no bajar los brazos, la de no abandonar la esperanza, la de persistir, resistir, reír. Tenemos que ser valientes, más valientes que nunca, pasar esta prueba que el destino nos interpuso, volver a volver, volver a poner la pava para calentar el agua del mate que acompañará los rezongos roncos del que echaron del laburo, del que dejó de cobrar la pensión, del que no tiene para pagar la luz, el agua, el gas, el morfi.
Tenemos que ser creativos y creativas, dadores de sentido, más que nunca debemos innovar, arriesgar, pretender, acompañar, sostener. Tenemos que ser, una vez más. Como la homínida que se atrevió a domar el fuego, que propuso el primer balbuceo, que cobijó bajo un techo, que ofreció alimento. Como el inventor que desafió los imposibles, que se plantó a los noes, el que rompió las cadenas, protegió del frío y del genocidio, que levantó al que se había caído. Como la mujer que ofrece su vientre a la vida y su fuerza a la superación de conflictos.
Llegó la hora de anteponer el bien común a los cochinos intereses propios, a las mezquindades y a la necedad de figurar. Argentina, tenemos que ser mejores.