Lo que ha dado en llamarse Pequeña Haití se ha erguido como una ficción que se desarrolla entre vertederos. Una ficción que cumple con el requisito básico de lo real maravilloso o realismo mágico: en Latinoamérica, entre más inverosímil parezca algo, hay que tener la plena certeza de que más real es.

En este ínfimo simiente de lo que los medios han dado en llamar “Pequeña Haití” no solo se respira el pésimo aire que el cañón ofrece, también se inhala desaliento. Cansancio. Aunque las palabras de los refugiados suelen arrojar pequeñas dosis de ilusión, sus sueños permanecen endurecidos, como piedras. Solo les queda resignarse a una vida espiritual que los aplaza y los convence de que su situación es un regalo de Dios, razón por la cual tienen visa directa al reino de los cielos, pero no al lugar en el que realmente desean estar.

Texto y Fotografías de: Dahian Cifuentes

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