La humanidad parece estar afectada por el virus de la violencia, no solo la física sino que también la psicológica, soterrada, observable en comportamientos, conductas, actitudes, tanto en forma individual como colectiva a nivel nacional e internacional. Si bien la violencia ha estado presente a lo largo de toda la historia, su actual capacidad de destrucción, indica que su virulencia está llegando a extremos que imposibilitarán toda forma de vida, al menos tal como la conocemos.
Una violencia física que se expresa en la forma de guerras, de agresiones físicas para imponer voluntades y cuyas consecuencias no prevenimos oportunamente en términos de destrucción ambiental, vidas truncadas, esperanzas desechas. Guerras interminables que prolongan agonías, y que por lo mismo, no resuelven absolutamente nada, a lo más posponen soluciones.
Una violencia psicológica que se expresa verbalmente, en discriminaciones que rebajan la calidad de vida a la que todo ser humano tiene derecho. Somos criaturas distintas, merecedoras de todo respeto con independencia de nuestro origen, raza, credo religioso, sexo o limitaciones físicas de cualquier índole.
Una y otra vez se juega con fuego. Ahí están Trump y Kim Jung Un enfrascados en bravatas que nadie sabe en qué terminarán, pero que son expresión de una manera de ver el mundo que es necesario erradicar. En Cataluña, ahí están Rajoy y Puigmont por el mismo camino, guardando las proporciones, a raíz del referéndum. Ahí está el conflicto mapuche en el sur de Chile.
Los retos que se tienen por delante, que involucran más a unos u otros, son múltiples. No obstante el progreso científico-tecnológico sin precedentes en que estamos insertos, persiste una pobreza que afecta a millones de personas. A pesar de que habitamos un planeta con recursos suficientes para alimentar a toda la humanidad, millones de seres humanos sufren privaciones y viven en condiciones que nos interpelan, mientras lanzamos a miles de nuestros jóvenes a guerras insensatas.
Como consecuencia de un modo de producción contaminante por parte de los países más poderosos del planeta estamos viviendo un período de calentamiento global sin precedentes, que está alterando nuestro habitat. La paulatina destrucción del medio ambiente, como asimismo la lucha por el control y la distribución del agua, condimentado por una creciente corrupción, son algunos de las consecuencias que se derivan de una violencia que se ejerce directa o indirectamente, implícita o explícitamente.
Hace falta abrir nuestros corazones, abandonar el camino de la violencia y sustituirlo por el de la no violencia activa, el único conducente al desarme, al de la verdadera paz.