Que hayan caído las férreas dictaduras de Túnez y Egipto en menos de un mes; que una ola de libertad y ansias de participación ciudadana estén recorriendo todo el mundo árabe; que solidariamente miles de ciudadanos en Túnez y otras ciudades del Magreb salieran a la calle para celebrar la renuncia de Hosni Mubarak… todas ellas son manifestaciones de los profundos y veloces cambios que están operando en el mundo árabe. Transformaciones fuera del pronóstico de los “analistas oficiales” de los poderes internacionales. Como tampoco
fueron pronosticadas en su momento la caída de la URSS o la reciente crisis económica.
Lo más parecido a esto fue la caída de Chauchescu en Rumanía, pero esta correntada del Magreb tiene otra dimensión y trascendencia mundial.
En estos hechos se vuelve a mostrar una vez más, de manera muy nítida, la verdadera fuerza de los pueblos y su capacidad transformadora, que en muy poco tiempo pueden producir cambios impensables sin ejercer violencia, es decir utilizando la no‐violencia. Si por el contrario se hubiera recurrido al antiguo grito de “el pueblo a las armas contra el dictador”, se habría entrando con toda seguridad en confrontaciones sangrientas con riesgo de derivar en guerras civiles. Esto habría reforzado y “dado argumentos” a los dictadores para una mayor represión y
para perpetuarse en el poder, con graves costos para esos pueblos.
Lo más importante de lo sucedido en estas semanas, no han sido las salidas de los presidentes Ben Ali y H. Mubarak, lo mas importante ha sido la unión de los pueblos en protestas sin
violencia, lo más importante ha sido resistir a la violencia de los provocadores infiltrados, resistir a la violencia de las propias instituciones, resistir a la violencia de la policía. A los ejércitos egipcio y tunecino no se los venció con armas o la confrontación, sino con abrazos y manos abiertas. Los soldados, los mandos, son finalmente seres humanos y, por mucho armamento de que dispongan, en ningún lugar van a poder vencer por la violencia a un pueblo que se expone y se manifiesta firmemente exigiendo sus derechos de forma pacífica y con la metodología de la no‐violencia. Podrían reprimirlo momentáneamente, pero eso
desacreditaría aun mucho más a los represores y haría crecer aun más la altura moral del pueblo desarmado, que sería quien lograría la vitoria final. Esto nos hace rememorar las
luchas de Gandhi y M L. King. El pueblo egipcio se ha liberado del dictador con la no‐violencia como la india se libró de los ingleses. La diferencia con aquella lucha es que allí contaban con
un líder, Gandhi, y en ésta ocasión no había un líder personalizado, el protagonista a sido todo el pueblo egipcio.
Este terremoto de no‐violencia, de demandas de transformaciones sociales de forma pacífica, de ansias de libertad y participación democrática, no ha hecho más que empezar. Detrás ya están Yemen, Jordania, Argelia y Marruecos, con indicadores de movilización social. ¿Qué pasara en los Emiratos Árabes y demás dictaduras del pan‐arabismo?, ¿qué pasara en China, donde se está censurando todo este fenómeno de ansias de libertad?.
En evidencia quedan los EEUU y la Unión Europea, cuyos regímenes han sido aliados estratégicos durante años y socios fieles del gobierno egipcio para sus escarceos militares, políticos y económicos durante décadas.
Los poderes occidentales, con los EEUU a la cabeza, después de la caída de la URRS crearon un nuevo enemigo internacional, los árabes, o el islam, alertando sobre un posible choque de
civilizaciones. El interés real era poder seguir justificando su irracional carrera de armamentos y hacernos creer en la necesidad de tener que contrarrestar ese “gran peligro” y de disponer
una fuerza que nos protegiera de “ellos”, a nivel mundial. A ese nuevo enemigo se le confirieron los atributos de ser fanáticos, violentos, irracionales… y de alguna manera eso ha ido calando y se ha traducido en distintos campos (cine, TV, controles internacionales, restricciones para viajar, legislación para la intolerancia con los pueblos de origen árabe). Pero los acontecimientos de Túnez y Egipto, así como las movilizaciones que estamos viendo en otros países del entorno, nos muestras unas poblaciones muy distintas a ese estereotipo maniqueamente instalado: son gente pacífica, como cualquier ciudadano, con las mismas necesidades, aspiraciones, temores y ganas de libertad y democracia. Gentes que necesitan y piden poder tener una vida digna.
Los pueblos egipcio y tunecino han dado una lección de no‐violencia y pacifismo al mundo. Han dado una lección al no ser conformistas y luchar por sus derechos. Han dado una clase
magistral de revolución no‐violenta al resto de los pueblos. Han realizado una muestra, un efecto demostración que tendrá sus consecuencias y repercusiones. Y, para terminar, destacar
que los protagonistas de todo eso han sido principalmente los jóvenes.
Todos los pueblos, en sus mejores momentos, han hecho grandes aportes al proceso humano. Podemos agradecer y celebrar estas revoluciones no‐violentas pues nos abren el futuro a toda
la humanidad. Nos acercan hacia la nación humana universal.