Esta crisis nuclear de imprevisibles consecuencias, nos rebela y nos convence una vez más de que debemos seguir trabajando por el urgente desmantelamiento de los arsenales nucleares y de las plantas de energía nuclear.
Después de más de dos décadas del desastre de Chernobil, nuevamente queda demostrado que no existe ningún nivel de seguridad suficiente para una amenaza letal para toda la humanidad, como lo es un desastre nuclear. En el caso de la antigua URSS se podría haber hablado de la ineficiencia de una burocracia estatal y en el caso de Japón se podrá hablar de la imprevisión de una empresa privada, en un territorio históricamente castigado por los sismos. Y en el próximo desastre nuclear seguramente habrá algún otro factor no previsto.
En todos los medios de comunicación se nos quiere convencer que esto que pasó en Japón es una excepción, como lo fue Chernobil, pero que las plantas nucleares son sumamente seguras, y hay que continuar con los 62 proyectos nuevos en marcha, que se sumarán a los 436 reactores en actividad. Pero sabemos que por más precauciones que se tomen, está demostrado que no se puede reducir el peligro a cero, y la más mínima posibilidad de error significa millones de vidas en juego.
Con el pretexto de que al reemplazar el uso del petróleo, las plantas nucleares tienen a disminuir el calentamiento global, se quiere instalar la mentira de que la energía nuclear es benigna para el medio ambiente. Con el argumento de que hay que buscar la autonomía energética ante el incremento de los precios del petróleo, varios países terminan priorizando factores económicos por sobre la vida humana.
Los Humanistas pensamos que se debe diversificar las fuentes generadoras de energía eléctrica, buscando energías alternativas como la hidroeléctrica, la eólica y la solar. Se debe terminar con la lógica de este sistema consumista donde se bajan los costos destruyendo al medio ambiente y se da prioridad a la rentabilidad por sobre la vida humana.
Lo ocurrido en Japón debiera servir para que los pueblos de todo el mundo tomen conciencia del peligro que los asecha y se rebelen contra el materialismo anti-humanista de sus gobernantes y del gran capital, que no solamente no dudan en poner en riesgo a la humanidad con la proliferación de plantas de energía nuclear, sino que tampoco dudan en robustecer sus amenazantes arsenales nucleares.
Esta rebelión de las poblaciones contra la amenaza nuclear en todo el mundo podría constituirse entonces en el mejor homenaje tanto para las primeras víctimas del flagelo nuclear, como para las últimas, paradójicamente del mismo país.